Hace mucho tiempo —exactamente 40 años y siete meses—, en una galaxia muy, muy lejana —un cine de barrio de cualquier gris ciudad de la España setentera—, pasó sobre las cabezas de una generación de críos una inmensa nave espacial lanzando rayos láser en un oscuro firmamento estrellado cambiando para siempre nuestras vidas y, de paso, la historia del cine. Esa secuencia inicial del Destructor Imperial de La Guerra de las Galaxias —creado por el diseñador conceptual de Boeing Ralph McQuarrie, responsable también de la imagen de Darth Vader—, rodada en un sorprendente ángulo y con unos efectos de sonido alucinantes, era algo que no se había visto antes en una pantalla y el impacto que tuvo sobre toda una generación de espectadores fue algo también irrepetible.
Título: Star Wars: los últimos Jedi.
Dirección: Rian Johnson.
Reparto: Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver, Óscar Isaac, Mark Hamill, Carrie Fisher, Domhnall Gleeson, Benicio del Toro, Laura Dern, Gwendoline Christie, Kelly Marie Tran, Lupita Nyong’o, Anthony Daniels, Andy Serkis.
Nacionalidad: EEUU
Duración: 150 min.
Hoy, cuando se estrena la octava entrega de la saga de Star Wars, la creación de George Lucas lleva amasados casi 40.000 millones de dólares. Después de la mítica primera trilogía que revolucionó la industria del cine y tras una segunda trilogía de precuelas, los Episodios I, II y III, creada para una nueva generación de espectadores y que fue acogida con mucho menos entusiasmo, la factoría Lucas se puso en marcha hace dos años para entregarnos El despertar de la Fuerza, que cronológicamente era el Episodio VII de la saga y que esta vez se le encargó al nuevo geniecillo del cine y la televisión J. J. Abrams (Perdidos, Star Trek). Una cinta que se convirtió en el tercer mayor taquillazo de la historia, tras Avatar y Titanic.
Sin embargo, la máquina de hacer dinero no se detiene, y después de que Disney adquiriese Lucasfilm en 2012 por 3.125 millones de dólares, la productora tiene una hoja de ruta para rentabilizar esa inversión: estrenar cada año una peli, alternando episodios de la saga principal con spin-offs dedicados a personajes secundarios, como por ejemplo han sido los estrenos del Episodio VII: El despertar de la Fuerza (2015), después el de Rogue One: Una historia de Star Wars (2016) y este 15 de diciembre el del Episodio VIII: Los últimos Jedi. De esta manera, George Lucas, como afirma él mismo en el documental Empire of Dreams: The story of Star Wars (2004), ha terminado irónicamente cayendo en el Lado Oscuro: «Yo siempre quise ser independiente, luchar contra el sistema corporativo que absorbía la industria del cine, y ahora me he convertido en una corporación. He terminado siendo lo que quería evitar. En el fondo es de lo que trata Star Wars. Es la historia de Darth Vader«. Pero, ¿supone esto que el imperio de Star Wars esté a punto de matar a la gallina de los huevos de oro, que la Fuerza se debilita, o por el contrario conseguirán atraer la atención de las nuevas generaciones al mismo tiempo que contentan a los exigentes y nostálgicos fans de la primera trilogía? De momento, esto es lo que nos trae la nueva entrega.
‘Los últimos Jedi’, luces y sombras
Hace unos días, cuando llegaron a las redes sociales los primeros ecos del estreno de Los últimos Jedi en los Estados Unidos y Gran Bretaña, muchos la calificaban como de «la mejor entrega desde El imperio contraataca«. Bueno, pues a pesar de que las expectativas estaban muy altas, seguro que las variadas opiniones de los fans suscitarán más debates estas fiestas que el monotema del procés. En este Episodio VIII hay aventuras espaciales, secuencias de batallas rodadas con brío, humor tontorrón, reencuentros autorreferenciales para los más talluditos fans de la saga y tensiones familiares no resueltas, además de un interesante subtexto a base de metáforas políticas. Entre lo más destacable de esta nueva entrega, sin duda, está la reaparición de Mark Skywalker Hamill. Si en El despertar de la Fuerza se resucitó a un yayo Han Solo (Harrison Ford) junto a su inseparable Chewbacca —sin duda los wookiees envejecen mejor que los humanos—, aquí es un curtido Luke Skywalker el que protagoniza algunos de los mejores momentos de la cinta y al que le han regalado algunas de las mejores líneas del guion cargadas de humor autoparódico, llegando incluso a poner en duda la existencia de los caducos caballeros Jedi y su eterna tabarra con la Fuerza.
