Pensarán que miento, pero tiene cierto atractivo escribir una crónica que leerán pocas personas en el presente y probablemente ninguna en el futuro. Escribir de un partido de fútbol que pasará al olvido es una forma de alcanzar la eternidad por el camino largo y sin farolas. Siempre y nunca no son conceptos antagónicos, sino primos hermanos.
En una situación como la que nos ocupa (duelo irrelevante con la clasificación ya conseguida) escribir es como lanzar una sonda al espacio con la esperanza de que llegue a los marcianos. Cosa parecida se hizo en 1977 cuando la NASA envió en la Voyager 1 y Voyager 2 un disco con 90 minutos de música terrícola que incluía desde Mozart a canciones de mariachis, nada se sabe sobre los gustos musicales de los selenitas. Las naves en cuestión abandonaron el sistema solar en 2006 sin que ningún planeta se haya quejado por el ruido. En 2008 se insistió y se mandó hacia el espacio profundo la canción de Los Beatles Across the Universe, también sin repuesta conocida, salvo que la sequía sea una señal de que quieren más.
Así nace esta crónica, con dirección al espacio profundo de las cosas que no importan. Puedo llegar a entender a quien alcance esta línea porque existe un tipo aburrimiento lector nos lleva a leer la etiqueta del champú. Y porque la soledad es cabrona y, en ocasiones, también la compañía. Sin embargo, no soy capaz de imaginar a quien lea esto dentro de, qué se yo, todo el tiempo que cabe entre los próximos dos meses y dos milenios. Será más fácil que ese hipotético lector tenga antenas que gafas.
En fin, vayamos al partido. Zidane alineó un once semititular con Theo, Kovacic, Lucas y Mayoral como representantes de la segunda unidad. El objetivo filosófico era combinar lo que hasta ahora no ha mezclado. El objetivo material era doble y casi simultáneo: ganar y propiciar el gol de Cristiano, el que le convertiría en el primer jugador que marca en todos los partidos de la fase de grupos. Bien, pues los objetivos parecieron quedar cumplidos a los doce minutos. A los ocho marcó Borja Mayoral y a los 12 Ronaldo.
Diríamos que al Borussia se le aparecieron todos los demonios, si no fuera porque ya no le quedan demonios por ver. Cuando el pasado septiembre recibió al Real Madrid, el Dortmund era una de las sensaciones de Europa, invicto en Alemania, seis victorias y un empate. Después de perder (1-3) se vino abajo hasta adentrarse en el inframundo. Desde aquella noche, el Borussia ha ganado dos partidos de los trece que ha disputado en todas las competiciones, incluyo la derrota en el Bernabéu.
Sin embargo, el equipo todavía tiene algo, el aire de los que fueron guapos (Sahin) y de los que lo serán mucho (Pulisic). Con eso, y con la amable colaboración del rival, el Dortmund se desperezó y recuperó la memoria de otras grandes noches. Es curioso lo del Madrid. No le dura la concentración más allá de quince minutos seguidos. Se tensa y despensa con la misma facilidad.
Entre el final de la primera mitad y el inicio de la segunda, Aubameyang reavivó el fuego con dos goles de figura mundial, más que por la belleza de los remates, no tanta, por su absoluta calma en la ejecución (no jadear es un síntoma de máxima elegancia, en cualquier situación). Si Florentino no encuentra inconveniente en su corte de pelo, el gabonés podría ser el atacante que busca el Real Madrid para completar su ataque. Además de un gran refuerzo, pondría el final a una buena historia, pues el jugador cumpliría la promesa que le hizo a su abuelo, natural de Ávila, poco antes de morir.
El Real Madrid reaccionó y sus siguientes minutos de furia le permitieron ganar y borrar de nuestras cabezas lo anterior. Gracias al poder curativo de la victoria se nos acaba de olvidar la fragilidad defensiva del equipo, alarmante a todas luces.
Ya ven, la crónica que mandaré al espacio profundo me ha quedado larga como un viaje interestelar. Solo espero que los marcianos la lean escuchando Across the universe. Mejoraría sensiblemente.
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Yo sí la he leido. Y la he disfrutado.