Se dice, y es un inequívoco síntoma de estupidez, que el baloncesto es un deporte en el que basta con ver los cinco últimos minutos. Lo afirman, es obvio, los detractores baloncesto, unos cuantos, y se suele decir como si fuera un chiste desternillante. Bien, pues quien vio los cinco últimos minutos del Real Madrid-Barcelona de la Euroliga se comió el humo de un coche que ya había pasado. Lo más relevante sucedió en el tercer cuarto, cuando los madridistas zanjaron la cuestión con un parcial de 28-14. Y más concretamente en el último segundo de ese cuarto pintado de blanco. Fue entonces cuando Doncic, urgido por el bocinazo, se quitó el balón de encima desde su propia cancha, casi desde su propia zona. Corrijo. No se quitó el balón de encima, no le quemó como una cazuela caliente. Para otro hubiera sido así. El chico, sin embargo, apuntó y lanzó a canasta. La prueba es que observó el vuelo de la pelota igual que los golfistas otean el horizonte al terminar el swing. Le parecía que podía entrar y tuvo razón, entró. Doy por supuesto que compartir vestuario con Sergio Llull tiene estas cosas: llegas a pensar que no es tan difícil.
En esa canasta, que dejó en 18 puntos la ventaja del Madrid, cabe algo más que la victoria. Esa canasta también podría valer por una recuperación anímica y quién sabe si por una depresión abisal, la del Barça, tercera derrota consecutiva en la Euroliga. La imagen posterior también cuenta, porque fue el póster de una película, un poco de Rocky, otra porción de los Poetas Muertos y un tercio de Capitanes Intrépidos. Los jugadores del Real Madrid acudieron a felicitar a Doncic y el chico, ahora activen la cámara lenta, se elevó sobre todos ellos con su sonrisa de 18 años y sus mofletes sonrosados. No hay mejores historias que las de los jóvenes que alteran el mundo conocido.
Doncic tuvo tiempo (si algo le sobra es el tiempo) para adornarse con un crossover que fracturó sádicamente las articulaciones de Víctor Claver, que terminó despatarrado en el suelo mientras el angelote de dos metros asistía a Felipe Reyes.
Después de eso había poco más que añadir. El Barcelona se puso a nueve puntos a falta de cuatro minutos y Pierre Oriola dispuso de un triple para dejar en seis puntos una distancia que llegó a ser de 21. Lo falló. Tal vez no hubiera sido más que un espejismo. El Real Madrid movió la pelota y buscó antes la jugada que la canasta, simpleza que convierte a un grupo de buenos jugadores en un equipo extraordinario. El Barça no fue. Ni antes, ni después. Aunque lo peor es lo que fue cuando tuvo a Doncic delante: fue viejo.