Tenía que llegar el momento en que Bale tomara el relevo de Cristiano Ronaldo, aunque se retrasó tanto que dejamos de esperarlo. La opción de que compartieran protagonismo era imposible, porque son futbolistas parecidos en exceso —y no comparo personalidades, es obvio— y porque Bale es, en bastantes aspectos, el reverso de Cristiano y no se conoce moneda que muestre sus dos caras al mismo tiempo.
Lo que sucedió contra el Deportivo no fue un reparto equitativo de goles, nada más lejos de la realidad. Entre los dos que marcó Bale y los que consiguió Cristiano —de momento dejaremos al margen los de Nacho— existe la misma diferencia que hay entre la harina y las guindas. Fue el galés quien clavó la espada en el corazón de la mala suerte, quien proclamó el estado de tranquilidad; cuando intervino Cristiano el dragón ya estaba muerto. El portugués pudo redimirse cuando Schar le abrió la cabeza en el segundo de sus goles. Nada conmueve tanto al madridismo como la sangre roja sobre el uniforme blanco; sin embargo, Cristiano no dio ni tiempo a la aclamación espontánea. En lugar de mostrar al público su herida, y presumir de brecha, y querer volver, utilizó el teléfono móvil del médico para observar si la cicatriz le estropeará el conjunto. Eso es Cristiano.
La diferencia con tiempos no tan lejanos es que todo lo que es Cristiano ya no encuentra la compensación de la excelencia y no hay quien escape de esa percepción, ni siquiera el principal interesado. La frustración de Ronaldo no es la del delantero en mitad de una mala racha, sino la de una estrella que pierde brillo. Si esa luz se difuminara en mitad del espacio sería más llevadero; lo terrible es que está siendo absorbida por un compañero que está mutando de copia a original.
Ha sido en el declive de Cristiano, cuestión que ya parece irrevocable, cuando Bale ha sentido que ya no alteraba ningún estatus, cuando ha superado lo que pudo ser timidez enfermiza o respeto desproporcionado a la estrella vigente. En cierto modo, y confío en que acepten la exageración, Bale se ha pasado cuatro años lustrando las botas de Cristiano, tal y como es costumbre en el fútbol británico cuando un meritorio llega a un gran equipo. Cuatro años, ni siquiera se dice pronto.
FINAL #RealMadridDépor 7-1
¡GOLEADA para volver a GANAR!
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Cuando Bale marcó el primero de sus goles, el que devolvía la calma al Bernabéu (2-1), Cristiano no levantó los brazos; todavía reclamaba un penalti que no fue. Había sido un gol espléndido y, lo que resulta todavía más importante, era un gol tranquilizador después de que el Deportivo se hubiera puesto por delante en el marcador. Sobraban los motivos para celebrarlo. Sin embargo, Ronaldo seguía pendiente de su jugada, de su penalti y de su ombligo. Me niego a considerarlo como un precio a pagar por esa ambición desmedida de la que, en última instancia, se beneficia el equipo. Nunca se debió consentir semejante excusa, pero a partir de su bajada de rendimiento ya no hay disculpa para la egolatría. Su constante frustración por no cumplir sus objetivos personales es peligrosamente contagiosa para un equipo que debe reconstruirse desde lo anímico.
La tortura de Cristiano es que no puede negar lo que todo el mundo comprueba. Si Zidane alineó como titular a Borja Mayoral fue para desplazar a Ronaldo a sus viejos territorios; la evidencia es que no funciona como delantero centro. Cierto es que el chico tuvo un mal día y ya habrá heredado todos los críticos que dejó Morata, pero también es verdad que el Real Madrid mostró una disposición más coherente sobre el campo.
El prodigio es que, en mitad de esa lucha de gigantes, se consagró un chaval al que se ha mirado siempre con condescendencia: Nacho. El doblete ya sería razón suficiente para sacarlo a hombros, pero más importante todavía fue su influencia sobre el juego y el restablecimiento moral del grupo. Nacho propició y marcó el empate. Además, con la inestimable colaboración de Casemiro, se bastó para contener las arremetidas del Deportivo, para levantar a los compañeros caídos y a los espectadores tumbados, para devolver al Bernabéu el espíritu que lo convierte en casi inexpugnable. En el fondo, es un acto de fidelidad a la historia: el Real Madrid siempre sale de las crisis apoyándose en la cantera. Acepten como cantera a un galés que ha tardado cuatro años en abrir la boca y que podría pronunciar su primera palabra en castellano con acento de Chamberí.