Los gestos importan tanto como las acciones. Cuando Zidane dejó en el banquillo a Isco transmitió un mensaje nocivo para sus intereses: tenía miedo. Si la mayor parte del mundo lo entendió así hay que pensar que el Barcelona llegó a la misma conclusión. Kovacic brilló en el marcaje a Messi en los partidos de la Supercopa, pero su titularidad repentina (apenas ha jugado después de su lesión) era un escorzo muy poco aconsejable. Estos duelos tan descomunales se empiezan a perder cuando te traicionas a ti mismo.
Tampoco era buena idea plantear el partido como una cuestión táctica. Al menos, no lo era para el Real Madrid. Adelantar la defensa y la presión es una buena manera de robar el bolso a las abuelitas, pero no funciona contra un equipo que ha hecho de ese sistema una marca registrada. El Barça no sufre cuando le achican el campo, ni cuando le agobian en la salida del balón, al contrario; se siente como en casa. Para el Madrid, sin embargo, es una actitud forzada. En su naturaleza está el arrebato, no el escapismo; rugir, no calcular.
Los sistemas prevalecieron sobre los jugadores durante media hora. En ese primer tramo el césped se llenó de casillas negras y blancas, de instrucciones recitadas de memoria. Las oportunidades eran oasis en mitad de desierto y ninguna fue tan clara como la que tuvo Cristiano a los diez minutos; mucho se habla de Benzema, pero Ronaldo no llegó si quiera a impactar la pelota.
Cumplidos los primeros treinta minutos, las fajas se destensaron y el Barcelona comenzó a avanzar metros. Se imponía en el juego porque no tenía que fingir, porque conocía el camino, porque se sabía el cuento de memoria. No hay enemigo que pueda con el Barcelona jugando como el Barcelona. Tampoco hay ninguno que venza al Madrid cuando tira de la épica y se monta sobre el Bernabéu. Debió recordarlo Zidane antes de enredarse con la geometría y con el miedo.
Lo más sorprendente es que el Barça consolidaba su dominio sin noticias de Messi. Cuando el partido comenzó eran las nueve de la mañana en Buenos Aires y tengo la impresión de que el dato es decisivo. A Messi se le veía legañoso. No es aventurado pensar que, al igual que Di Stéfano, Messi vivirá siempre en los usos (y husos) de Argentina. Sólo se mostró en la segunda parte, cuando la victoria estaba encauzada, cuando ya era media mañana en Rosario. Y se mostró a lo grande, como no puede ser de otra forma.
Los de blanco llevaban varios minutos ausentes cuando Luis Suárez puso por delante al Barcelona. Y se extinguieron por completo cuando Carvajal cometió penalti y provocó su expulsión por un manotazo grosero que evitó el doblete del uruguayo. El resto fue un paseo y un penar, tiempo para que Piqué pudiera rematar su siguiente tuit. Aleix Vidal marcó el tercero gracias a una ocurrencia de Messi y el Barça terminará el año catorce puntos por delante del Real Madrid. Catorce. Y no quieran recordarme que tiene un partido menos porque en realidad tiene una preocupación menos: la Liga.
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— Gerard Piqué (@3gerardpique) December 23, 2017
Muy buena crónica, como siempre. Suaves plumazos de terciopelo, como el pase a pie limpio de Messi para el 0-3. Saludos desde Colombia