Neal Bascomb encontró a su musa para escribir La milla perfecta en las palabras de Alan Hoby: «No basta con escribir un tratado técnico en el que se diseccione al deportista como si fuera un espécimen de laboratorio…Hace falta mucho más. Hay que incluir el calor y el fuego, el drama y la gran emoción. La victoria y el desastre. El sudor y el intenso olor a linimento. El rugido del público…Por encima de todo, es preciso reproducir para el lector el esfuerzo supremo del atleta; el periodista debe luchar por pintar con palabras cómo late el corazón del triunfo o la tragedia concreta que aborda».
Autor: Neal Bascomb
Año: 2001
Editada en España (2017) por: Melusina
352 páginas
Traducción: Blanca Rodríguez y Carlos Gual Marqués
Nunca me ha gustado correr. Me explico, siempre he considerado que correr por correr (es decir, sin que haya una pelota de por medio) era aburrido. He de confesar, sin embargo, que tuve mi momento runner. Me regalaron una pulsera que medía no se qué y hubo que justificar tal sobrecogedora tecnología. Cinco minutos marcaba el cronómetro de la pulsera, cuando la condené a lo más profundo de mi cajón desastre junto a mi recién nacida afición.
Heme aquí, varios años después, moviendo las piernas al ritmo de La milla perfecta. Un clásico de la literatura deportiva que ha vuelto a la vida gracias a la primera traducción en castellano que ha corrido de la cuenta de la editorial Melusina. Pequeños gigantes. Casi tanto como Wes Santee, Roger Bannister y John Landy. Tres atletas de orígenes antagónicos cuyos logros y proezas hacemos nuestros página a página. No me he tomado La milla perfecta como un relato biográfico, sino como una novela (como lo que es). ¿Por qué? Porque reducir el relato que construye Neal Bascomb a una mera concatenación de hechos biográficos supondría un insulto.
«Bannister tenía una elegancia tremenda […] Era como si hubieran resucitado a los griegos para que vinieran a enseñarnos lo que era un auténtico corredor olímpico».
Bascomb nos mueve a través del relato como si fuésemos marionetas. Casi como si pudiese montarnos encima de los tres hombres cuya motivación no era únicamente deportiva. En aquellos años de posguerra, de desconfianza y de cicatrices, recuperar el honor patrio era más que un deber. Los países ansiaban cerrar los ojos y comprobar al abrirlos de nuevo, que sus héroes habían cambiado las armas y las trincheras por el oro y las coronas de olivo.
En La milla perfecta se nos introduce directamente en la piel de los tres protagonistas, con los que empatizaremos en un trayecto lleno de escollos, sangre, sudor y lágrimas para conseguir ser los primeros en correr una milla en menos de cuatro minutos. Tres hombres para tres actos en los que se divide la novela y una prosa directa al corazón, dramática, para describir al detalle las vidas y pensamientos de Bannister, Santee y Landy. Nota: no decaigan en los capítulos dedicados al entrenamiento, tómense la experiencia como una prueba, como si fuese un calentamiento en pleno invierno. Lo agradecerán cuando lo hayan superado, no sean como yo y paren el cronómetro a los cinco minutos, porque, a pesar de conocer el final, la cuestión es disfrutar del camino. Encuentren su motivo para correr, pero empiecen leyendo este maravilloso relato donde los límites del cuerpo y de la mente se ponen a prueba cada diez líneas. Yo, al menos, he reconocido a mis héroes en la veintena de fotografías en las que verán a Bannister, Landy y Santee en acción. Un anexo perfecto, ya saben, por si no les habían reconocido la heroicidad desde la primera página.