Mentiríamos si dijésemos que no se nos ablandó la armadura durante el estreno mundial de Star Wars: Los últimos Jedi el pasado sábado: «Quiero dedicar esta noche a Carrie quien está ahora mismo ahí arriba enseñándome el dedo y diciendo: ‘Maldición Rian, no te atrevas a convertir esta noche en un tributo solemne’… así que pasémoslo bomba esta noche por ella». De esta manera, Rian Johnson, director de la película, quiso que se nos encogiese un poquito el corazón al dedicarle un sentido homenaje a la dolorosa ausencia de Carrie Fisher. El próximo 27 de diciembre se cumplirá un año del fallecimiento de Leia Organa, una princesa exiliada que lideró una rebelión para restablecer la paz en la galaxia frente al Imperio y frente al tirano Darth Vader junto a Luke Skywalker (Mark Hamill) y a Han Solo (Harrison Ford).
Hija del cantante Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds, la vida de Carrie Fisher siempre estuvo rodeada de glamour, de claquetas; pero también, de luces y sombras. Cuando Carrie apenas tenía dos años, en el camino de su padre se cruzó Elizabeth Taylor (íntima amiga de Debbie Reynolds) por la cual el hombre de la casa abandonó el hogar familiar para entregarse a los brazos de Liz.
Fisher debutó en la película Shampoo (1975) a los 15 años y poco tiempo después saltó a la fama en la que sería la película de su vida, Star Wars: Una nueva esperanza (1977), primera entrega de la saga que la encumbró como icono cinematográfico. Su personaje, la princesa Leia, una mujer con un carácter revolucionario, fue el eje central de las dos siguientes, El Imperio contraataca (1980) y El regreso del jedi (1983).
Además de su faceta como actriz, Carrie fue una talentosa escritora, publicó cinco novelas (Postcards from the Edge, Surrender the Pink, Delusions of Grandma, Hollywood Moms y The Best Awful There Is) y tres libros autobiográficos (Whisful Drinking, Shockaholic y The Princess Diarist). Carrie murió durante la promoción de este último, The Princess Diarist, una dura crítica al clasicismo y al machismo de Hollywood a través del cual se explica el arduo (y a veces hasta cruel) camino que les espera a las mujeres que aspiran a convertirse en un referente dentro de la industria.
Su hija, Billie Lourd, confirmó en Orlando el pasado mes de abril durante la Stars Wars Celebration algo que ya nos temíamos, que nos imaginábamos, que siempre dimos por hecho: «Mi madre solía decir que nunca supo dónde terminaba la princesa Leia y dónde empezaba Carrie Fisher». Carrie nunca tuvo reparos en decir las cosas que pensaba. Jamás se escondió tras su fama para incomodar a los poderosos. Como Leia, poseía una capacidad especial para defender las causas por las que consideraba necesarias alzar la voz. Carrie usaba la fuerza como nadie. Habló abiertamente de sus problemas con el alcohol y las drogas, como en el memorable monólogo teatral Wishful Drinking que comenzaba de la siguiente manera: «Soy Carrie Fisher y soy alcohólica».
Mito erótico de toda una generación a partir de aquella aparición en bikini, Carrie también tuvo palabras para desmontarlo: “Por qué no le cuenta a su hija que el personaje lleva esa ropa no porque ella lo escogiera, sino porque la obligaron a llevarla». Sin lugar a dudas, una guerrera atípica, una mujer hecha para el papel que le tocó representar en la gran pantalla y en la vida. Una soldado aguerrida, que jamás le tuvo miedo a la oscuridad, porque a pesar de vivir rodeada por sus propios fantasmas, supo utilizar la luz para engrandecer su humanidad. Carrie tuvo tiempo para un último abrazo con Harrison Ford antes de reencontrarse con Han Solo más allá de las estrellas. Al resto nos quedará el legado y rezar para que su fuerza nos acompañe para siempre.
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