La gran pelea que esperaba Guillermo Rigondeaux desde que huyó de Cuba camino del profesionalismo terminó antes de tiempo. No salió en el séptimo asalto, después de sufrir el castigo de Lomachenko en los seis anteriores. Un castigo que iba a más, con el cubano rendido, buscando el abrazo al adversario que dejara correr el tiempo y con la cabeza gacha mientras el ucraniano parecía tener prisa por llegar al final.
Rigondeaux llegaba en desventaja a la pelea. Tiene 37 años, ocho más que su rival; seis centímetros menos que le obligaban a ajustar la distancia y varios kilos de diferencia a pesar de que el cubano tuvo que engordar de manera forzosa al saltarse dos categorías para poder disputar el título mundial de los superpluma contra el ucraniano. Una lesión en la mano izquierda le impidió competir desde el segundo asalto y le hizo abandonar antes de comenzar el séptimo.
Lomachenko ganó todos los asaltos en la que fue la primera derrota de Rigondeaux como profesional. El cubano llegaba con una marca inmaculada de 17 victorias en 17 combates, pero no fue rival para el ucraniano, que llegaba con nueve victorias y una única derrota contra Orlando Salido.
Era la primera vez que se enfrentaban dos púgiles con dos oros olímpicos cada uno. El cubano se llevó el oro en Sydney 2000 y en Atenas 2004. El ucraniano, en Pekín 2008 y en Londres 2012. Caminos paralelos que llegaron a juntarse en el Madison Square Garden en la noche del sábado. Pero mientras Vasyl Lomachenko es considerado uno de los mejores boxeadores del mundo libra por libra, los mejores momentos del Chacal ya han quedado atrás.
Lomachenko nació predestinado para el boxeo por la presencia de su padre, Anatoly, que también es su entrenador. “Es el peleador más técnico y más astuto que he visto. Hace cosas en el entrenamiento que no he visto a nadie. Y el ring para él es casi como una clínica por la forma en que pelea y prepara a su rivales para el KO. Es como si los hipnotizara”, explicaba hace unos meses el promotor Bob Arum. La clave está en Anatoly. “Lo mantuvo en el amateurismo durante mucho tiempo, hasta convertirlo en el mejor boxeador amateur de toda la historia”, añadía Arum. Como aficionado sólo perdió una de las 397 peleas que disputó. Los entrenamientos de Anatoly son diferentes. Se esfuerza por trabajar los reflejos en momentos delicados. En un vídeo el preparador Robert García explicaba lo original de los métodos de entrenamiento del padre Lomachenko. “A veces, después de un round fuerte, le hacen dar muchas vueltas hasta marearse. Luego le llevan a un lugar donde hay una pizarra con muchos números desordenados. Cuando aún está mareado le gritan números sin seguir una secuencia y tiene que golpear en el número correcto. Esta técnica le permite mejorar reflejos, ganar coordinación y puede recurrir a ella cuando necesita evitar la desorientación”, afirma García. La carrera de Lomachenko está medida para el éxito. En cada combate desde su debut profesional ha disputado un campeonato del mundo.
Rigondeaux es un boxeador más tradicional. Se crió en Cuba, bajo la sombra del gran Teófilo Stevenson, ganador de tres oros olímpicos en el peso pesado, el hombre que rechazó un millón de dólares por enfrentarse a Muhamad Ali. “¿Qué es eso ante el amor de ocho millones de cubanos?”, decía. Y ni siquiera Don King fue capaz de convencerlo para pasar al profesionalismo. Rigo nació meses después de que Stevenson ganara su último oro olímpico, en Moscú 80. Teófilo, muy ligado a la revolución de Fidel, fue durante algún tiempo delegado de deportes del Gobierno cubano. Por eso le dolió más el intento de fuga de Rigondeaux durante los Juegos Panamericanos de 2007 en Río de Janeiro junto a Erislandy Lara. “Ellos nacieron cuando el Gobierno se estabilizó y garantizó la educación a todos, su entrenamiento deportivo, las facilidades que tuvieron. No entiendo lo que hicieron. ¿Dónde queda todo ese cariño, todo ese respeto que sentía su pueblo hacia ellos?”, se lamentaba. Rigondeaux fue apartado de la selección cubana y se fugó de manera definitiva en 2009 rumbo a Miami, aunque su primera residencia estuvo en México, en una casa ocupada por 30 personas, niños, mujeres, hombres y los contrabandistas que se ocuparon de su viaje. No podía salir de la casa que ocupaban ante el riesgo de ser devuelto a su país. Allí creó una familia con la que hizo el camino hasta Miami. Tardaron una semana en llegar a la frontera. Después, sólo les costó un día llegar a su destino.
“Cuando has visto lo que yo he visto, nada en el cuadrilátero te hace temer”, decía el cubano hace unos días en ESPN. En la isla quedaron siete hermanos, una ex esposa, un hijo de 15 años y un hijastro, pero estar fuera de Cuba ya le compensaba. “Viajé mucho con la selección cubana. Siempre me entristecía cuando salía y veía a la gente cenar en esos países porque se podía alimentar a un montón de cubanos sólo con las sobras que dejaban”, relataba en la cadena estadounidense.
Hasta hace unas horas, Rigo discutía el título honorífico de mejor boxeador del mundo libra por libra. “Nací campeón. Soy talentoso. Él sólo tiene las ganas y el deseo. Esperen a que lo golpee y lo termine arrojando de cabeza a la lona”, bramaba antes de pelear contra Lomachenko. Pero nadie fue a la lona, tampoco le llegó ningún golpe al ucraniano, que se quedó con el cinturón de campeón del mundo y, quizá, con el reconocimiento de ser el mejor boxeador del momento.