Hablé largo y tendido con Quique Setién en mi último acto de servicio reporteril tras veinte años en el Diario AS. Después me echaron, pero no fue por esto. Tenía interés en charlar con un entrenador digamos profundo, de buen discurso y planteamientos modernos. Titulé algo así como «el Barça de Guardiola me abrió los ojos al fútbol que yo siempre imaginé». El resultado de la entrevista a quien entonces dirigía a Las Palmas se pareció a lo que yo esperaba: conocí a un tipo sensato y cabal, de ideas claras, con rasgos de carácter, un técnico de nueva generación. Ahora viene esto a mis reflexiones a cuento de los tres partidos de sanción que le han caído por decir al árbitro «esto es una vergüenza» (según el acta).
Visto desde la distancia y a partir de la referida charla con Setién, cuesta entender que un ciudadano correcto como él pierda los papeles hasta el punto de comprometer a un árbitro y que el mismo no tenga suficiente mano izquierda para poner paz in situ. Un problema muy serio debe estar ocurriendo para que en la Liga de Primera (y también sucede en Segunda) un gentleman se convierta en un chico malo, en un mal ejemplo, en un deslenguado como consecuencia de una labor arbitral. Voy más lejos: basta con revisar las sanciones y amonestaciones de la temporada para comprobar que muy pocos entrenadores están libres de pecado, todos castigados por dirigirse al señor de negro. Vivimos una evidente confrontación entre dos estamentos del fútbol profesional y alguien debería tomar cartas en el asunto.
Si Setién es acreedor a tres partidos, yo diría que hemos tocado fondo. Repaso la lista de esta Liga y hay ración de advertencias o castigos para Simeone, Escribá, Pellegrino, Ziganda, Mendilibar, Quique Sánchez Flores, Berizzo, Marcelino, Garitano, Valverde… Se salva Zidane, aunque no su delegado Chendo, al que también le cayeron dos partidos por piarlas. Digámoslo claro, o los entrenadores están atacados de los nervios en los banquillos o el colectivo arbitral consigue con sus errores enajenar a gente de contrastada educación. Me gustaría ponerme del lado de los trencillas, por lo que tiene de complicada su labor, pero me temo que tantos técnicos (delegados, segundos y fisios aparte) no pueden coincidir en ser tan antideportivos sin una causa colectiva que los irrite.
Quiero subrayar que odio los malos modos en el deporte. Me repugnan. No justifico ni el más mínimo insulto entre deportistas. Sin embargo, los tres partidos a Setién obligan a recapacitar sobre el asunto de fondo, más allá de una conducta puntual inapropiada, hay un fútbol entre profesionales que no navega con el rumbo correcto. El colegiado Martínez Munuera, él y todos, disfrutan de la potestad de impedir a un entrenador que ejerza sus funciones durante casi un mes y además se hace público y notorio para más escarnio. No sucede al contrario, pues el estamento arbitral se defiende antes sus cantadas de manera corporativa, en un mundo de decisiones opacas, siempre quedando sin culpa los lapsus, las interpretaciones cruzadas, las responsabilidades finales. Quizás algo tenga que ver el barrizal federativo en el que se mueve el Comité, pero ese es otro tema.
Me consta porque conozco personalmente a casi todos los entrenadores antes referidos que son señores sensatos, conscientes de su posición pública, bastante preparados para negociar las tensiones del cargo. Resulta preocupante que se viva un estado de choque evidente del colectivo arbitral con los banquillos. De cara a un final de temporada que augura alto voltaje, hay que poner remedio con alguna medida urgente, con una sentada general por el bien del fútbol. Pero de todo el fútbol, pues lo que vemos en la máxima categoría se repite por efecto en cadena y con mucha más gravedad en la base. El principio de la buena educación es la primera regla del fútbol, aunque no esté escrita. Setién me pareció un hombre sensato, algo falla en la competición cuando consiguieron que se le cruzara el cable. Y así, a tantos otros.
Es posible, Pedro Pablo, que los árbitros tengan que hacérselo mirar, ¿pero y los entrenadores? Recordemos que hace unos años estaba prohibido incluso que se levantaran del banquillo. Ahora campan a sus anchas por la zona tecnica y por la que no lo es. Dices que algo falla cuando consiguieron los árbitros que a Setién se le cruzara un cable. Pues bien: no fueron los árbitros, ni el primero, ni el cuarto, ni los auxiliares. Fue él mismo, y las circunstancias. Vi el partido, y las jugadas repetidas, y el árbitro y los linieres acertaron ¡en todas! las acciones polémicas que reclamó el Betis. Expulsaron a un jugador por un intento de agresión a un contrario, a dos metros del árbitro. Fue una chiquillada del futbolista. Pidieron varias manos que no lo fueron. En las repeticiones se vio que el balón daba en el pecho de los jugadores del Athletic. Reclamaron tres fueras de juego que no eran. Una acabó con el balón fuera, otra en el poste y la última en gol. Pero los defensas del Betis se dedicaban a reclamar mientras ellos mismos rompían la línea del offside. Soliviantaron al público y a Setién, que no tenía razón. ¿Que los árbitros deberían tener un poco más de mano izquierda? Por supuesto, pero si Setién ha visto el partido repetido le habrá dado vergüenza su actitud.