Mientras escribo estas líneas, escucho con un oído los descargos de Pedro Pablo Kuczynski (conocido como PPK), el presidente peruano, quien se enfrenta a un pedido de vacancia por parte del Congreso Nacional por acusaciones de corrupción. PPK fue elegido en abril de 2016 y asumió la presidencia el 28 de julio de ese año. El país, evidentemente, está detenido, a la espera de lo que podría ser la principal crisis política desde que Alberto Fujimori, después de once años de gobierno, se fugó del país, renunció vía fax y postuló al senado japonés. Nada de lo cual es broma, aunque lo parezca.
Esta semana, sin embargo, el país se detuvo por un motivo más feliz. La FIFA anunciaba que la sanción impuesta a Paolo Guerrero, que inicialmente era de un año por dopaje, había sido reducida a seis meses, con lo cual el goleador y capitán de la selección peruana podría disputar el Mundial de Rusia, al que Perú llega después de 36 años sin participar en este certamen.
Los abogados de Paolo quieren ir más lejos y apelarán al Tribunal de Arbitraje del Deporte para que la sanción se anule por completo, de manera que el delantero pueda jugar desde ya en el Flamengo y llegue con buen ritmo a la Copa del Mundo. La suspensión inició el 3 de noviembre, por lo que a partir del 3 de mayo Guerrero podrá participar en los compromisos oficiales de la selección.
Por lo pronto, la Federación Peruana de Fútbol ha confirmado ya dos amistosos que disputará la selección peruana: el 23 de marzo se enfrentará a Croacia en Miami y el 27 de marzo a Islandia, en Nueva York. Por ahora, Guerrero verá esos partidos por la tele, pero con la ilusión de jugar el Mundial, su sueño de toda la vida.