El Atlético de Madrid sigue a su ritmo, firme en su carrera por alejarse del Real Madrid y mantenerse cerca del Barcelona. En Eibar ofreció una de sus versiones más consistentes de la temporada en la primera media hora, cuando transmitió la sensación de ser un bloque compacto, impermeable en defensa y eléctrico en ataque. Fue ese Atlético que controla los partidos cuando en apariencia es el rival quien lleva la iniciativa. La hora de partido restante vivió encogido, defendiendo la ventaja en el marcador y olvidándose de que había una portería en el otro extremo del campo. Le valió contra el Eibar, como le ha valido otras tantas tardes, pero, una vez más, se fue del campo el Atlético dejando la sensación de que tiene equipo para vivir sin tanta angustia. Si no se ahogó de tanto nadar a contracorriente fue porque vive agarrado a un flotador enorme, de manos gigantescas y reflejos de superhéroe que es Oblak.
La posesión del balón es un asunto menor para Simeone, que empezó a aniquilar al Eibar desde el mismo momento en el que le cedió la pelota. Porque se jugó como quiso el Cholo. Con el equipo bien recogido atrás, como es costumbre, estudió desde su cueva al contrario, al que entregó el balón, le invitó a atacar y le destrozó con una rápida maniobra ofensiva.
Los partidos del Atlético son un ejercicio de paciencia. Para el equipo, para el rival y para los aficionados. Para el Atleti, porque no es fácil vivir con tanta intensidad; para el contrario, porque le obliga a estar concentrado hasta en el túnel de vestuarios; y para el aficionado, porque no siempre es fácil digerir algunos partidos.
Tapadas las vías de acceso a Oblak, sólo era cuestión de aprovechar un descuido, de poner una pincelada de talento a una carrera. Pudo hacerlo a los tres minutos Correa, pero le faltó precisión. La misma que tuvieron Koke, Griezmann y Gameiro cerca de la media hora para componer la mejor jugada del choque. Robó Koke un balón y dibujó un pase perfecto al hueco para Griezmann, quien le entregó la pelota a Gameiro para que pusiera firma a esta perfecta combinación.
Conquistado el castillo, lo que decidió el Atlético de ahí al final fue defenderlo del asedio del Eibar, que si no empató fue porque Oblak tuvo otra de esas noches en la que parece más grande que la portería.
Renunció el Atlético a atacar, pegó el trasero de sus centrales a la nariz de Oblak y confió en que nada pasara. Y pasó. Sucedió que el Eibar siguió teniendo el balón, pero cada vez más cerca de la portería y con más espacios. Ya no tapó tan bien los huecos el Atlético, que empezó a tener demasiadas vías de agua a las que atender. Se acumularon las ocasiones en el segundo tiempo para el Eibar con la misma velocidad que las malgastaron sus futbolistas o las anuló Oblak.
Trató de recomponer el equipo Simeone con los cambios, pero sin demasiado éxito. Porque más que una cuestión de nombres era una cuestión de estilo, de apostar por dar un paso al frente, por adelantar varios metros todas las líneas, en definitiva, por parecerse al equipo que fue en la primera media hora. Pero no supo o no lo quiso hacer el Atlético.
De nada sirvió que Carrasco sustituyera a Correa y Koke se cambiara a la banda derecha para tapar las subidas de José Ángel y las incursiones de Inui. Como tampoco sirvió renunciar a un delantero (Gameiro) para reforzar el centro del campo (Augusto). Como no tuvo ningún efecto que Torres ocupara el lugar del Griezmann.
Lo único que mantuvo en pie al Atlético fue Oblak, la táctica que nunca falla a Simeone.