Por qué no hacerlo? Ojos que no ven, corazón que no siente. Pues claro que me jodería si me lo hicieran a mí, me enfadaría muchísimo. Pero, ¿cómo sé yo que no me están poniendo los cuernos?
Su interlocutor escuchaba atento. El amigo le explicaba pormenorizadamente las razones que le llevaban a tener relaciones extramaritales. Le sonaba a morro de toda la vida. En un tiempo sin valores, el inadecuado era él, que no lo entendía. Le parecía que su amigo, mucho más querido por él que su pareja, a la que conocía poco, se estaba justificando con ración extra de retórica. En un mundo en el que un equipo dirigido por Mourinho gana tanto, cómo extrañarse por eso. ¿Era un ingenuo? Preguntó que por qué igualarse en lo malo, en la presunción de que ambos eran infieles.
—Para eso, tened una relación abierta, en la cual ambos podáis jugar con las mismas cartas, de igual a igual, con la verdad por delante. Os dais permiso para estar con otras personas y mantenéis vuestra relación, fortalecida por la verdad.
—Es que eso es imposible. Nunca funciona. Y a ver quién es el listo que lo plantea primero. En cuanto lo proponga, la culpa recaerá sobre mí, seré infiel antes de hacerlo.
—Es que eres infiel.
—Sí, pero ella no lo sabe.
—Pero tú sí. Esa es la verdad.
—Es que todos lo son— contestaba.
—¿Entonces?
—Yo lo hago porque todo el mundo lo hace.
Esa frase le afectó más de lo debido. Cayó en él como una losa.
—A ver, a ver. Entonces prefieres apostar por un modelo de relación en el que sufres pensando que ella te engaña…
—No, no, no es seguro que me engaña— le interrumpió
—Pero si acabas de asumirlo como cierto.
—Bueno, sí, pero no es seguro cien por cien. Puede.
—O sea, que sólo lo usas como exculpación a posteriori, no como razón a priori…
—Como quieras, yo en realidad lo hago porque… porque… ¡quiero follarme a todas! ¡¡Jajaja!!
—¡¡Jajajajaa!!
En realidad, reía por no llorar ante semejante obviedad. Sabía que es algo muy común, bastante normalizado, pero prosiguió:
—Para mí, así se sufre pensando que todos lo hacen. Dan ganas de vengarse, se siente uno engañado, cuando no minusvalorado… vamos, que se entra en una espiral negativa, sufres y haces sufrir. Pero sólo si lo piensas realmente, porque si usas esa premisa —la de que todos lo hacen y por tanto yo lo hago— como excusa, no sufres, y me parece que es así en la mayoría de los casos. De hecho, no te veo sufrir pensando que ella te es infiel.
—Pero es que es verdad que casi todo el mundo lo hace —contraatacó—, mira a nuestro alrededor. Todos los matrimonios van regular en el mejor de los casos. Más de la mitad se divorcian. Yo creo que una pequeña dosis de mentira es asumible. Uno siente la libertad de poder hacer aquello que desea y que la sociedad te dice que es malo.
—Es que yo creo que es peor mentir que follarse a otra persona.
—Eso díselo al resto de la gente, ya verás lo que prefieren. Continúo: yo prefiero pagar el precio, correr el riesgo de que me pillen, pero sentir algo de libertad, no sentir la presión de nunca poder acostarte con otra persona.
—Qué bueno, libertad sin responsabilidad.
—No moralices ni me juzgues.
—Es que tú también estás juzgando. A mí, a tu novia, a la sociedad. Piensas que somos infieles. Y no todos lo somos.
—Eso decís.
—De nuevo volvemos a la desconfianza. Me parece que haces justo el camino contrario a lo que dices. Y me parece que no sólo mientes a tu pareja, sino también a mí. Tú desconfías porque eres infiel, sabes que es muy fácil serlo, de hecho. Haces un uso irresponsable de tu libertad y piensas que los otros también. Eres como los musulmanes, que tapan a sus mujeres no porque ellas sean provocadoras, sino porque los cerdos son ellos, que se las quieren follar. Le dan la vuelta, poniendo la culpa en ellas y encima quedan como virtuosos. Y cuanto más integristas, más gritan, más violencia generan, más sufre el concepto de justicia y la sociedad misma. Mira, por no centrar el tema en ellos, igual se hacía en España en la dictadura. Y en todo el mundo se lleva haciendo siglos. Moralmente, no hemos avanzado demasiado desde la Edad Media.
—¿Qué me estás contando?
—¡Sí! —gritó enfadado—. Hablas el lenguaje de los ciclistas.
—¡Jajajaaaa!
—Puedes reírte todo lo que quieras.
—Perdona, sigue… no te enfades…
Intentaba bajar la tensión de la conversación. Después de todo, se llevaban bien.
—El ciclismo es el modelo de cómo nos estamos comportando moralmente hoy día. Yo creo que hay dopaje, de hecho casi todos se dopan. Pero es que en el mundillo ellos lo dan por seguro, por lo tanto no dudan en hacerlo. Ante la sospecha de que el de al lado se dope, yo también lo hago. Claro, así la lucha en igualdad de condiciones se va a la mierda, porque desde esa asunción sólo se trata de quién se dopa mejor, y quién lo esconde mejor. Gana el que mejor miente.
—Pero aún así sigue siendo un deporte muy sacrificado. Aún dopados tienen que entrenar horas y horas, y sufren subiendo puertos, y se arriesgan bajándolos… Quiero decir que aunque una persona mienta en este aspecto en concreto, puede ser buena y actuar honradamente en el resto de los ámbitos.