El director Rian Johnson (Looper) hace despegar su entrega con una secuencia visualmente impecable, la lástima es que en las dos horas y media siguientes es imposible mantener el nivel y el guion se enreda con dos tramas principales que acaban cruzándose al final para echar chispas como cuando chocan dos espadas de luz. Entre medias, hay tiempo para impresionantes batallas —hay que destacar el duelo entre Finn (John Boyega) y Phasma (Gwendoline Christie)—, pero también para excesos de CGI (imágenes generadas por ordenador) en la coreografía de algunas batallas espaciales. Otro elemento que puede lastrar la acción y, sin duda, la interminable saga, es la insistencia en sorprender al espectador con inesperados lazos familiares entre los personajes dignos de un culebrón galáctico. Uno llega a preguntarse cómo, siendo tan inmensa la Galaxia, al final todos son padres, hijos, hermanos o primos y si no te andas con cuidado, puede haber más relaciones incestuosas que en las viejas familias reales europeas.
Este episodio también confirma el poder de los nuevos personajes, el villano Kylo Ren (ese zangolotino Adam Driver), un personaje complejo y dotado de gran carga emocional, y la nueva heroína Rey (Daisy Ridley), en busca del jubileta Skywalker por el planeta Ahch-To y liderando la Resistencia junto a Finn enfrentándose a la Nueva Orden, una metáfora del neoliberalismo salvaje. En cuanto a los secundarios, las buenas noticias llegan de la mano de los cameos estelares de Benicio del Toro, como el descifrador de códigos DJ, de Laura Dern, en el papel de la amiga de la infancia de Leia Organa, Amilyn Holdo, y del personaje de Rose Rico, la actriz de origen oriental Kelly Marie Tran, haciendo el trabajo sucio para la Resistencia. Además, cabe destacar a la nueva criatura que se incorpora a la saga, esa mezcla de frailecillo y hámster llamado Porg, cuyos muñequitos se venderán a miles estas navidades y que el mismísimo Chewbacca está a punto de comérselo, literalmente.
Por último, arrodillarnos ante la presencia póstuma de nuestra adorada princesa Leia —la actriz Carrie Fisher, que falleció hace ahora un año—, a la que se homenajea en los títulos de crédito finales con esta frase: «Dedicada a nuestra princesa Carrie Fisher». ¡Que la Fuerza le acompañe!
El origen de la Fuerza de ‘Star Wars’
En estos 40 años se han escrito miles de páginas reflexionando sobre las referencias de que se nutrió Star Wars y los temas que aborda George Lucas en sus películas: la mitología griega, la religión, la política, la física cuántica, el western, la leyenda del Rey Arturo… Pero, aunque todas estas referencias son ciertas, hay elementos en estas películas que nos hacen engancharnos a ellas de manera incondicional, y eso es la identificación con los personajes. En el documental Star Wars: The Legacy Revealed (2007), se analizan las claves del fenómeno social que supuso la aparición de la primera película en la América convulsa de 1977. Muchas de las figuras mitológicas a las que se aluden en la cinta nacieron de la influencia que supuso sobre Lucas la lectura de El héroe de las mil caras, del mitógrafo norteamericano Joseph Campbell —al que Lucas definió como su propio maestro Yoda—.
De esta forma, Luke Skywalker representaría al héroe que comienza como un don nadie para emprender un viaje como el de Ulises para redimir a su padre, igual que Zeus se enfrenta al suyo con un rayo. También Luke debe hacer frente a Darth Vader, que puede ser una representación del padre muerto de Hamlet que vagaba como un fantasma con armadura y una voz sepulcral (en este caso, la inolvidable de Constantino Romero). La Espada de Luz sería una suerte de Excalibur; Obi-Wan Kenobi cumple el perfil del maestro de armas samurái, como todos los caballeros Jedi; Han Solo representa al pirata mercenario con encanto, un proscrito salido de un western clásico; Anakin, como Fausto, hace un pacto con el Diablo representado por el canciller Palpatine para conseguir poder absoluto; Darth Vader y el ejército imperial sería la representación galáctica de Hitler y las tropas nazis, o de personajes que hoy cumplen el perfil de ‘malos’ como Vladimir Putin o Donald Trump, y así podríamos seguir identificando el perfil de todos los personajes con referencias mitológicas hoy convertidas en pura cultura popular.
Pero, ¿con quién nos identificábamos los niños de los años setenta y ochenta que literalmente alucinábamos con la saga galáctica? Supongo que cada espectador tendrá su alter ego en uno de los personajes de Star Wars, pero el que escribe, entre tanto monstruo, soldado imperial y héroes galácticos, se vio reflejado en una pareja que pasará a la historia del cine, los robots C-3PO y R2-D2.
Hace pocas semanas, el director cántabro Nacho Vigalondo (Colossal, 2016), en un evento del canal TCM analizaba la película de Ridley Scott Alien, el octavo pasajero. El director propuso cambiar nuestro punto de vista para verla desde el prisma del animalito. Así, para Vigalondo, Alien se trata “claramente de una película sobre el maltrato animal”, donde un grupo de humanos invade el planeta y el hábitat del bicho para llevárselo y matarlo. De igual manera, uno podría pensar que cuando Vince Gilliam, creador de la serie Breaking Bad, comenzó a escribirla, no pretendía hablar de cómo un profesor de química desahuciado se dedica a cocinar metanfetamina, sino que la serie trata sobre los cuñados, y es el personaje del agente de la DEA Hank, cuñado del protagonista Walter White, el eje de toda la trama.
