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La apuesta de Josh Gordon

Esta historia es la de un tipo que pasó su infancia de un apartamento a otro con sus padres y sus dos hermanos mayores, con los avisos de desahucio amontonándose sobre la mesa y sin dinero para poder encender la luz. La historia de un chico que fue expulsado de dos escuelas diferentes por hurtar aparatos electrónicos a sus compañeros de clase. La historia de un niño que empezó a fumar marihuana con 13 años y a drogarse con Xanax un año después. La historia de un adolescente solitario que en el instituto entró a formar parte de una banda de gánsteres y que escondía un pequeño revólver del calibre 38 en su mochila. La historia de un muchacho que traficaba con drogas y que se enriquecía con dinero falsificado. La historia de un imberbe que robaba coches y desvalijaba casas. La historia de un joven que fue arrestado por afanar una tarjeta de crédito nada más cumplir los 17 años y que estuvo 35 días encerrado en una cárcel.

Esta historia es también la de un deportista dotado con un talento especial. La historia de una vida que, como muchas otras vidas, no es más que un eterno retorno a algún lugar identificable (adicción, recuerdo, sentimiento, etc.).

Esta historia es, simplemente, la historia de los primeros e intensos 26 años de existencia de Josh Gordon, apodado, cómo no, Flash, un wide receiver de los Cleveland Browns, el peor equipo en la actualidad de la NFL.

Nacido el 13 de abril de 1991 en Houston (Texas), hijo de Herald y Elaine, con antepasados haitianos, Gordon creció en Fondren, un barrio de más de cien mil habitantes situado al sudoeste de la ciudad texana. Y, sí, él bebió. Y se drogó. Y robó. Y se metió en peleas en las que se sucedían las ráfagas de balas y alguna vez tuvo que disparar su arma al aire para poder salir de allí sin ningún rasguño. Hizo todo eso y mucho más. Por culpa del pánico, dice. Por traumas de su niñez y de su adolescencia, asegura. “No quería sentir ansiedad, no quería sentir miedo. No pensaba vivir hasta los 18 años”, le contó hace poco más de un mes el propio Gordon al periodista Clay Skipper en una entrevista en la edición estadounidense de la revista GQ. Y añadió: “Entonces, te empiezas a automedicar con Xanax, con marihuana, con codeína, para ayudar a adormecer esos nervios, para poder funcionar cada día. Eso se convirtió en la norma desde el colegio al instituto”.

Para él, la norma era beber vodka escondido en una botella de zumo de Minute Maid durante las clases. La norma era tomar cada noche oxicodona, hidrocodona, o jarabe de codeína mezclado con algún refresco. La norma era ir al McDonald’s y comprar cinco hamburguesas con queso de un dólar con un billete falso de cien dólares para conseguir billetes legales con el cambio. La norma era romper la ventanilla de un coche o manipular el mecanismo de cierre y que un amigo hiciera el cableado para arrancarlo y darse una vuelta por ahí. “Te disparan, vas a la cárcel. Esas son las progresiones en ese estilo de vida”, reconoció Gordon en un reciente reportaje en la revista Sports Illustrated en el que el periodista Ben Baskin trata de diferenciar sobre lo que hay de verdad y lo que hay de mito hollywoodiense en la narrativa del jugador de los Browns y en la de su mánager Michael Johnson, en esta nueva historia de regreso a la vida desde los infiernos que tanto gustan a la sociedad estadounidense. Y Gordon añadió: “Cada vez que la pandilla podía usarte, explotarte en cualquier cosa que te pusiera en peligro de ir a prisión, yo era el tipo”. “Si iba a ser un matón o un gánster, iba a ser el mejor gánster ahí fuera”, sentenció, rotundo.

Porque de eso también va esta historia, de ser el mejor. Y Josh Gordon lo era. En el fútbol americano, en el baloncesto y hasta en el atletismo (Tim Montgomery, exvelocista estadounidense que fue suspendido tras un escándalo de dopaje y condenado por fraude con cheques y tráfico de heroína, mantiene que Gordon sería campeón olímpico de 400 metros si se entrenara para ello). Por eso Gordon recibió una beca económica del colegio privado Westbury Christian School para meter canastas, aunque ese colegio no tuviera más remedio que expulsarle cuando cursaba décimo grado. Por eso era la estrella absoluta en el Lamar High School pese a que antes de los partidos de football se bebiera una botella de vino Mad Dog 20/20 para ver si podía jugar borracho. Por eso era la referencia del conjunto de fútbol americano de la Baylor University a pesar de ser arrestado por posesión de drogas en otoño de 2010 y ser suspendido de forma indefinida tras no aprobar un control antidopaje. Por eso las universidades de UCLA, USC, Oregon y Utah querían que él jugara en sus equipos aunque Gordon ya tomaba por aquel entonces cocaína y feniletilamina y, según sostiene, vendía marihuana para poder mantener a su familia después de que el apartamento de su madre se quemara.