—Claro, es cierto, igual que no les quito mérito a los ciclistas por doparse, pero la verdad queda casi siempre en segundo plano. Y cuando pillan a uno, todos se hacen cruces, el segundo dice que no aceptará ser primero si es por dopaje del ganador… vamos, que todos son cómplices del cuento. En eso es justo, pero no es verdadero. Y basta con que uno, sólo uno, no se dope, para que sea injusto. Yo pongo a ese por encima de todos los demás. Lo admiro más que a nadie. Nunca ganará, pero será limpio. Claro, no hará carrera en ese deporte…
—¡Pues que se busque otra cosa!
—¡Jajaja! Pero es que hay gente que ama el ciclismo y quiere competir en igualdad y con valores. ¿Por qué alejarse de lo que uno más quiere? ¿Sólo porque está corrompido? En efecto, lo está, pero si uno ama algo, y cree en hacer las cosas desde la honradez, no veo por qué ha de dejarlo.
—Llegará el último siempre…
—Seguramente.
—Humillado…
—¡Eso nunca! Yo quiero ser ese ciclista. No mentir. Yo quiero competir a tope, no ir al Tour a pasearme, sino a ganarlo. Seguramente no podré, pero habré sido fiel a mis ideas y valores, y honrado. Llegaré casi fuera de control en las etapas de montaña. Subiré solo, el sol de julio abrasándome la espalda, el maillot siempre insuficientemente abierto, los pulmones intentando captar más aire allí donde no hay oxígeno, en los Alpes. Hará una hora que el campeón de la etapa haya llegado, su novia modelo ya lo habrá besado en el podio, estará ya duchado, lo estarán masajeando en su hotel de 5 estrellas. Bajará a cenar y sus compañeros lo admirarán, para ellos no será el mejor dopado, o el que mejor mienta, sino el líder merecido. Y sí, hay valores buenos incluso en ese entorno enfangado. Hay hasta mucho mérito. Pero hablan un lenguaje que no quiero compartir. Al llegar yo, casi fuera de control, sin cámaras ni apenas aficionados, me mirará un viejo, un aficionado al ciclismo de toda la vida, que va vestido con un maillot del Renault de Fignon e Hinault, amarillo, blanco y negro, a punto de enfilar el puerto hacia abajo, hacia el pueblo donde vive en el valle. Y se encontrarán nuestros ojos, y nunca podré convencerle de que llego el último porque no me dopo, no porque no he entrenado lo suficiente.
Él desearía creerme, pero piensa que todos mienten. Ama el ciclismo, pero sabe que está podrido, y se muere de pena por ello.
—Una historia bonita, la verdad. En todo caso, no me convences. Si todos mienten, si todos mentimos, jugamos entonces en igualdad de condiciones.
—Pero es que no todos lo hacemos.
—Eso dices tú…
—¡Pero es que es verdad!
—Yo nunca lo sabré. Nunca se sabe si el otro miente o no. No hay manera de saberlo. Creo que tú prefieres creer que tu pareja no te miente, para sentir que el mundo es verdadero y bello. Te proteges así, porque serás más débil o sensible.
—Eres tú el que te proteges pensando que todos mienten.
—Sí, así el dolor no será tan grande. Si me entero del engaño, no me sorprenderá tanto, no me dolerá tanto.
—Te duele la vida, a mí me dolería pensar que el engaño está tan presente. No soy tonto, sé que hay gente que engaña, pero pienso que no todos lo hacen.
—Prefieres pensarlo…
—Lo pienso de verdad.
—Yo lo que creo es que quieres situarte por encima de los demás. ¡Es imposible confiar tanto!
—Creo que estas cosas no se eligen, lo siento si te parece que me sitúo por encima, pero eso es otra muestra más de tu desconfianza. No te quiero cambiar, creo que tú no eliges ser desconfiado ni yo elijo ser confiado. Son condiciones del talante, características de la personalidad. Cada uno viene con las suyas, apenas se pueden modificar. Sólo un trauma enorme, un propósito de enmienda y mucho trabajo interior pueden cambiar algo que es casi una tendencia desde niños. No te culpo. La presión social condiciona mucho, hay mucha mierda, es muy difícil confiar. Es un regalo ser confiado, la verdad. Y ahora te entiendo mejor. Desde donde tú lo ves, creo que te haría daño cambiar.
—¡Es que es eso! Si creo que todos mienten, ¡no voy a ser el primer idiota que dice la verdad!
—No, ese soy yo…
—¡¡Jajajajaaaaa!!
—Jajaja…
—¡¡Ni de coña!!
—Sé que no me creerás, por ahora. Lo entiendo, te repito. Acepto que existe la mentira. Precisamente, por eso, tengo más convencimiento aún de lo que hago y digo. Esta sociedad es injusta desde el momento en que hay personas que mienten y otras que no. Igual que el ciclismo es injusto si hay uno, sólo uno, que no se dope. Basta la presencia de una sola verdad para que la mentira quede en evidencia y en desventaja. Avergonzada. Yo sueño con que un día tú, acordándote de mi, de la historia que te he contado, bien porque te ha pasado algo o simplemente porque te cansaste de tanta suciedad, seas un anciano ciclista que llega a su casa en un valle de los Alpes. Y que le digas a tu mujer tras una ducha caliente, mientras cenáis: querida, no estoy seguro, pero creo que hoy he visto a uno que no se dopa… unos cuantos más como ese y vuelvo a creer en el ciclismo.
Extracto del libro ‘Cosas que he roto’, de Samir Abu-Tahoun
Me encantó. Me viene una frase muy pertinente hacerca de este asunto de la relación entre los que practicamos el ciclismo y el deseo hacia una mujer… implícito en todos los ambitos… no solo en el ciclismo.
La frase:
«Descubrirás, pasado un corto tiempo que poseer no es tan placentero como desear, y que en el amor no hay lógica». — Sr Spock (Leonard Nimoy – Viaje a las estrellas)