Como en esta vida todo trata del Real Madrid, sobre todo los partidos que juega el Real Madrid, y sus errores en el Clásico ya han sido ampliamente comentados, voy a ser original y analizar la actuación del Barça. Y haciéndolo, intentaré demostrar que la mayoría de errores del equipo blanco fueron promovidos por los jugadores blaugrana. Así, un artículo que no iba a hablar del Madrid, ya lo ha mencionado tres veces en escasas líneas. Y las que quedan. Perdonen, es Navidad.
En nuestra memoria de Clásicos, pasada la resaca y el baño veraniego de la Supercopa, preside la descorchante actuación de Messi en el duelo de Liga del pasado mes de abril. Pocas veces el dominio de un jugador sobre todos los demás fue tan abrumador. Por ello suponemos que Zidane tomó la extraña decisión del marcaje individual sobre el jugador argentino, clave táctica que había salido bien en la Supercopa, no tanto el sábado. Pero el Madrid ganó ese trofeo por juego, acierto y vigor, por sus puños de hierro, no por esa marca al hombre. Así, con la lección aprendida, salió a por el partido desde el inicio, con premura, hambre y la novedad táctica de una febril presión alta. Esta actitud le duró algo menos de media hora, el tiempo que tardó Messi en desplazarse a una banda, hacer correr a Paulinho al espacio y comenzar a desordenar al Madrid con la primera ocasión clara del partido.
Hasta entonces la batalla táctica era peculiar, igualada, con ligero dominio blanco, pero sin ocasiones. Los laterales de ambos equipos salían altos y se emparejaban en medio campo, la línea de centrocampistas era casi plana en ambas escuadras, el partido era emocionante pero escaso en creatividad. El Madrid apretaba, pero no corría, el Barça, en algo que parecía más un plan que una consecuencia de lo hecho por el rival, jugaba lento, tratando de sacar de paso al Real Madrid. El vigor físico blanco comenzó a decaer, no se sabe si por el susto de la ocasión de Paulinho o por la imposibilidad metafísica de los equipos grandes de trabajar tanto todo el partido. Desde esa jugada el Barça adoptó una disposición táctica de 4-3-2-1. Ese fue su árbol de Navidad, el dibujo táctico que usaba Ancelotti en su victorioso Milan, aunque aplicado con intención más dominante y técnica. Ter Stegen resolvió las réplicas blancas, en su línea de gran nivel.
Desde el inicio del segundo tiempo se pudo intuir lo que iba a acabar ocurriendo. El centro del campo quedó compuesto por Busquets, Rakitic e Iniesta, todos en posición bastante interior, y Paulinho se mostró como lo que es, un electrón libre. Es una manzana en un equipo de peras, pero en lugar de chirriar, otorga registros diferentes y beneficiosos. Pasó a ocupar la media punta junto a Messi, dejando a Suárez solo arriba, como le gusta matarse con el mundo. El brasileño rompía al espacio y los centrocampistas del Madrid no sabían a quién seguir. Se producían duelos de dos para dos entre los atacantes culés y los centrales madridistas. Kovacic, que había intentado cumplir como un buen soldado la imposible tarea de tapar a Messi y también la salida de Busquets, quedó derrengado y no pudo con lo uno ni con lo otro. Así, nublado el cerebro, se abrió de piernas en la jugada que destrozó el partido y al Real Madrid. Busi inició, los interiores rotaron y Rakitic, mucho mejor jugador cuando no tiene que corregir desequilibrios tácticos grupales, sino acompañar y crear como buen centrocampista, vio el pasillo y descerrajó al Madrid, acompañado de un Sergi Roberto que si solo jugara en el Bernabéu sería Balón de Oro, vaya tres últimas actuaciones.
El Barcelona siguió a lo suyo, enlenteciendo el juego hasta límites imprevisibles. Siempre que consigue jugar andando en el Bernabéu, gana. Al Madrid le gusta la libertad, el espacio, queroseno en el motor y rasgarse la camiseta. El Barça le propuso una conversación serena y el equipo blanco no supo contestar. Mientras el Real Madrid se siente, el Barça se piensa.
Iniesta disfrutaba de un menor recorrido y desgaste por su posición cercana a Busquets y Rakitic, por lo que podía desempolvar el catálogo, vestirse con vaqueros pitillo como cuando era joven.
Los goles cayeron como frutas maduras, al son de jugadores interiores que se pasaban la bola con parsimonia y aceleraban cuando le daba la gana a Messi. Las conducciones de Sergi Roberto desbordaban, mientras Paulinho se apartaba de la circulación y percutía con brío y acierto. Después de la expulsión ya no quedaba más que el arrebato para el Madrid, alguna ocasión tuvo, pero se olvidó del único jugador que le podía quitar la razón (la pelota) al Barça: Isco. Sin escalones intermedios, sin una buena corrección táctica de su entrenador, solo pudo evitar una goleada más escandalosa.
Messi decidió finalmente que iba a continuar con su proyecto de dejar imágenes legendarias para la posteridad. Añadió a la celebración del 6-1 al PSG previa a Semana Santa, en la que era sujetado por sus acólitos como la imagen de un santo en Sevilla, y a la pose con la camiseta en el coliseo blanco la pasada primavera, en la que homenajeaba a su propio talento, una imagen crística de brazos abiertos que parecía más una antítesis de los pecados de Maradona que un reto a una grada que se enfadaba con la evidencia: es el Messías. El hecho de dar el último pase de gol descalzo no hace más que confirmar sus milagros.
La vida es un juego de espejos: el partido imitó el recorrido de ambos equipos desde el verano. Salida poderosa del Real Madrid, trabajo táctico del Barça (¡Valverde!) que le da la vuelta a la situación, regreso a los orígenes del Juego de Posición y Posesión, Messi y fin del cuento. Por ahora.