Si alguno siente la tentación de juzgar precipitadamente esta foto, espere al final del artículo. Esto no va de moda, ni siquiera tiene que ver con el fútbol. El lío que se ha montado por la foto que Sergio Ramos ha colgado en su cuenta de Instagram es por un tema de paleta de colores, no por la talla o por las prendas elegidas. Es cierto que son solo dos tonalidades, pero a nadie se le escapará que una de ellas es el gris cenizo. No recuerdo quién dijo que el color gris es diplomático, por eso de que queda bien con todos. Es un matrimonio de conveniencia entre los enemigos acérrimos del arco iris, el blanco y el negro. La luz en su estado más puro se mezcla con la ausencia de luz y, como resultado, nace esa tibia mezcla de todo y nada que es el gris nuboso de una tarde de lluvia en Madrid.
Pero vayamos al azul. A los ventitantos tuve un Opel Corsa con ese color, su tono brillante me ayudaba a encontrarlo en el parking de Hipercor. Es un azul ultramar mediterráneo, de reflejo celeste, con un toque suave de cobalto. En la foto hay mucho más azul: en la gorra, en el abrigo, en el cuello del polo y en las dos zapatillas. Nada es casualidad, todo está ahí colocado por algún motivo, supongo que un dedo índice lo señaló en alguna percha. Tiene mucho mérito comprarse ese abrigo, pero probablemente tenga más mérito encontrar el polo, la gorra y las zapatillas a juego. El abrigo en este caso representa lo que para Yves Saint Laurent fue el esmoquin en la mujer, una forma de reivindicar prendas que no correspondían al género, algo así como aplicar la canción protesta al prêt-à-porter.
Nunca he sabido por qué motivo este color era el que representaba la tristeza en el idioma inglés. El Blues no es sólo un género musical, también es un estado de ánimo. Sin embargo, en nuestra foto, Sergio Ramos no parece estar triste, más bien al contrario. La comisura de sus labios no llega a estirarse lo suficiente, pero está al final de la curva, entre la satisfacción y la media sonrisa, tirando más a feliz que a melancólico. Diría que es el tipo de expresión facial que se te queda cuando te sabes de memoria la lección y estás delante del profesor esperando a que te pregunte. En el caso de Sergio Ramos, la tarea cumplida debe consistir en haber sido capaz de combinar no solo los colores, sino también el equilibrio en las prendas. La gorra, el cuello por fuera, el abrigo y las zapatillas son una mezcla tan arriesgada como lo fue el primero que salió a la calle con unos auriculares en las orejas conectado a unos walkman. Al principio le miramos con desconfianza, pero al final todos acabamos por imitar hasta el último detalle.
Ser pionero es siempre una labor ingrata. Sabemos que Sergio Ramos estará siendo arropado por su familia y amigos en estos momentos tan difíciles, pero es inevitable hacerte preguntas cuando te quedas a solas en tu habitación. Aunque resulte difícil de decir, creo que la elección del vestuario de Sergio Ramos nada tuvo que ver con la derrota de su equipo; de hecho, podríamos afirmar todo lo contrario. La convicción unánime el sábado en el Bernabéu era la del comienzo de una nueva época, un compromiso por parte de todos de pasar página. Sabíamos que contra el Villarreal veríamos renacer al Ave Fénix y en esa conjura se pusieron a trabajar todos juntos, el equipo titular y los lesionados que, como Ramos, veían el partido desde el palco. Unos vistiendo el uniforme oficial de su equipo, otros representando con su profundísimo fondo de armario lo que era un deseo colectivo de optimismo. Pero en ese punto, confundió el verde esperanza con el blues cenizo, cambiando por completo el relato, la adhesión del público y todas las interpretaciones malintencionadas que han venido después.
La falta de acierto en el terreno de juego, y no la descuidada elección de colores del capitán blanco, quiso que lo que al principio se anunciara como una tarde feliz, se convirtiera a posteriori en un crepúsculo de marcha fúnebre. Y en este réquiem de funeral, la ropa carnavalesca de Sergio Ramos acompañó muy mal al séquito mortuorio.