Llevo un tiempo preguntándome qué es lo que le falta a este Real Madrid para recuperar el brillo perdido, y creo que he dado con la respuesta. Hasta ahora manejaba diferentes opciones de altas y bajas, intercambio de cromos que me dejaban vacío por dentro. No es tanto una cuestión de fichajes y descartes, la solución del Madrid pasa por una caída del caballo camino a Damasco, una conversión parecida a la de Pablo de Tarso. Podemos llamarlo “Epifanía”, en una semana que, como la marmota al asomarse cada año, vuelve a ser la primera de Adviento.
Empieza el partido y comienza el equipo blanco a interpretar su papel, una buena presión arriba y algún remate a puerta que, en la temporada anterior, equivalía a lo mejor del cine de Frank Capra: un montón de finales felices. Durante este año, a pesar de la falta de puntería, los jugadores están bien colocados en el campo. Bueno, no todos, también está ese verso suelto por la banda izquierda, pero a estas alturas todos sabemos que si el niño ha salido así es porque su padre no le ha dado un buen azote.
Volviendo al partido contra el Athletic, el Real Madrid tenía el control, aunque a medida que el reloj avanzaba te dabas cuenta de que sucedía algo que ya hemos visto repetidamente en esta temporada, un eco aburrido de tu propia voz. Ese algo que no eres capaz de explicar es parecido a cuando vas a merendar a un VIPS, pides tortitas y te quedas esperando a ver qué te ponen en el plato. Nunca llegan con espuma del “Maine Maple Syrup”, ni con un crujiente de arándanos. Están ricas, pero ya las has probado un millón de veces.
Todo esto me llevó a pensar que el Real Madrid juega con un sentimiento de felicidad incompleta, como si le hubieran robado la alegría.
Alegría: la metáfora perfecta para hablar del alma. Lo aprendí en el maravilloso libro de C. S. Lewis, Surprising by Joy, en el que el autor de Las Crónicas de Narnia afirmaba que hay más dicha en un segundo de alegría que en 12 horas de placer. La alegría, desde esta perspectiva, es algo más espiritual que físico. Es aquello que te permite sonreír a pesar de lo que suceda a tu alrededor. Ni siquiera la muerte o la enfermedad pueden ensombrecer a quien vive bajo esta premisa … al fin y al cabo eso de la muerte no te va a suceder más que una sola vez en la vida.
Y esa misma es la actitud que se echa en falta en el equipo de Zidane, un juego despreocupado que venga alumbrado desde el corazón de cada uno de los jugadores, como si fuera el reflejo de la paz interior que te proporciona saber que tu padre te quiere. Sonará un poco naif, pero el juego sin alma del Real Madrid es tristón y robótico, una inteligencia artificial cuya sonrisa tiene más que ver con el logo de Amazon que con la auténtica alegría del que se sabe que hay vida en el más allá. Lanzar balones al área, sin ton ni son, demuestra un nerviosismo parecido al de esas personas que se rascan la nariz cuando están mintiendo.
Eso es, más o menos, lo que el Madrid necesita: entrar en un estado de gracia. Estar en cuerpo y alma, con la alegría del que conoce la trascendencia de sus virtudes, al mismo tiempo que imitas la alegría de los niños mientras juegan en el patio durante el tiempo de recreo. Encontrar una fórmula sencilla, divertida y espontánea de jugar al fútbol sin que te asuste la amenaza de la condenación eterna.
Una última cuestión, por si alguien no me ha entendido: mis mejores deseos para que se recupere pronto de su lesión el jugador Marco Asensio.