Hace siete meses, el Atlético de Madrid estaba dispuesto a renovar la casa. A pintar las habitaciones, a mover tabiques y a cambiar de inquilinos. Llevaba tiempo sin poder hacer reformas y todos coincidíamos en que resultaba necesario hacerlas ya, pero un jarro de agua fría hizo que todo se parase antes de poder empezar.
La noticia cayó en forma de sorpresa dentro del mundo rojiblanco pero en el fondo había sido siempre una posibilidad real. Así lo decía la sanción de la UEFA. La confusión había llegado al mirar a otro lado. Al Real Madrid. Al ver como con “un quítame allá esas pajas”, el poderoso conjunto blanco había evitado la misma sanción por el mismo delito. Ingenuos. Ya decía Orwell que en esta vida todos somos iguales pero unos somos más iguales que otros.
Hace siete meses ya se sabía que Gameiro no es un delantero con personalidad para echarse al equipo encima sino un buen jugador que vive entre la discreción y el anonimato. Que el equipo tiene problemas para crear fútbol o para enganchar el centro del campo con la delantera. Que Vietto se hace muy pequeño cuando juega con la camiseta del Atleti. Que Kranevitter no estaba ni se le esperaba. Que Gaitán no se había adaptado y era muy improbable que lo hiciese alguna vez. Que el ataque de soberbia de un tal Theo Hernández dejaba un agujero ostensible detrás de Filipe Luis. Que Thomas era carne de cesión. Que Augusto era una incógnita con más grises que blancos. Que Juanfran, Torres y Gabi tenían un año más.
No sé cuántas de todas esas certezas se hubiesen corregido en su momento (intuyo que no tantas) pero la contundente decisión del Tribunal de Arbitraje Deportivo (Tribunal Arbitral du Sport) congelaba las voluntades y los deseos. Para alivio de algunos, probablemente. Para disgusto de otros, con toda seguridad.
El 2018, bendito año par, ha liberado el futuro deportivo del Atleti. Sólo el tiempo (y la próxima ventana de fichajes en verano) nos dirá hacia dónde nos llevará eso pero, de momento, dos de los sueños que paradójicamente se quedaron hibernando el pasado verano ya son realidad. Vitolo y Diego Costa. Me temo que, “sólo” con eso, ya tenemos material suficiente para renovar el catálogo de deseos y poder hablar de una nueva versión de Atlético de Madrid.
El equipo de Simeone estrenó el año en Lleida. En la Copa del Rey. En un partido que empezó mal, con una primera media hora atroz de los rojiblancos, en la que al equipo local le basto derrochar entusiasmo para imponerse, pero que acabó con la eliminatoria sentenciada (0-4). El resultado fue tan contundente que el partido estaría a estas alturas engrosando la categoría de anécdota si no fuese porque supuso el debut de los primeros fichajes del Atlético de Madrid en año y medio.
Da la sensación de que Vitolo va a jugar bastante en este Atleti. Es público que se trata de una petición personal de Simeone pero es que además lo parece. Si le preguntasen al Cholo cómo tiene que ser un jugador de banda para encajar en su 4-4-2 te diría que tiene que ser rápido, de buen toque, con desborde, con poderío físico, generoso en las ayudas y disciplinado tácticamente. Sólo faltaría decir que además se tiene que apellidar Machín Pérez. Las cosas saldrán como tengan que salir pero parece que el entrenador argentino tiene el jugador que quería.
Y me dejo para el final a Diego Costa porque eso es otra cosa. Una historia en sí misma. Más allá de la evidente vinculación con los colores rojiblancos, su incuestionable estatus como jugador de élite (por mucho que los hooligans más casposos de las ondas pretendan cuestionarlo) y el hueco tan inmenso que dejó en el equipo cuando se fue a Londres (y que nunca llegó a cubrirse ni de lejos), Diego Costa es un jugador especial. En Atleti o fuera de él. Lo fue, lo es y lo será. De esos que concentran las miradas, acumulan focos y tamizan voluntades. En menos de media hora en el campo marcó un gol, le clavaron los tacos en la rodilla (y casi se la parten), tiró varios desmarques, se peleó con todos y terminó abrazado a su agresor. Es tal la ascendencia del nuevo ariete en el equipo que ni nos dimos cuenta que a su lado correteaba un tal Griezmann (ojo a esa dupla que puede ser épica).
El nuevo año está a punto de comenzar y lo de Lleida no puede entenderse más que como lo que es, un partido de Copa del Rey contra un rival de Segunda División B, pero creo que los aficionados al Atlético de Madrid tienen motivos para ser optimistas. Lo creo de verdad. Comienza otra partida.