A Diego Pablo Simeone le gusta ganar, pero no sólo. O no tanto. Al Cholo lo que le apasiona es la competición. La de su ejército contra cualquier enemigo posible y la de sus propios reclutas en busca de galones que lucir en su pechera, de méritos que adornen su taquilla en los vestuarios de Majadahomda. Eso es con lo que Simeone entra en ebullición, lo que le hace sentir vivo y por lo que se dedica a lo que se dedica y donde se dedica. El resto son detalles, que ponía en las camisetas.
Por eso el técnico argentino compone su juego de espejos en un campo de fútbol. No es desdén a un rival de Segunda B en una competición como la Copa del Rey. Tampoco es un sesudo análisis de rotaciones en mitad de una temporada extenuante. Es una invitación a la competencia, ni más ni menos. Un juego de espejos perfectamente estructurado en busca del Atlético de Madrid deseado, de su Atlético de Madrid.
A un lado del espejo los recién llegados, los aclamados desde junio, los anhelados en busca del paso adelante. Diego Costa y Vitolo en el banquillo, de salida, para que sepan de primera mano lo que tienen que mejorar sobre el césped, para que sean conscientes de que están aquí no para dar réplica sino para elevar el tono. Y si los demás no siguen el ritmo ya saben dónde está la puerta. Que se lo digan a Gaitán. O a Vietto, ya en Valencia en busca de algún aplauso.
Al otro lado del cristal los nuevos meritorios, aquellos que no terminaron de acabar con las dudas durante la primera parte de la temporada. Griezmann estaba en el banquillo, pero sobre el francés no caben dudas. Hablamos de Correa, de Carrasco, de Gameiro y de Fernando Torres y del papel que van a empezar a representar, que van a querer representar mejor dicho, a ojos de Simeone.
No salieron bien parados estos en el juego competitivo del Cholo. Gameiro apenas revoloteó por el balcón del área sin mordiente ni presión. Carrasco, en su neblina habitual, se refugió en el balón parado y de sus botas partió el centro del 0-1 que marcó Godín. De Correa aún se esperan noticias de por qué estando en el equipo titular no jugó en Lleida y Torres incidió en esa línea melancólica de ídolo de la afición venido a menos, llegado a nada. Al menos marcó el 0-2, aunque fuese en fuera de juego.
La foto del partido, la representación teatral no tardó en llegar. Salió Vitolo y se fue Carrasco. Primer espejo roto. Tres minutos después ingresó Diego Costa por Fernando Torres. Segundo espejo roto. Destrozado, más bien. También entró Griezmann, pero éste tiene su particular mirror en el que sólo se refleja él. En escasa media hora, los tres se asociaron, se buscaron y conectaron. A Costa y a Griezmann hasta les dio tiempo para anotar el tercero y el cuarto. Mensaje recibido, reenviado y certificado.
⏱ 70′ | 0-3 | ¡G⚽⚽⚽⚽⚽⚽⚽⚽L de…. @diegocosta!#LleidaAtleti #AúpaAtleti pic.twitter.com/9fTTgG7tsC
— Atlético de Madrid (@Atleti) 3 de enero de 2018
¿El partido? Sí. Era uno de ida de los octavos de final de Copa. El Lleida, equipo de Segunda B, puso el entusiasmo, durante unos minutos se insinuó como gran sorpresa de la ronda de octavos, enseñó alguna de sus virtudes con un interesante Iván Agudo y cayó rendido a la evidencia de tener enfrente a un rival que te come sin hambre. Ese Atlético que ya es por fin tan competitivo de puertas afuera como, sobre todo, adentro. El Atlético que quiere Diego Pablo Simeone.