Hace casi dos semanas corrí mi pimera maratón y hasta ahora no he tenido las ideas y los recuerdos en orden como para poder contarles cómo fue. Digamos que el cansacio tampoco ha ayudado, para qué nos vamos a engañar. Nunca en mi vida había sufrido un agotamiento tan evidente los días después de un esfuerzo físico, partos al margen obviamente. Me ha llevado al menos una semana sentirme fuerte y con energía otra vez, y un poco más volver a entrenarme con ganas. Pero, qué quieren que les diga, ha merecido la pena.
Llegué a Florencia un viernes, dos días antes de la carrera. Unos amigos me esperaban en su casa para agasajarme con una gran cena, pasta. Pero no pasta como se imaginan sabiendo que estaba en Florencia, no. Nada de ragú, ni salsa de tomate, ni carbonara. Ni siquiera un poco de pesto. No. Pasta en blanco. Y es que, el que ha corrido estas distancias ya lo sabrá, es muy importante hacer una buena carga de carbohidratos antes de la carrera. Y yo, que soy muy aplicada (quizás mis jefes lo puedan corroborar), hice todo lo que me habían dicho que tenía que hacer antes de una maratón. También me tomé al pie de la letra eso de “no vas dormir nada la noche de antes”. Y así llegué al temido día.
Supongo que cada cual vive la maratón a su modo, pero, para mí, ese momento que transcurre desde el desayuno al pistoletazo de salida es el peor de todos. Estaba tan tan nerviosa que no conseguía masticar ni tragar mi calculado y metódico desayuno. Los amigos que vinieron desde España para apoyarme me ayudaron a aliviar la tensión, pero aún así, el nudo en el estómago, el tembleque de piernas y los suspiros no cesaban. Me presenté puntual a la salida, y ya allí, empecé a ver algunas caras de terror como la mía. Vi expresiones de primera maratón, pero también de experiencia. Crucé alguna mirada que me decía “tranquila, todo saldrá bien”. Y es precisamente esa expresión la que a mí más dudas me creaba los días antes. ¿Qué quiere decir salir bien en una primera maratón? ¿Que la terminas? ¿Que haces el tiempo que habías entrenado? ¿Que no te lesionas? Porque, y ahora les confesaré un defecto personal, soy tan competitiva que no me valía con acabarla, quería acabarla dignamente. Quería que todos los sacrficios que había hecho todos los meses de antes dieran sus frutos y quería, sobre todo, acabarla en menos de cuatro horas. Lo sé. No hay que ser muy exigente en tu primera vez, pero este es otro tema que dejo a la compañera Sibila Freijo, experta de sexo de A La Contra.
La realidad es que todas mis dudas, mis miedos, mis lamentaciones, se esfumaron cuando empecé a correr. Una pena que la lluvia y el frío quisieran, inesperadamente, formar también parte de este maravilloso clima maratoniano. Sufrí más el frío que cualquier otra cosa de las que me habría esperado. El muro del kilómetro 30, las piernas que pesan, el flato, el cansancio general. Nada comparado con el dolor que tenía en las manos y en los brazos producido por el frío. Corría y temblaba a la vez, algo que nunca me había pasado. Durante un momento de la carrera llegué a pensar que estaba arriesgando una hipotermia o incluso que podía perder los dedos de las manos. Puede parecer exagerado, pero cuando estas corriendo la maratón la mente te juega malas pasadas, intenta, no se por qué, mermarte, hacer que lo dejes, preguntarte si merece la pena todo ese sufrimiento. Y tu deber, cuando corres, es no darle la razón, mandarle el mensaje contrario y hablando claro, echarle un par.
Por suerte yo tenía quien me ayudaba en esta tarea. Mi marido y un nutrido grupo de amigos, estuvieron alentándome durante toda la carrera. Se dividieron para que yo tuviera siempre alguien a quien ver al menos cada 5 km, incluso menos. Y esto ayuda mucho. Me iba poniendo pequeños objetivos que se cumplián al ver sus caras y oir sus gritos. Durante los momentos de mayor sufrimiento, cuando te encuentras solo en medio de la gente, cuando te duele hasta el alma y piensas en parar, me ayudo también de una técnica que me funciona a la pefección para no tirar la toalla: pienso en el parto (natural, sin epidural) de mi hija. Y en ese instante siento que vuelo, que floto. No se asusten, seguro que hay runners que usan métodos más raros que el mío. O no, les recuerdo que yo vivo a la contra.
Por suerte, a cuatro kilómetros de la meta dejó de llover, justo en el momento en el que fui consciente de que acabaría esa maratón, de que ya nada podría impedirme cruzar la línea de los 42.195m. Así que empecé a ir más rápido, me puse a un ritmo de 4’50’’ el kilómetro y de repente me entraron ganas de llorar, lo que hizo que por un momento perdiera la respiración compasada que había conseguido mantener durante horas. Hice un esfuerzo enorme por mantenerme concentrada, quedaba poco pero no había terminado. Empecé a escalar posiciones, me sentía en la final de la Champions preparada para empujar el balón del gol de la victoria en el minuto 90. Sensaciones indescriptibles que se culminaron en la llegada. Vi a todos mis amigos, a mi marido y a mi hijo que me esperaban a pocos metros del final, abrí los brazos, empecé, ahora sí, a dejarme llevar y a dejar correr las lágrimas. En pocos segundos me pasaron mil cosas por la mente. Sentía un orgullo y una satisfacción que ni el rey en el discurso de Navidad. Lo había conseguido: 3 horas, 46 minutos y 13 segundos. Había cumplido uno de los sueños de mi vida, algo que hace años me parecía imposible. Por fin soy maratoniana. Ahora, empiezo a pensar en el próximo objetivo. Se aceptan sugerencias.
Enhorabuena, siéntete orgullosa , muy bien la carrera…pero además has conseguido con tu crónica que estemos allí otra vez, viviendo toda la emoción
Muy emotivo Rocío. Muchas felicidades. Un abrazote
Buena narracion,muy emotiva. Casi me convences para correr una, casi.