No era mala fecha aquel 3 de junio para celebrar el viaje iniciático a un estadio. El Mundial del año anterior en Argentina, con sus papelitos y con aquel melenudo llamado Kempes que jugaba en el Valencia, había activado todos los instintos futboleros.
No era mala fecha porque no hacía frío y estaban ya en el armario la trenca, el buzo, los guantes, los gorros, los jerseys y toda la parafernalia que hacía que un niño de los 70 estuviese durante varios meses al borde de la asfixia. Además, era un día festivo, el Madrid ya era campeón y no había peligro tampoco de emociones fuertes que dejaran descarriado a un niño pequeño en medio de la inabarcable mole de cemento que es un estadio.
Una tarde perfecta para poner imágenes a todo lo que uno escuchaba cada domingo en la radio, a todo lo que contaba su padre al regresar del estadio; para poner cara y ojos a aquellos gigantes; a Santillana, a Juanito, a Camacho, a Pirri, a Isidro… Sí, hasta Isidro era un gigante entonces.
La visión del estadio resultó impactante. Enorme, majestuoso. El color del césped, mágico. Verde, perfecto. Apoyado en una de las barras que fragmentaban la grada baja del fondo norte, la experiencia fue suficientemente cautivadora incluso antes de que comenzara el partido.
La aparición de los jugadores trajo el último impacto. Conocidas las caras de muchos por los cromos y los periódicos la salida de un melenudo rubio atrajo mi curiosidad, quizá por lo exótico. «¿Quién es ése?», pregunté. «Es Jensen, es de Dinamarca y es muy bueno», contestó mi padre como si yo supiera entonces dónde estaba Dinamarca y lo que era ser bueno.
Fue una tarde festiva. El Racing que por entonces era el Santander se llevó cinco, pero mi vista no se alejó ni un segundo de aquel rubio que era bueno y que era de Dinamarca. Regateó como yo nunca había visto, marcó uno de los goles y desde aquel momento tuve claro que yo lo quería en esta vida era ser Jensen.
Aquel partido, el primero que yo vi en un estadio, fue el último que Jensen jugó con el Real Madrid. Considerado por la federación de su país como uno de los ocho mejores jugadores de la historia de Dinamarca, se fue al Ajax y después volvió a su Nørresundby natal para retirarse. Tras él llegaron al Real Madrid muchos más jugadores, seguramente mejores, más rubios y hasta más daneses, pero el impacto de Henning Jensen permaneció inalterable en la memoria durante toda la vida.
La noticia de su muerte el pasado martes recuperó de nuevo su imagen y su figura en aquel estadio impactante sobre aquel césped mágico. Porque era danés, era bueno y era Jensen, todo lo que uno siempre quiso ser en la vida.
Henning Jensen falleció el 4 de diciembre de 2017 en Dinamarca a los 68 años
Los buenos recuerdos siempre quedan dentro de uno. Me ha gustado mucho el artículo.
Me has llevado a mis propios recuerdos con mucha facilidad. Enhorabuena por el articulo