Ni la intempestiva hora cubana en que se fijó el partido (7 de la mañana) para satisfacción del mercado asiático, pudo con el fervor de los habaneros por ver enfrentarse a los dos colosos del fútbol español. Antes bien, con tremendo madrugón a cuestas, por la letal combinación del horario y las dificultades en el transporte en la ciudad, unas 120 personas nos congregamos en el Salón Solidaridad del Hotel Habana Libre. Mayoritariamente merengones cubanos, aunque también muchos culés, pues la rivalidad Madrid-Barça se caracteriza en Cuba por su naturaleza apolítica, meramente futbolística, que permite coincidir a ambas aficiones con bastante buena onda («buen rollo», en jerga local).
Hubo quien no durmió para llegar a tiempo de ver el partido y, al poco de iniciado, no tuvo más remedio que echarse en un sofá del Hotel a descabezar un sueño reparador. «¡Caballero, no son fásiles estos horarios!» se oyó decir a un peñista. Otra víctima del feroz madrugón fue Javier Sotomayor, socio número 245 de nuestra Peña Madridista de La Habana en honor a su imbatido récord mundial en salto de altura. Al medallista de Oro Olímpico de Barcelona 92, madridista hasta la médula, admirado Premio Príncipe de Asturias del Deporte y Príncipe de las Alturas se le pegaron las sábanas, por lo que sólo logró llegar al Habana Libre cuando comenzaba la segunda parte.
Para entonces, el Madrid había desaprovechado la oportunidad de adelantarse en el marcador y con ello, luego lo sabríamos, de optar a la imperiosa victoria. En efecto, el partido empezó con un notable dominio del balón de los nuestros, fruto de la presión ejercida en el área barcelonista. Bien hubiera podido anotar Cristiano si no pifia su disparo de manera garrafal, al tardar una décima de segundo de más en rematar, solo, delante de Ter Stegen. Pasado tan esperanzador arreón inicial, el encuentro fue tornándose más equilibrado y soso, con un Madrid progresivamente más conformista, más especulador.
A medida que se iba llenando el habanero Salón Solidaridad de adormilados tardones y que el Madrid, en sentido contrario, levantaba el pie del acelerador, comenzamos todos a sentir un calor asfixiante, pues son proverbiales las altas temperaturas medias del inviernito cubano. ¿Se había cobrado el despiadado horario otra víctima, en la persona del técnico en refrigeración del Hotel? El sofoco casi se convierte en sofocón cuando Keylor sacó milagrosamente un potente remate a bocajarro de Paulinho. ¡Hubiera tenido bemoles, con todo el chucho (el “choteo”, como lo llaman aquí) que acompañó al fichaje del brasileño este verano, que él, precisamente él, hubiese marcado! Siguió entonces un intercambio de golpes, con Benzema estrellando un cabezazo en el poste culé y Paulinho amenazando de nuevo la portería madridista. Por fortuna para nosotros, el aire acondicionado se puso en marcha…
En la segunda parte, se le hizo de noche al Madrid. Incomprensiblemente, desapareció del terreno de juego. Dejó de buscar el partido. Trocando conformismo por escapismo, tal vez confiando en ‘resolver’ el encuentro en alguna jugada aislada, los futbolistas merengues dejaron de ponerse pa’ las cosas (“esforzarse”, dicho a lo cubano), sin percatarse de que la Liga se les escapaba de las manos como si de blanca arena de la habanera Playa de Tarará se tratara… Parecía mentira. A un espectador no avisado le hubiera costado discernir, en ese momento, cuál de los dos equipos llegaba al duelo con once puntos de desventaja, a quién le urgía ganar. Llegó entonces el gol de Luis Suárez, tras una brutal internada de Rakitic que nuestro Kovacic no frenó por no quitar ojo a Messi, decisión asaz comprensible.
Con Zidane obstinado (“empecinado”, en la acepción castellana de la palabra) en dar galones a Benzema y un sector mayoritario del madridismo, tanto habanero como universal, ostinao (“fastidiado, harto” en su versión cubana) por la misma razón, el Real Madrid siguió desangrándose. Mientras, Isco calentaba banquillo. Sin tiempo para reaccionar, cuando Asensio y Bale se aprestaban para entrar, la delantera rival nos asestó el golpe de gracia. Un rocambolesco carajal en el área propia terminó, tras una tragicómica sucesión de carambolas, en penalti claro de Carvajal, al sacar con la mano un balón que se colaba. La expulsión directa y el consiguiente penalti, materializado por Messi, liquidaron nuestras penúltimas esperanzas. De las últimas dio buena cuenta el sospechoso habitual de lo que llevamos de Liga: la falta de acierto ante el arco rival (dicho sea sin minusvalorar un ápice al hoy inexpugnable portero azulgrana).
En diez minutos de locura se nos había ido el Clásico y, a la par, gran parte del Campeonato, cuya consecución, como escribiría Eduardo Mendoza, tenemos ahora un punto por debajo de imposible y tres por encima de improbable. Lo peor es que, para derrotarnos, el Barcelona no estaba necesitando hacer nada del otro mundo. En los últimos compases del partido, no resultó posible maquillar el marcador ni evitar la goleada, al anotar Aleix Vidal el tercero, pero al menos sí la humillación. Magro consuelo.
Este Clásico, número 237, difícilmente pasará a la Historia. Si acaso, por mediocre y feo, con poco juego y acciones execrables, como la agresión de Sergio Ramos al uruguayo Suárez. Eso sí, en puridad, lo visto en el Bernabéu respondió fielmente a la primera de las acepciones etimológicas del término “clásico” recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española (clásico: 1. adj. Dicho de un período de tiempo: De mayor plenitud de una cultura, de una civilización, de una manifestación artística o cultural, etc.). Es innegable que la rivalidad Madrid-Barcelona nunca vivió esplendor comparable al actual, en cuanto a su repercusión mediática y económica, merced a la formidable lucha por la Historia, de tintes cuasi épicos, que sostienen hace años Messi y Cristiano, Cristiano y Messi. Con puntales, no lo obviemos, de la talla de Casillas, Ramos, Modric, Xavi, Piqué o Iniesta, por citar sólo unos pocos. Casi nada. Parafraseando a Schuster, una auténtica «era de la excelencia». Pero lo vivido hoy, insistimos, fue lamentable.
La derrota es de las que duelen aunque el madridismo cubano, fiel a su incansable espíritu fiestero, no coge lucha («no se rasga las vestiduras”). Y si las penas con pan son menos (y las derrotas con Campeonatos del Mundo por supuesto también), no hay duda de que las Peñas con turrones son más. Así, los madridistas de La Habana procedimos, al finalizar el encuentro, al tradicional sorteo navideño de lotes de turrones, cortesía de uno de nuestros socios, importador murciano de productos alimenticios. Así endulzaron, unos más que otros, un tin («un poquito») el mal trago mañanero. ¡Hala Madrid en Cuba!
Demasiados partidos y viajes seguidos. Además, este año la plantilla es un poquito más floja.
Pero la esperanza no se pierde.
Hala Madrid!!!!
Un fuerte abrazo, Feliz Navidad y próspero año nuevo!!!