Una de las primeras revelaciones que nos hace un partido de fútbol es cuáles son los jugadores que están iluminados, si es que hay alguno. No se necesitan muchos minutos para averiguarlo. El futbolista inspirado tiene la vista despejada de dificultades. En el caso de Iago Aspas el descubrimiento es recurrente. En la historia del fútbol hay muy pocos futbolistas de ataque que hayan sido al mismo tiempo puñal y cerebro. Referido al Celta, Aspas lo es absolutamente todo: ideólogo, general y soldado con bayoneta. No hablamos de un buen futbolista de club, ni siquiera de uno extraordinario. Estamos ante uno de los mejores jugadores de Europa, penalizado en su repercusión porque, tristemente, dar conciertos en el Celta es como cantar en la ducha.
En el caso del Real Madrid es más complicado detectar cuál será el genio con todas las luces encendidas, aunque últimamente hay un nombre que se repite: Gareth Bale. Ya sea de titular o suplente, cada una de sus intervenciones deja una indiscutible sensación de autoridad, de jugador adulto entre novatos. Que Aspas y Bale sean zurdos sublimes y celtas en sentido antropológico es una coincidencia que no pasaremos por alto para estar a bien con las meigas y los trasgos.
Entre Bale y Aspas escribieron el partido en la primera mitad. Cada uno en su estilo. El galés a ratos y el galego de modo permanente, obligado por su pluriempleo. Aspas asistió a Wass en el primer gol del Celta y Bale dio la vuelta al marcador en seis minutos y con dos goles de delantero de centro, desmarques a la espalda de los centrales y remates certeros al primer toque. Ignoro qué pudo pensar Benzema, si es que veía el partido, y me cuesta menos imaginar los sentimientos de Cristiano, ese pulso permanente entre la satisfacción leve y la rabia profunda.
Espero no ofender a nadie si afirmo que Bale ganó el primer combate porque la simple razón de que cuenta con mejor compañía. En la segunda mitad, sin embargo, se quedó sin energías y sin colaboradores. El Madrid volvió del vestuario decidido a resolver la cuestión, y hasta pareció que lograría imponer su fortaleza física, aquella baza que le elevaba sobre el resto de adversarios. Falsa impresión. El equipo ha perdido el instinto asesino. Se comporta como un león vegetariano, feroz en apariencia pero etéreo en el comer.
A lomos de Aspas, el Celta recuperó el mando y zarandeó al todavía campeón de Europa. Fue el propio Aspas quien provocó un penalti y lo falló a continuación, o mejor será decir que fue mérito de Keylor adivinar la dirección, la potencia y la altura. De no haber sido por esa parada, a estas horas arreciarían las críticas contra el portero por haber recibido goles que hubiera encajado cualquiera.
Aspas no se entregó y Maxi Gómez logró el empate que hacía justicia. A 16 puntos del Barça, el Real Madrid ya cuenta con el certificado oficial de su adiós a la Liga; ahora deberá concentrarse en el objetivo de ser tercero y, si acaso, segundo. Algo falla. Hay un estado de mal humor que ha alcanzado al entrenador que siempre sonreía. Hay falta de acierto en el ataque, falta de tensión en el mediocampo y en la defensa, y un problema inventado en la portería. Personalmente, no se me ocurre más medicina que la Champions.