Por eso, por ser uno de los mejores, seguramente, Josh Gordon llegó a la NFL tras ser escogido por los Cleveland Browns en el draft suplementario del 2012 y se convirtió en una de las grandes sensaciones de la competición en ese curso y en el siguiente. En todo un probowler. En el receptor de los récords. En el hombre de las 1646 yardas de recepción en apenas 14 partidos. En el único de la historia en conseguir superar las 200 yardas de recepción en dos encuentros de manera consecutiva.

En todo eso y en mucho más. A pesar de haber jugado todos sus partidos como universitario y profesional estando borracho y drogado.

Estando borracho y drogado.

Todos los partidos.

Absolutamente todos.

“Amaba el Grand Marnier (un licor). Podía beberlo sin problemas. Por lo general, podía beber mucho de eso. Pero si no era eso, podía ser whisky u otra cosa. Probablemente bebía como medio vaso de cristal o así, y un par de chupitos para intentar calentar mi sistema, básicamente. Para poner el motor en marcha”, relató Gordon su ceremonia de antes de los partidos en la entrevista en GQ. Y añadió: “Salía del hotel temprano por la mañana, iba a casa, desayunaba, hacía mi pequeño ritual, fuera lo que fuera, un poco de marihuana, un poco de alcohol, y me iba al partido. Y luego, definitivamente, me iba de fiesta después de cada partido, hubiera ganado o hubiera perdido. En cada partido”.   

Veloz en el campo, veloz fuera de él. Veloz con su talento, veloz con sus adicciones. Veloz para llegar hasta la cima, pero, sobre todo, veloz para descender una y otra vez hasta el pozo.

No en vano, en el último lustro, desde el año 2013, Josh Gordon ha sido sancionado por la NFL o los Cleveland Browns en cinco ocasiones diferentes por haber suspendido pruebas antidopaje de marihuana, codeína y alcohol. Ha reconocido en un juzgado ser padre de una niña llamada Emma y se enfrenta a otra demanda diferente de paternidad que todavía no está resuelta. Ha estrellado un coche, yendo drogado, contra un poste telefónico, cuando iba acelerando y poniendo en peligro a transeúntes. Ha estado temporadas sobrio y temporadas borracho, con continuas idas y venidas a clínicas especializadas. A veces, aun estando sobrio, ha recaído de sus adicciones y ha dado tumbos por la noche en las calles buscando a alguien al que comprar hierba, como le ocurrió en el pasado mes de julio en Gainesville (Florida). Ha transitado, en definitiva, al borde del precipicio del derrumbamiento con el mismo dinamismo que había mostrado trazando rutas en ataque en un campo de football.

Con el mismo dinamismo con el que ahora vuelve otra vez a trazar las rutas ofensivas de su equipo.

Porque, este 3 de diciembre, Josh Gordon regresó a los terrenos de juego, consiguiendo 4 recepciones y 85 yardas en la derrota de los Cleveland Browns contra Los Angeles Chargers. Era su primer partido desde el 21 de diciembre de 2014, un nuevo debut tras 1.078 días sin jugar y demasiadas dudas por el camino. Hue Jackson, su entrenador, definió su vuelta “como la Navidad”. Y es que esta vez parece que sí, que será diferente, que el wide receiver nacido en Houston (el pasado domingo 10 de diciembre logró ante Green Bay Packers su primer touchdown desde el 2013) está cambiado. Rehabilitado. “No era la carrera, no era el dinero, no era la casa, no eran los coches, estaba allí por las personas que más me importan”, explicó Gordon en GQ sobre su último paso por rehabilitación. Y concluyó: “Lo único que me salva en este punto y momento, la diferencia entre ahora y antes, es que lo estoy haciendo por mí mismo. Y quiero algo más para mí mismo. Estoy tratando de hacerlo por mí mismo. En este punto y momento, me importa una mierda lo que alguien más esté haciendo”.

Puedes creerle o no, pero esta es la apuesta de Josh Gordon. Olvidar al adolescente inadaptado y confiar en sí mismo. Volver a ser el receptor que un día fue. Encontrar la redención. Y, especialmente, llegar cada noche al acostarse y continuar estando sobrio un día más. Una ambiciosa apuesta para alguien que, probablemente, ya ha agotado casi todas las oportunidades que se le han concedido. Pero que todavía está a tiempo para lograrlo.

“Ahora estoy mentalmente en paz. Y, con sinceridad, es la primera vez en mi vida que puedo decir eso”, finalizó Gordon en el reportaje de Sports Illustrated.

Puedes creerle o no.

Es tu decisión.

Josh Gordon ya ha hecho su apuesta.

Hagan juego, señores.   

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