Si Diego Simeone hubiera sido delantero, seguramente le hubiera gustado ser Diego Costa. Costa es el Cholo con menos años. Un guerrero con botas. Es el alma, el espíritu que Simeone quiere para su Atlético.
Para Costa, cada balón dividido es una batalla y cada pelota recuperada es un territorio conquistado. Exige concentración máxima a sus rivales, a los que no perdona un descuido. Y con su intensidad arrastra a sus compañeros, incapaces de regatear el esfuerzo cuando Costa está delante, corriendo y presionando a los contrarios y buscando espacios para recibir el balón y atacar.
Costa se entrega al máximo, sin medida muchas veces. Cada carrera de Costa, cada gota de sudor derramada es una llamada de atención a sus compañeros. El esfuerzo no se negocia ni con Simeone, ni con el hispanobrasileño. Se corre y se lucha. Y esto no se lo daba al Cholo ningún delantero de la plantilla.
No es el delantero más brillante Costa, ni el más técnico, ni el mejor goleador que uno se pueda encontrar, pero para el Atlético que quiere Simeone, para el equipo que ha construido, ningún delantero es mejor que Costa. El juego de Costa quizá no se adapte a otros estilos, es probable que sufra con otras formas de jugar, pero para el Cholo es el atacante perfecto. Con Diego Costa, el Atlético es un equipo más reconocible. Como quiere Simeone que se le reconozca.
Es cierto que Griezmann tiene más calidad, que Correa es más imaginativo o que Fernando Torres lleva el 9. Ninguno de ellos ofrece lo que aporta Costa. Tampoco Gameiro o Vietto, éste en la puerta de salida. Y con un delantero como Costa delante, las posibilidades de Griezmann, si está centrado y no se distrae con su futuro, se multiplican. Tanto como se oscurece todavía más el panorama para Torres. Para discutir un puesto a Costa, Torres sólo cuenta con el argumento de su pasado. Poco para convencer a Simeone, al que desde el 1 de enero, día a partir del que Costa puede jugar de nuevo con el Atlético, las piezas del rompecabezas le empiezan a encajar otra vez.