Siguiendo este razonamiento, los niños de aquella generación nos vimos seguramente reflejados e identificados en aquellos dos robots de hojalata que caminaban perdidos por un descampado, un paisaje absolutamente reconocible para cualquier chaval de barrio de aquella época. Más que sentirnos retratados por esa impresionante Space Opera que se mostraba ante nuestros ojos, nos vimos reflejados en esa pareja cómica que, como muchos de nosotros, pasaban largas horas hablando de gilipolleces y vagando por zonas despobladas rodeados de arena, chatarra y personajes sospechosos como los Moradores de las Arenas. C-3PO y R2-D2 eran el Gordo y el Flaco, Don Quijote y Sancho Panza, Tip y Coll, una pareja con la que nos reíamos porque los comprendíamos, ya que todos teníamos a alguien así a nuestro alrededor.
Por otra parte, los personajes que los acompañaban eran su pandilla, como cualquiera de nosotros que se rodeaba de sus inseparables colegas del barrio, y que también se refleja en pelis como El Mago de Oz, donde Dorothy se juntaba con el León cobarde, el Espantapájaros y el Hombre de Hojalata, o en El Señor de los Anillos, donde Frodo emprende su viaje a Mordor con sus colegas, los hobbits Samsagaz y Pippin, el elfo Legolas o el humano Aragorn, entre otros. Ese fue el acierto de la primera trilogía, que no logró Lucas con la segunda trilogía de precuelas, en la que pretendía conquistar a las nuevas generaciones, pero que incluso sus efectos especiales han quedado más anticuados que los de la primera, ¡o quién prefiere ver a Yoda volando recreado por animación digital frente al encantador muppet que creó Frank Oz en la trilogía original!
¡Hasta luego Lucas!
Si Star Wars es una religión, está claro que George Lucas es su Mesías. Aquel chaval nacido y criado en el pueblo de Modesto (California), que sufrió bullying en la escuela, y que ahora se dedica a bañarse en su fortuna como el Tío Gilito y a criar su papada en el Rancho Skywalker de 1.900 hectáreas que posee en su tierra natal, tiene un plan para que sigamos atentos a la pantalla y que, como decía Súper Ratón al final de cada episodio, “no se vayan todavía que aún hay más”. Como escribe el biógrafo Brian James Jones en George Lucas: Una vida, el director “destruyó y acto seguido reinventó la forma de hacer, promocionar y comercializar películas. Cambió la forma en que los fans acogían y veneraban no solo las películas, los personajes y los actores, sino también a los directores. Redefinió la forma que tenían los estudios de cine de financiar el arte. Invirtió sin complejos en lo que más creía: él mismo”.
Así, los planes de Disney y Lucasfilm para los próximos años son estrenar en 2018 un spin-off sobre la vida de Han Solo, y el siguiente año concluirá está tercera trilogía con el Episodio IX, que será también dirigido por J. J. Abrams y se estrenará en diciembre de 2019. Después, en 2020 llegará a las pantallas un spin-off sobre Obi-Wan Kenobi, el personaje que encarnaron Alec Guinness y Ewan McGregor, aunque aún no se ha confirmado que sea este último quien lo protagonice. Además, se estrenará una nueva trilogía, que llegará a los cines en 2021, 2023 y 2025, cuyos episodios se alternarán con otros spin-offs que se estrenarían en 2022, 2024 y 2026. Así que, cuando acabe esta trilogía estamos seguros de que no será un “adiós”, sino un “hasta luego, Lucas”.
CERVEZA RECOMENDADA
Samuel Smith’s Imperial Stout. Alcohol: 7% vol. Amargor: 35 IBU.
Si nuestro querido mejor villano de toda la historia del cine, Darth Vader, bebiera cerveza, no hay duda de que esta oscura Imperial Stout sería una de sus preferidas. Con solo agarrar su elegante botella con la mano, uno ya se siente con la fuerza que otorga empuñar un sable de luz. Esta Imperial Stout es un clásico de la prestigiosa cervecera inglesa de tres siglos de antigüedad, una de las pocas que sigue empleando métodos tradicionales de fermentación en piedra de pizarra de Yorkshire.
Esta cerveza única ofrece un color negro más intenso que el casco de Darth Vader, con una cremosa espuma de color canela coronándola. Al llevarla a la nariz, percibimos aromas poderosos a maltas oscuras, dominando el chocolate negro, con matices de café y regaliz. Al beberla, notamos su cuerpo aterciopelado con notas tostadas y sabores a café, toffe, chocolate con recuerdos a madera y un final seco y amargo. Una Imperial Stout donde el dulzor está muy bien equilibrado por las notas de los lúpulos y una graduación alcohólica adecuada para combatir los fríos invernales.
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