Ocurrió casi al principio de la segunda parte, en el minuto 53. El Celta controlaba el partido, atacaba de forma ordenada y daba la impresión de que podía remontar el resultado del 1-2 con el que se llegó al descanso. Aún así el Madrid creaba algo de peligro a la contra, lo que provocó que en ese preciso instante hubiera un remate a puerta de Ronaldo. Fue el momento que eligió el realizador para mostrar en pantalla el primer plano de la estrella del Real Madrid. Ante mi sorpresa, sin saber aún cuál era el motivo, Cristiano Ronaldo sonrió.
La primera parte había sido emocionante, con un primer gol del Celta que hacía temer lo peor. Pero ay, cosas que tiene el fútbol, Gareth Bale aprovechó las dos ocasiones que tuvo y el marcador se puso del lado del favorito.
Nada que hablar de Cristiano Ronaldo en la primera parte, ni una sola bicicleta más allá de las habituales, ni una mala cara, ni una mala contestación. Nada. Se paseó por el juego dentro y fuera de él, como viene siendo habitual en el campeonato de Liga. Pero como el viento soplaba a favor y la tormenta no había meneado aún el barco, el capitán rellenaba sudokus.
Luego llegaría la segunda parte y el minuto 53. Pero para entender la sonrisa de Cristiano Ronaldo en el comienzo de esa segunda parte necesito aclarar que la retroactividad en el fútbol existe. A diferencia de lo que sucede con las leyes, en el deporte nacional se pueden juzgar los hechos mirando por el retrovisor. Al entrar en el minuto 53 todo importaba poco, todavía no sabíamos nada del penalti a favor del Celta, ni que el equipo gallego atacaría como un tsunami, ni que el capitán del barco estaba ausente mirando por la borda saltar a los delfines. Por eso ahora, cuando juzgo lo sucedido en el minuto 53, dicto una sentencia de condena inapelable.
Sucedió de una forma inadvertida, una sucesión de tropiezos menores, de los que no te derriban pero te hacen parecer patoso. El ataque circulaba por el carril izquierdo, fue Modric quien tomó la decisión, ya nadie las toma más que él, Toni Kroos se conforma desde hace tiempo con peinarse a raya y humedecerse los labios, ya no se los muerde. De esta forma el balón llegó a Marcelo y éste se lo pasó a Isco. El de la Costa del Sol lo mandó a trompicones al centro del área, mientras el portugués y el galés pasaban por ahí. De milagro Cristiano lo tocó con la puntera, así que volvió el balón a Modric que debió pensar “intentémoslo por la derecha”. Pasó a Achraf, éste se la devolvió miedoso, Modric hizo de nuevo una pared con él y este último, sin que le quedara ya más remedio, tuvo que adentrarse en el área para dar el único pase acertado de todo el partido. Así es como le llegó el balón a Ronaldo en el minuto 53.
Fue un pase raso, sin botes, sin dificultad, de esos que rematas a ciegas doscientas veces en cada entrenamiento. Es cierto que hacía falta algo de cintura para girarse hacia la portería, pero cintura Cristiano tiene, esa parte la trabaja. Apuntó a portería y acertó, el giro fue correcto. Pero el problema vino con la altura, el balón terminó en la grada. Y hablar de grada en Balaídos es hablar de mucha distancia. A Cristiano se le fue tres pueblos.
Hasta aquí nada que justifique un artículo entero al minuto 53, ¿un remate fallido de Ronaldo? Bueno, uno más. Lo extraño fue su sonrisa, abierta, cristalina, con toneladas de Listerine. Justo después del remate a la nube el cámara pilló a Cristiano de espaldas, aunque se intuía su sonrisa. Fue con la repetición cuando pudimos comprobar el ancho de mandíbula, sus ojos entrecerrados, la nuez en su punto más alto.
Tardé un rato en entender el motivo para sonreír. Caí en la cuenta de que, desde hace un tiempo, Cristiano sonríe cuando es víctima de lo que él considera una injusticia, no es más que un gesto de incredulidad. Si le soplan en el área y cae al suelo, sonríe porque no pitan penalti. Si su pase no llega al compañero porque este se desmarca en la dirección contraria, sonríe por el error infantil del otro. La sonrisa equivale a un no-me-lo-puedo-creer que esconde, verdaderamente, una falta de sentido de la realidad.
En el minuto 53 no había que sonreír, mucho menos en el 80 en una situación incluso más clara que la anterior, un minuto antes del empate. Sonrisas de incredulidad de dioses cuando les susurran al oído que son mortales, que esconden el miedo ante una tormenta perfecta que ya nadie puede disimular.
Me gustaría ver otra sonrisa, la de un Cristiano Ronaldo siendo sustituido en el minuto 70 sin haber marcado un gol. Una sonrisa amplísima, de una incredulidad perfecta. Una sonrisa en la que nunca se ponga el sol.
Buenísima observación. Ese es el mal del Madrid.