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La leyenda del Qarabag es la última esperanza del Atlético

La valiente descendencia del karabakh resopla mientras vaga en la penumbra sobre la espuma del río: ¡El camino para hacer temblar a los más valientes!”. Así rezan algunos versos del poema Demonio de Mikhail Lermontov. Hacía referencia el poeta ruso del romanticismo a la bravura de la raza de caballos karabakh (qarabag, en azerí) originaria de la zona del Cáucaso.

La legendaria bravura de los qarabag es la última esperanza del Atlético de Madrid para seguir vivo en la Champions: un equipo de Azerbaiyán que decora su escudo con esos caballos debe puntuar ante la Roma. “Pero juega fuera…” dirá el aficionado pesimista. “Como siempre” responderá el optimista.

Y es que el equipo azerí aún no ha jugado ningún partido internacional en su estadio: la fase de grupos de esta Champions la ha disputado en el Estadio Olímpico de Bakú, ya que solicitó a la federación de su país jugar allí al disponer de más capacidad.

Durante la fase previa, el Qarabag jugó en su recinto habitual en Bakú: el Tofik Bahramov Stadium, que lleva el nombre del célebre árbitro azerbaiyano que, como juez de línea, concedió al inglés Geoff Hurst un gol tras un disparo que golpeó el travesaño y botó sobre la línea de meta durante la final de la Copa Mundial de Fútbol de 1966, en Wembley. El gol fantasma más famoso de la historia del fútbol.  Muy adecuado para un equipo de una ciudad fantasma. Porque el Qarabag es un club de fútbol que perdió su estadio, su ciudad, su región y su lugar en el mundo por una guerra.

Hagamos historia. Agdam se encuentra en plena región del Nagorno-Karabaj, una zona oficialmente dentro de Azerbaiyán pero de población mayoritariamente armenia y controlada por el gobierno armenio. Ya en los primeros 20 años del siglo XX, armenios y azerbaiyanos habían protagonizado incidentes violentos en la zona y Agdam había visto una cruel matanza de civiles armenios en 1905. El puño de hierro de Stalin calmó los ánimos de los nacionalistas de ambos lados durante décadas aunque, como escribía Albert Camus, “el bacilo de la peste siguió escondido en los armarios”. Y despertó con fuerza de nuevo en 1988.

Aquel año los fantasmas del pasado volvieron. La población armenia de la zona votó a favor de unirse a la república de Armenia. Todos intuían ya que era cuestión de meses que estas repúblicas se convirtieran en estados independientes, y los armenios del Karabaj querían formar parte de un estado armenio y no ser una minoría dentro de Azerbaiyán, tal y como habían decidido los gobernantes rusos que en el pasado habían trazado las artificiales fronteras. Los azeríes de la región, por su parte, se negaron a unirse a Armenia. Y la violencia estalló. Cuando la Unión Soviética desapareció, Karabaj ya llevaba tres años de guerra entre armenios y azeríes, con el componente religioso que añadía gasolina al fuego: cristianos contra musulmanes.

A principios de los 90, con la guerra llegando a su fin, los armenios, en plena ofensiva victoriosa, conquistaron Agdam, justo en la frontera del Karabaj, la base del ejército azerí y ocuparon la ciudad. Incluso se autoproclamó la República Independiente de Nagorno-Karabaj que,​ hasta el día de hoy, no ha sido reconocida por ningún estado. La población civil azerí local huyó como pudo a Azerbaiyán.

Casi 25 años después del fin de esa guerra, la zona continúa estando en un vacío legal. Un agujero en el mapa político de Europa. De facto, forma parte de Azerbaiyán. Pero, en realidad, es un estado armenio no reconocido que sobrevive como puede tras una guerra donde militarmente ganaron los armenios.

Defendiendo su seguridad, los armenios decidieron que Agdam y el territorio adyacente sería un colchón militar, de manera que la mayoritaria población local azerí, en torno a 60.000, que había huido durante la guerra, no pudo volver a sus casas. Y se quedó en el exilio en Azerbaiyán. Incluidos los jugadores, directivos y socios del FK Qarabaq, el club de fútbol local fundado en 1951. En los tiempos de la Unión Soviética fue un club de categoría regional, demasiado débil para jugar fuera del campeonato local azerbayano pero lo suficientemente bueno para formar parte de la primera división de Azerbaiyán cuando llegó la independencia de esta ex república soviética en 1991.

Y aunque en todas partes el FK Qarabaq figura como club de Agdam, no ha jugado en su ciudad desde 1993. Básicamente porque la ciudad ya no existe. Hoy, Agdam es una ciudad fantasma, vacía, abandonada. Pero el club mantiene viva a la ciudad. En 1993, el mismo año que su ciudad era conquistada por los armenios, el club de Agdam ganaba la liga de Azerbaiyán jugando como local en Bakú. En los últimos partidos de ese campeonato, el entrenador Bagirov prefirió defender con las armas la ciudad de Agdam, perdiendo allí la vida. Una mística que le ha dado al FK Qarabaq el estatus de club mártir dentro de Azerbaiyán.

Los azerbayanos de Agdam siguen soñando con el día en el que puedan volver a su casa en el Karabaj. En cambio, los armenios de esta zona sueñan con poder formar parte del estado armenio sin salir de casa. Dos intereses demasiado opuestos, con negociaciones entre los diferentes bandos que ya duran 20 años. En espera del día en que comience la reconstrucción de Agdam, el club juega en ocasiones en Quzanli, la ciudad más cercana. Una zona, la de la frontera de Nagorno-Karabaj, donde el club ha impulsado proyectos humanitarios y escuelas de fútbol para los hijos de los refugiados de la guerra. Con acciones así, el FK Qarabag, que juega en Bakú los partidos importantes, se mantiene sentimentalmente unido a Agdam.

Así que el Atleti puede tener esperanza: a este equipo no le importa jugar en Stanford Bridge, en el Wanda Metropolitano o en el Olímpico de Roma. Es un equipo errante que, jugando de visitante o de local donde pudo, se las ha ingeniado para colarse entre los equipos con más historia y con más poderío económico y deportivo. Los atléticos aún pueden apostar a un caballo ganador: el qarabag.

Juan Rodríguez Briso
Juan Rodríguez Briso
Una vida de extremo a extremo: de los secarrales de Castilla a la húmeda yunga tucumana. De Perico Alonso a Messi. De la ingeniería al cine. De la A de Argentina a la Z de Zambia.
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5 COMENTARIOS

  1. Gran artículo, esperemos que la mística ayude al atlético, solo hay que pensar que si el atleti fuese jugá Roma tendríamos miedo… Quizá lo tengan los romanos.

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