El Real Madrid ganó su sexto Mundialito, quinto título del año, como quien no quiere la cosa. Así suele llenar las vitrinas, como quien no quiere la cosa. Como quien avanza por una calle sin reparar en los pasos que da o como quien recoge del buzón una carta a su nombre, tan natural. Antes de que el último crítico finalice su argumento, el Madrid ya ha ganado el trofeo. Existe un patrón. Primero se percibe una cierta pereza por el largo camino a transitar y luego, ante la proximidad de la Copa, una voracidad de caimán hambriento. La prueba es que no pierde una final internacional desde que fue vencido por Boca en la Intercontinental de hace 17 años. No había nacido Vinicius. Ni Eleven.
Lo que vale para el Real Madrid también sirve para Cristiano Ronaldo, aunque todavía existan dudas (yo las tengo) de que futbolista y club hayan nacido el uno para el otro. Lo cierto, si nos concentramos en la estadística, es que el rendimiento de Cristiano apenas se ve afectado por sus estados de forma, ni siquiera por el paso de los años. Arremeter contra Cristiano tiene el mismo efecto que carraspear durante diez minutos y escupir hacia el cielo en un día sin viento. Ahora me flagelo en público: en su primer lanzamiento directo, quien suscribe criticó su permanente sobreactuación al chutar las faltas. En el segundo, marcó el gol que vale por el título. Temí que me lo dedicara.
Llegada la final, no hubo debate. El equipo que saltó al campo no era el que sufrió contra el modestísimo Al Jazira, ni el de tantas tardes plomizas en la Liga. En esta ocasión había una Copa a la vista y un confeti preparado. Demasiadas tentaciones como para no zambullirse.
Y no fue fácil, o no tanto. El partido se coció lento. El dominio del Real Madrid en la primera parte fue ascendente y terminó en asedio casi abrumador. El Gremio, que salió en modo impetuoso, cada vez se defendió más cerca de su portero. Sin embargo, ni en los peores momentos, el Gremio dio la impresión de ser un adversario ingenuo, de los que se muere del susto. La sensación es que silbaba mientras achicaba agua, como si la inundación estuviera dentro de lo previsto. De enemigos así no te puedes fiar porque siempre tienen una navaja guardada en el calcetín.
En general, los brasileños cumplieron con el protocolo de los equipos dispuestos a optimizar sus posibilidades, muchas o pocas: en el primer minuto, una patada. Concretamente, a Cristiano; Geromel le dejó los tacos grabados en un gemelo y luego se fue como si hubiera cumplido un recado. A otro futbolista se le hubiera desgarrado el músculo; a Cristiano se le subió el ego.
Lo siguiente fue una lenta y constante maduración que desembocó en el gol concedido a Cristiano y en el que se le debió conceder tras pase de Benzema (el francés no estaba en fuera de juego). Da igual. Lo que importa es que la victoria. Se equivocó Lineker cuando señaló a Alemania como el campeón recurrente. Nos equivocamos todos cuando dudamos. Cada vez cabe menos impaciencia entre copa y copa del Real Madrid. Aunque la seguiremos practicando.