Me preguntaron, hace poco, —porque llegué tarde a verla, lo confieso—, de qué iba Atlanta, la serie que ha sido catalogada como una de las mejores del 2016 y la mejor comedia en mucho tiempo. Tímidamente, casi tartamudeando, como quien no tiene idea de lo que habla, respondí: “Es sobre unos tíos negros de Atlanta que luchan por salir adelante en un contexto de pobreza, crimen y hip hop”. Dicho así, suena como un ladrillo moralizante de esos que Hollywood produce por docenas cada año. Y no podría estar más lejos de eso. Felizmente.
¿Cómo describes una serie en la que Justin Bieber es negro, hay un gordo afroamericano que dice haberse sentido blanco desde que nació —y que se queja de ser discriminado por eso— y un auto invisible, todo a lo largo de diez capítulos de 25 minutos? Y todo eso en medio de un contexto crudamente real, en el que los ciudadanos negros de Atlanta viven rodeados de crimen, sumidos en la pobreza, embriagados por las notas de hip hop. Es difícil describirla porque, también, es una serie difícil de ver: la línea narrativa no es lineal; los capítulos pueden entenderse por separado y, en algunos casos, son más bien lentos y carentes de acción.
Todo esto, aunque podría restar, suma, y mucho, para que Atlanta sea una serie casi tan desconcertante como magistral. Donald Glover, el multifacético artista que ha escrito para 30 Rock, ha sido Troy en Community y el rapero Childish Gambino en la vida real, ha creado un mundo en el que el surrealismo y la realidad se cruzan en discotecas, barrios marginales y edificios multifamiliares. En una nación negra dentro de un país de blancos.
Lo que trasciende la unidad de cada capítulo es la bondad y la sensibilidad de los personajes principales: tanto Earn (Glover), como Paper Boi, el rapero al que representa el personaje principal, pasando por Van, la madre de la hija de Earn, son personajes que, dentro de todo, generan empatía con el espectador. Y, más importante, lo hacen con sus coprotagonistas: Atlanta es, también, el relato de una gran familia —disfuncional, excéntrica, incluso violenta— que, más que vivir, sobrevive.
Atlanta es una serie que, además de ver, hay que oír. La banda sonora, que empieza con la suave genialidad de Tame Impala, explota con el duro hip hop de Migos y descansa en los tonos lo-fi de Beach House, sigue, como la historia, un camino disparejo, sinuoso, hipnotizante. La mano de Childish Gambino —cuyo último disco Awaken, my love! (2016), es, también, una obra de arte—, está tan presente como la de Donald Glover. Este muchacho de 34 años explicó que la nueva temporada llegará recién en febrero de este año porque ha estado, sencillamente, muy ocupado.
El décimo capítulo, que podría también ser el primero o el último de la historia de esta serie (suerte que no ha sido así), es el cierre perfecto de un círculo en el que, al final, entendemos que Earn, como el resto del mundo, está solo. Una vez que se apaga la luz y deja de sonar la música, Atlanta es una ciudad de hombres y mujeres tan únicos como plácidamente solos. Y de eso, en el fondo, va la historia.