Hace más de un siglo, el escritor británico H.G. Wells concibió una máquina del tiempo que ha alimentado la imaginación de generaciones de lectores fantaseando con la posibilidad de viajar en esta dimensión. Desde Stephen Hawking a través de la física hasta Robert Zemeckis mediante el cine más naíf en Regreso al futuro, el ser humano siempre ha soñado con la posibilidad de trasladarse a otra época. Pues bien, a día de hoy lo más parecido a la máquina del tiempo que se ha inventado es una pantalla de cine. Y el director neoyorquino Woody Allen es uno de los que mejor saben llevarse al público a habitar otras épocas, como hizo en Días de Radio, La rosa púrpura del Cairo, Midnight in Paris o en esos geniales flashbacks de Annie Hall en donde viajamos a la infancia de Alvy Singer bajo la montaña rusa Cyclone de Coney Island en Brooklyn.
Título: Wonder Wheel.
Dirección: Woody Allen.
Reparto: Kate Winslet, Justin Timberlake, Juno Temple, James Belushi.
Nacionalidad: EEUU.
Duración: 101 min.
Con Wonder Wheel Allen nos vuelve a montar en su máquina del tiempo para llevarnos a este nostálgico parque de atracciones en su época de romántica decadencia en los años 50 del siglo pasado. Con una localización tan evocadora como Coney Island y gracias a la sublime fotografía del italiano Vittorio Storaro, que colabora con Allen desde Café Society (2016), uno espera que la película respire aromas a algodón de azúcar, pero lejos de contarnos una historia almibarada, Allen se marca un guion lleno de amargura, desencanto y corazones rotos. El drama en forma de cuadrilátero amoroso, al cual puede que le falten algunas gotas más de humor e ironía marca de la casa, no llega a estar lo suficientemente engrasado, y el carrusel emocional, de celos, amores y desamores que viven sus personajes chirría ligeramente haciendo que el filme no sea redondo.
Pero esa imperfección narrativa se compensa con la perfectísima elección del casting. Cuatro actores a los que Allen saca lo mejor de sí mismos. En primer lugar, una Kate Winslet que parece que haya naufragado en la playa de Coney Island 20 años después del hundimiento del Titanic. La actriz debuta con el neoyorquino con la que posiblemente sea su mejor interpretación en el cine, dando vida a una frustrada camarera casada con un alcohólico de rudos modales que se enamora de un hombre más joven, lo que la lleva a enfrentarse a un trágico dilema moral. Además, está el luminoso personaje de Justin Timberlake, un socorrista aspirante a escritor que actúa también como narrador de la historia y al que Allen compara con las grandes estrellas del Hollywood clásico: «Si hubiera trabajado en los años 30, 40 ó 50, Timberlake se habría codeado con Clark Gable o Humphrey Bogart«. Y como complemento, las excelentes interpretaciones de un dulcemente tosco James Belushi, en el papel de un operador del tiovivo con problemas con el alcohol, y la encantadora inocencia de Juno Temple, como hija de éste perseguida por su marido, un mafioso italiano que quiere matarla por haber cantado ante el FBI —por cierto, qué infrautilizado está el cameo de Tony Sirico, el inolvidable Paulie de Los Soprano—.
Por último, destacar el personaje más surrealista de la cinta, el hijo de Kate Winslet, un niño que debe acudir a terapia psiquiátrica ya que sufre una extrañamente romántica afición a prenderle fuego a todo. Con todos estos elementos, el director, a sus 82 años, vuelve sobre sus temas recurrentes para recordarnos, como en la canción de Marisol, que la vida es como una tómbola, o en este caso, como una vieja noria en Coney Island.
CERVEZA RECOMENDADA
Brooklyn Lager. Alcohol: 5,2%. Amargor: 30 IBU

El distrito neoyorquino de Brooklyn fue hace más de un siglo lugar de llegada de muchos inmigrantes alemanes que, según bajaban de los barcos, iban fundando sus propias fábricas de cerveza, sin la cual no podían vivir, como es lógico. De hecho, antes de la lamentablemente célebre Ley Seca (1920-1933) existían unas 80 cerveceras en Nueva York, de las que 50 de ellas se ubicaban en Brooklyn. La actual Brooklyn Brewery ha conseguido resucitar, desde su fundación en 1987 por Steve Hindy y Tom Potter, aquellos años de esplendor elaborando unas magníficas cervezas hechas en el hoy barrio hipster de Williamsburg.
Su cerveza de referencia es esta American Amber Lager de color dorado-ámbar, elaborada con tres tipos de malta y cinco de lúpulo diferentes, lo que la concede una extraordinaria complejidad de aromas y sabores. En nariz, como mandan los cánones de las nuevas craft norteamericanas, destacan sus notas lupuladas, en este caso con aromas herbales y florales elevados casi al nivel de una IPA, destacando sobre los aromas maltosos. En boca es muy equilibrada, manteniendo por un lado un sabor a pan cocido propio de las maltas compensado por los sabores cítricos y herbáceos aportados por los lúpulos. Una Lager americana que entra sola.