Hay tipos que terminan de jugar un partido de fútbol y pareciera que fueron a la guerra. Sucios, ensangrentados, agitados, con las camisetas y los pantalones rotos. De hecho, en cierta medida, un partido es como una batalla, en la que un par de ejércitos plagados de testosterona se enfrentan frente a un público ávido de sudor y sangre. Y hay futbolistas diseñados para la guerra: los Gattuso, los Gravesen, los Materazzi.
Y luego están los otros: los que pueden correr veinte kilómetros a toda velocidad, ida y vuelta, y terminan el partido como si hubieran ido al cine. Ni una gota de sudor, el cabello como engominado y las medias inmaculadas. Es el caso de uno de los mejores jugadores de la Premier League de los últimos tiempos, un carrilero como los de antaño, que pasa más desapercibido de lo que debería. Luis Antonio Valencia se convirtió el fin de semana pasado en el jugador sudamericano con más partidos en la historia de la Premier League (303), desplazando al peruano Nolberto Solano. Se dice fácil.
Y Toño lo ha hecho siempre al más alto nivel. Aterrizó en Europa en el Villarreal, pero no tuvo las oportunidades necesarias. El asunto es que era uno de esos jugadores diseñados para la Premier League. Y un préstamo al modesto Wigan le cambió la vida. El equipo dirigido por Steve Bruce lo fichó de manera permanente y, ya en el 2009, se convirtió en el jugador más caro de la historia de ese equipo al ser vendido al Manchester United por un poco menos de veinte millones de euros. Y allí comenzaría la leyenda.
Todo potencia, todo velocidad, todo clase; combinación ideal para quedarse en la élite del fútbol. Fue educado en las grandes ligas por Sir Alex Ferguson. Compartió vestuario con gigantes de la historia del United, jugó dos mundiales para Ecuador -país en el que es posiblemente el deportista más importante de todos los tiempos-, y hoy es uno de los capitanes del equipo de Old Trafford. No ha sido titular siempre, pero nunca dejó de alternar. Ni con Van Gaal, ni con Moyes, ni con Mourinho, quien cada vez que puede lo elogia. Hoy es un lateral derecho top, a pesar de que empezó su carrera como un extremo con más llegada que retorno.
Ni sonríe demasiado ni protesta las jugadas polémicas. Tiene cosas de Javier Zanetti, más allá de la posición en el campo: sobre todo esa capacidad sobrehumana para no despeinarse ni en el más agresivo huracán. Es, como el Pupi, de esos jugadores que parecieran andar en esmoquin por la vida. Una especie de James Bond del deporte: tan elegante como frío.
En un momento en el que encontrar laterales derechos confiables es tan difícil como hallar un tweet coherente en la cuenta de Mister Trump, Valencia es una Coca-Cola helada en medio del desierto.
Hay que hablar de Valencia, el hombre que nunca se despeinaba.