Debo confesar que tengo muchas, pero muchas ganas de volver a tener 17, robarme el coche de mis viejos, sentarme al lado de una pelirroja tan hermosa como desabrida y largarnos a manejar por carreteras despintadas de la campiña inglesa. (Podría ser también en el Perú, quién sabe, pero el acento británico lo vuelve todo un poco más punk). Confieso que estoy considerando comprarme una de esas correas de cuero que te atas en el tobillo junto con un cuchillo. Por si las moscas, digo.
Y quiero verme así, también. Quiero ser un adolescente palidón, imperturbable, de ojos cristalinos y mirada demoníaca. Quiero tener esa brutal personalidad, tan invisible como aplastante, como si eso fuera posible. Y quiero amar. Quiero amar como James ama a Alyssa; quiero odiar como Alyssa odia el mundo.
The end of the f***ing world ha pasado un poco desapercibida entre los grandes estrenos de Netflix. Ha pasado desapercibida, incluso, entre las series que abordan temas parecidos: 13 Reasons Why o Atypical han sido bastante más elogiadas y tratadas en los medios. Y puedo entender por qué: el humor británico puede ser un poco demasiado cínico, negro, ofensivo. Y de eso, básicamente, va la serie.
James es un hiperconsciente adolescente con tendencias psicopáticas: de niño, solía matar animales con un cuchillo y disecarlos, y su plan de vida es asesinar a una presa más grande: un ser humano. Esa persona es Alyssa, una chica de último año de secundaria que adora a su padre ausente, odia a su madre y desprecia a su padrastro —un cabrón con letras mayúsculas—, lo cual la convierte en una suerte de adolescente maníaco depresiva. El vínculo entre ambos es evidente: dos desadaptados, víctimas de la disfuncionalidad de sus familias, del sopor de la vida de suburbio, de la letanía de una sociedad pasmada, que, de alguna manera (o de todas), se necesitan.
Alyssa lo busca y James la acepta. Él decide que tiene que enamorarla para acercarse a ella y poder matarla. Ella se siente atraída por ese chico sin sonrisa, y cree que podría, incluso, amarlo. Ambos deciden dejarlo todo: la escuela, a sus familias, para ir en busca del padre de ella, que es casi lo mismo que ir a ninguna parte. En el camino, cometerán delitos y se meterán en un sinfín de problemas. Y, en el camino, el amor se abrirá camino, a trompicones, incómodo, incendiario.
Walking all day with my mind on fire
I can’t stop thinking of you.
La banda sonora de la serie no podría ser mucho mejor. La canción original ha sido compuesta por Graham Coxon, de Blur, y la letra es el resumen perfecto de la historia. Caminando todo el día con la mente en llamas/no puedo parar de pensar en ti. Es eso: dos adolescentes con la cabeza caliente, iracundos, enamorados, inmundos, atípicamente sensuales.
Pero también es dulzura:
Give me all your love now
cause for all we know we might be dead by tomorrow.
Dame todo tu amor ahora/porque podríamos estar muertos para mañana.
La canción es de SoKo (Stéphanie Sokolinski, cantante y actriz francesa), y termina:
Let’s love loud,
Cause soon enough we’ll die.
Amemos alto y fuerte/porque pronto moriremos.
La fuerza del amor, que implica amar hasta la muerte, como si decidir querer fuera, de alguna forma, decidir suicidarse.
Hay muchos guiños al cine y la música norteamericanos: en la banda sonora, predominan las canciones de blues y country de los años 50 y 60, y, en el inicio del segundo capítulo, después de que han estrellado el auto del padre de James, él pregunta: “¿Crees que el coche explote?”, a lo que ella responde: “No es una película”, y piensa, “Si fuera una película, seríamos americanos”. En el fondo, The end of the f***ing world es una serie con un humor totalmente británico, pero narrada como un clásico norteamericano. Es, podría decirse, el punto de encuentro de dos tradiciones exquisitas.
Desde el punto de vista narrativo, la serie también es impecable. Desde el principio, tenemos a dos narradores (James y Alyssa), contándonos la misma historia desde dos puntos de vista. La voz en off de ambos aporta intimidad y perspectiva a lo que sucede, de manera que, rápidamente, estamos dentro de las laberínticas y torturadas mentes de nuestros dos personajes, lo cual hace que sea más difícil saber qué sentir con respecto a ellos. La complejidad de la mente humana está muy bien retratada.
Me parece evidente, también, la influencia de Wes Anderson en varios aspectos de la serie. Desde cómo está filmada y editada (los momentos en cámara lenta, los rótulos que aparecen cada cierto tiempo) hasta la interesante aproximación hacia las mentes adolescentes, el peso del director de Life Aquatic como referencia está claro.
Podrán discutirse aspectos estructurales de la serie, como que un psicópata no deja de serlo porque se enamora, pero lo cierto es que como producto audiovisual es de lo mejor que hemos visto este año. Esa difícil armonía entre buenas actuaciones, buen guion y extraordinaria banda sonora ha sido conseguida con holgura.
Y no se ha acabado el mundo.