Hace unos minutos he pasado en coche por debajo del Vicente Calderón y seguía ahí. Vacío. Triste. Con ese estado de envejecimiento prematuro en el que lo han dejado. Se me ha puesto una sonrisa en la cara recordando las mil y una batallas que tuve la suerte de vivir pero también se me ha encogido el corazón al ser consciente de que puede que sea una de las últimas veces en las que pueda verlo con mis propios ojos.
En esta vida existen muchas personas que te acaban gustando pero muy pocas de las que te enamoras. Hay personalidades objetivamente arrebatadoras y bellezas universalmente incuestionables pero enamorarse es mucho más complicado que todo eso. Es un acto individual que suele seguir reglas poco racionales y difíciles de explicar.
La afición del Atleti estaba enamorada del Vicente Calderón. Es absurdo cuestionarlo. Con sus arrugas, sus achaques y sus contestaciones a destiempo. No busquen lógica cartesiana en algo que no la tiene. No fue un amor a primera vista, es cierto, pero fue un amor verdadero. Un amor granítico, cimentado en el orgullo de un sentido de pertenencia muy particular. Un amor construido a lo largo de años de travesía. Con heridas, con triunfos, con frío y con calor.
El nuevo Metropolitano es un estadio magnífico. No hay duda. Es más guapo, más fuerte, más alto y más listo. Luce más cuando lo enseñas, está mejor preparado y baila mejor pero eso no significa que estemos enamorados de él. Creo, de hecho, que no lo estamos.
La lógica apunta a que lo acabaremos estando. Parece que es sólo cuestión de tiempo el que el recinto coja personalidad, se empiecen a consolidar ciertas rutinas, aparezcan sinergias en la grada y sucedan algunos episodios épicos. Mi miedo es que, por el camino, la afición rojiblanca haya mutado a otra cosa diferente. A otra cosa que no me guste y en la que no me reconozca.
A día de hoy el Wanda Metropolitano es un excelente estadio para albergar finales pero me cuesta verlo todavía como mi casa de todos los domingos. Me sigo sintiendo ajeno. Haciendo mío lo que una vez dijo Antonio Gala, el Metropolitano nos está dando muchas facilidades para hacer el amor pero no tantas para enamorarnos.
Un ejemplo. En el Calderón, después de décadas como abonado, conseguí terminar sentándome en las filas centradas del anfiteatro lateral. Un logro personal. Hoy es imposible hacer lo mismo en el Metropolitano. Tengas el número de “socio” que tengas. Ese espacio (inmenso) está ahora ocupado por extraños asientos VIP (que no lo parecen) y que rara vez se ocupan. Enfrente, que podía ser una alternativa, el área aparece dominada por una inmensa zona de prensa que disfrutan los que deberían criticar que exista algo así. Parece que se ha retirado a los aficionados regulares de las zonas centrales, empujándoles a rellenar el resto de los huecos. Los abonados siguen siendo muchos, la mayoría, pero ahora pagan más y están más lejos. Aparecen más compartimentados y más divididos entre sí. A rebufo de esas áreas que parten el estadio y que aparecen profilácticamente separadas del resto. No creo que sea casualidad el que no hayamos visto un solo tifo en el nuevo estadio.
¿Tiene solución? Difícil cuando ni siquiera parece que sea un problema. ¿Lo es? Difícil cuando voluntariamente se ignoran los conceptos de pertenencia, identidad, fidelidad, sinergia o empatía. Conceptos que en otros tiempos hacían que del aficionado colchonero algo distinto y ahora parecen molestar. La singularidad asusta en el nuevo código. Mejor ser como los demás.
Es muy probable que el nuevo estadio siga apareciendo en el futuro lleno de gente, pero desconozco si esa gente se parecerá o no a la que hasta hace poco llenaba el Vicente Calderón. Me pregunto también si eso es bueno o malo. Bueno, eso no me lo pregunto. Eso lo tengo muy claro.
Estoy convencido que nos acostumbraremos tanto tanto o que el añorado Calderon.
De la misma forma paso en el traslado del antiguo Metropolitano
Enhorabuena Ennio. Saludos.
Certero como siempre, Ennio, y sobre todo en lo que concierne al Nuevo Metropolitano.
Pero me gustaría comentar algo del Calderón, estadio del que me fuí con lágrimas en los ojos, puesto que mi vida en el fútbol coincide con la de nuestra eterna casa, ya que mi padre me hizo abonado infantil con el estreno del Manzanares. Una vida viendo al Atleti en ese estadio. Por ello recuerdo perfectamente que durante años y años el Calderón era el estadio más desolado y frío de España y sólo se llenaba en ocasiones especiales. El pobre Vicente Calderón no sabía ya qué campaña inventarse para atraer gente al recinto ribereño: «Por cada nuevo socio regalamos otro infantil», «El 2 x 1», «A por los 30.000 nuevos socios»…. Pueden verse en You Tube resúmenes, por ejemplo, de derbies, de los años 80 y 90 con muchísimo cemento en las gradas.
En fin, que creo que la enorme magia del Calderón como ambiente ganador se inició posiblemente con el doblete, y paradójicamente con el descenso a Segunda, reforzándose de forma extraordinaria durante los últimos años de cholismo.
Cuento todo esto para tener perspectiva, y sobre todo esperanza de que el Nuevo Metropolitano tarde menos tiempo en convertirse en nuestra verdadera casa.
Un abrazo.