Cristiano Ronaldo ha agotado su paciencia, además de la del Bernabéu. El portugués siempre ha envidiado el estatus de Lionel Messi en el Barcelona. El respaldo de la directiva culé, que nunca le ha discutido una mejora de contrato ni una renovación. El apoyo del vestuario, que se ha volcado siempre para hacer piña en torno al hombre que ha llevado al equipo azulgrana a la gloria sobre el césped. Y el calor de la grada, que no ha dedicado un solo pito a Leo en las 17 temporadas que lleva en Can Barça.
Cristiano Ronaldo añora eso. Él ya era el Messi de Old Trafford. Criado bajo el ala protectora de Sir Alex Fergusson, el portugués era la estrella indiscutible del Manchester United. Tenía la admiración del vestuario, el cariño de la grada y el respeto de la directiva. Pero su ambición le llevó a querer ser el Messi del Real Madrid. El jugador más grande en el equipo más grande. Así lo delatan las vitrinas. Llegó al Real Madrid buscando convertirse en una leyenda. Y sus goles lo han encumbrado a ese status. Tres Champions, tres Supercopas de Europa, tres Mundialitos, dos Ligas, dos Copas… Pero sobre todo, y en lo individual, cinco Balones de Oro y el galardón de máximo goleador de la historia del Real Madrid, por delante del mismísimo don Alfredo Di Stefano.
Sin embargo, Ronaldo no ha conseguido convertirse en el epicentro del madridismo. Un propósito probablemente imposible por la naturaleza intrínseca de los azulgranas, más apolíneos, y los madridistas, más dionisiacos. Rival indómito del argentino, la relación de Ronaldo con Leo ha evolucionado desde una inquina indisimulable a un respeto admirable. El mismo que profesa por el argentino el hijo del crack portugués, fan declarado del rosarino.
Jugador insaciable, los gestos de Cristiano reprobando pases que nunca llegaron de sus compañeros, su indisimulada añoranza de Old Trafford, utilizada una y mil veces como arma arrojadiza en las negociaciones, y su hambre por ser más «rico, guapo y famoso», han hecho que el madridismo no acabe de caer rendido ante sus encantos. Siempre pareció que le importaba más lo que ponía encima del dorsal que lo que lucía encima del corazón en su camiseta. El Real Madrid siempre pareció un medio más que justificaba el fin último de este descomunal futbolista: colmar su ambición individual. Ganar su eterna batalla contra el mundo.
Cristiano nunca fue un líder carismático dentro del vestuario. Tampoco lo ha sido el introspectivo Messi. Su núcleo duro siempre ha falado portugués: Pepe, Coentrao, Marcelo, Casemiro… Una limitación estratégica en una plantilla cargada de primadonas gobernada por un Sergio Ramos no ha tenido problemas en desdecir a Cristiano en público. Hoy, tras el último amago de espantada al United, el vestuario mira con desgana al portugués. Con la crisis instalada en el equipo, cada uno está a sus cosas y Ronaldo no ha encontrado complicidad en sus compañeros. Con la excepción de un Zidane incomprensiblemente empecinado en enfrentarse a Florentino Pérez perdiendo su sonrisa y su savoir fare.
Si el vestuario da por amortizado a Cris, la grada no piensa diferente. Cuatro goles en la primera vuelta de Liga evidencian su pérdida de fiabilidad ante la portería. Unido a la natural merma de velocidad que conlleva la edad, lo que es aún más alarmante para un futbolista que ha hecho de la potencia su mejor regate y del disparo su mejor pase. Cristiano ha vivido una relación de amor y odio con la exigente grada del Bernabéu. Sus goles han sido ovacionados y sus errores silbados. Sin llegar a la equidistancia, pero con la exigencia inherente a la camiseta del Real Madrid.
Y por último está su relación con Florentino Pérez. Resquebrajada desde cierta ocasión, hace ya mucho tiempo, en la que el presidente desafió al delantero en una negociación. Cristiano advirtió que se marcharía si el club no accedía a una mejora de contrato y Pérez le retó: «Si quieres irte, trae el dinero de tu cláusula y con ello ficharé a Messi». Aquel «Messi» le sentó como la peor de las puñaladas. Ronaldo, que tiene contrato hasta 2021, entonces habrá cumplido 36 años, tiene una jugosa ficha de 21 millones netos anuales. Lejos de los 40 que acaba de firmar el Barça a Leo. Excusa perfecta para que el portugués exija una mejora, quizás preventiva, ante el feo cariz que ha tomado el asunto del supuesto fraude fiscal que, dicen los expertos, podría conllevar una multa superior a los 50 millones. Ronaldo se niega a admitir el delito, lo que le ha llevado al borde del desfiladero. Y tanto el Real Madrid como su afición han entendido que lo mas higiénico es distanciarse del portugués en este peliagudo trance. Algo que atormenta a Cristiano, quien vio como Messi, que vivió una situación parecida, encontró el respaldo de su directiva y su afición con aquel embarazoso #TodosSomosLeoMessi.
Las hemerotecas recuerdan que nadie está por encima del Real Madrid. Lo que ha provocado salidas traumáticas de la Casa Blanca como las de Di Stéfano, que se marchó al Español renegando de Bernabéu, o las más cercanas de Iker Casillas o Raúl, hoy ejecutivo del florentinato sin ocupación concreta. Cristiano ha ganado todo y ocupa un lugar en el Olimpo madridista. Pero no le ha valido con ser el Cristiano Ronaldo del Real Madrid. Ha querido ser el Messi del Bernabéu. Y se ha equivocado de galaxia.
la Galaxia del Bernabéu es mas grande que un jugador, el Madrid debe de estar por encima de todo y ceder ante un jugador con ego hace que se pierda en categoria , y eso es lo unico que no se puede permitir un club como el Madrid.