Es un juego con tacos de madera y no recuerdo el nombre, aunque la marca comercial no tiene la menor importancia, porque el juego debe ser muy anterior a quien tuvo la ocurrencia de registrarlo. Apilados los tacos con forma de torre, se trata de ir retirando piezas sin que se desmorone la estructura. Pierde quien la caga. De niño nunca medité sobre el valor arquitectónico o filosófico del juego en cuestión, pero es obvio que servía para diferenciar las piezas que sostenían de las que adornaban.
Cuando hablamos de fútbol teorizamos a menudo sobre la importancia de las piezas en acción. Y nos equivocamos con frecuencia. Al Real Madrid le faltaba media defensa contra el Sevilla y concluimos que tal cosa, añadida la ausencia de Casemiro, sólo podía empeorar los problemas defensivos. Nos equivocamos, quedó claro. La defensa es una actitud, no un apellido.
Tampoco teníamos mayores esperanzas puestas en la capacidad goleadora de un equipo que anda (andaba) peleado con la portería contraria. Sin embargo, se marcaron cinco goles en 41 minutos, el último, de Achraf, ese muchacho marroquí que despierta (despertaba) numerosas sospechas entre bastantes aficionados. A estas horas, será fácil convenir que el chico tiene más virtudes que defectos. Y no hay razón para insistir en los reproches. Si a los 19 años centrara con exactitud milimétrica, no sería hijo de la inmigración, sino de Carlos Alberto.
Ya lo ven. De haberle preguntado por el partido a un primate de Borneo (los del Zoo de Madrid tienen un nivel de conocimiento equiparable al de un tertuliano base), su análisis no hubiera acumulado más desaciertos que el nuestro.
En el deporte infantil, al menos en la Liga de baloncesto del distrito de Chamartín, el acta se interrumpe cuando un equipo supera los 50 puntos de diferencia. En ese momento, se dejan de contabilizar las canastas, aunque los niños (los otros, los que ganan) las siguen metiendo. En el Bernabéu sucedió al revés, a pesar de que el club pertenece al mismo distrito. Sumado el quinto, el Real Madrid dejó de marcar goles por voluntad propia aunque el árbitro los hubiera contabilizado. El corporativismo es un concepto de la edad adulta, y no de todos los adultos. Pero de los futbolistas sí. Por lo general, en el fútbol moderno hay pocas ganas de chapotear en la sangre ajena. Alguien debería recordarles que es ketchup.
La exhibición del Real Madrid (y posterior siesta) también burló al mal fario que supone dedicarle a la afición un trofeo, ya sea un Balón de Oro o una copa de plata. A los dioses del fútbol les irrita sobremanera que los distraigan del juego. Sin embargo, la tarde nació a prueba cualquier amenaza, la primera de todas, la del Sevilla. El visitante se repuso a duras penas del primer gol y de ninguno más. No tiene carácter, y no es de extrañar porque el carácter del equipo reside en Banega. No hay rastro de la ferocidad de otros años. Nacho se bastó para asustar a los atacantes de rojo y el Madrid se desplegó sin oposición ninguna, con mención especial para los contragolpes culminados por Kroos y Achraf, carreras de relevos.
El único gol que marcó el Real Madrid y no subió al marcador fue obra de Zidane. En el minuto 74 sustituyó a Cristiano Ronaldo, que se marchó sonriendo, sin hacer cuentas de los goles que hubiera podido marcar en 16 minutos, como si le fuera suficiente con un doblete y un Balón de Oro, hay gente que se conforma con cualquier cosa.