La vida es demasiado corta como para perder el tiempo en series irrelevantes. Me lo digo y me lo creo, pero no hago el menor caso. Durante varias noches, he empleado mi tiempo en ver The Sinner, en principio arrastrado por la sensual insistencia del menú de Netflix (“recomendado para ti”) y después atraído, básicamente, por la presencia de Jessica Biel. Si digo básicamente (adverbio acaparador, pero no aplastante) es porque también me pareció interesante el reencuentro con Bill Pullman, un secundario habitual en las películas de los 80 y los 90 al que todos hemos confundido en alguna ocasión con Jeff Daniels (y viceversa).
El arranque de The Sinner cumple con el protocolo de las series que temen ser abandonadas a los cinco minutos. Para evitarlo, nos golpean en la cabeza con cualquier objeto contundente, lo que trasladado al guion supone un triple salto argumental o directamente un salto al vacío. A partir de aquí, los guionistas, pobres, deben buscarse la vida para salir del embrollo y a duras penas lo consiguen. Los ingredientes de la desesperación son conocidos: sexo sugerido, morbo evidente y misterio a granel.
Logrado el impacto inicial, The Sinner se va cayendo hasta que sólo nos mantenemos en pie los admiradores de Jessica Biel. Y no me estoy refiriendo en este caso a los admiradores de sus recursos interpretativos, ya lo habrán imaginado, sino a la fascinación que pueden llegar a despertar ciertas bellezas cuando se sitúan frente a una cámara cinematográfica, fotográfica o incluso frigorífica.
Lo aviso: para engancharse a esta trama más allá del planteamiento inicial hay que estar enganchado antes a Jessica Biel, y admitirlo nos lleva a entender que el título de la serie no apunta a la protagonista, sino a los que la observamos; los pecadores somos nosotros. Mediados los ocho capítulos de los que consta la serie, el espectador ha dejado de preguntarse qué esconde dentro de su ser Cora Tannetti, para disfrutar de lo que no esconde, aunque lo pretenda. Es costumbre de los muy guapos desear que les aprecien más allá de su apariencia física y para ello tienden a afearse, generalmente sin éxito. Lo pretendió Halle Berry en Monster Ball y con la misma rotundidad fracasa Charlize Theron cada vez que lo intenta (Monster, Mad Max…). Una mujer guapa —debo suponer que con los hombres ocurre igual— lo es en la plenitud cosmética y en el desaliño más legañoso. Lo es con y sin ojeras, vestida de Prada y lo es muchísimo más disfrazada de presidiaria, tal y como se ha demostrado en Orange is the new black.
Todo lo anterior se puede aplicar a Jessica Biel, que en The Sinner practica con denuedo las ojeras, el desaliño y el traje de presidiaria. Ni a cuchilladas consigue despegarse de nosotros, sus rendidos admiradores, atentos a que baje la guardia o suelte el puñal para pedirle un autógrafo, un selfie o una cita. Es costumbre de las muy guapas rebajarse la belleza con algún tipo insignificante y de apariencia vulgar, aunque, sorprendentemente, la señorita Biel entretenga su tiempo con Justin Timberlake. Ta vez, en el fondo, sea una buena actriz.
Resumen de lo anterior: véanla y me dirán si miento. Aquí les espero.
Trueba escribe muy bien de fútbol y ciclismo. Éste es un ejemplo de que las películas y las series no son su elemento natural; y no quiero ser el que abra ese melón, pero el fondo de casi todo lo que dice este artículo es tristemente machista.
La serie, por otro lado, no me pareció mal. Efectista pero entretenida, y tanto Pullman como Biel, con sus interpretaciones (no con su físico) tiran de la trama.
Varón blanco heterosexual… como se le ocurre opinar de una mujer!