Corría el tiempo de descuento en Stamford Bridge. El marcador señalaba un insuficiente empate a uno y desde la capital italiana acababa de llegar la noticia del final del partido en el Olímpico de Roma. El Atletico de Madrid estaba oficialmente fuera de la máxima competición europea pero no lo parecía. Filipe Luis se tiraba a por el enésimo balón dividido. Saúl seguía metiendo la pierna. El resto de jugadores continuaba corriendo como si no hubiese mañana. Como habían hecho desde el primer minuto. Si eras capaz de ignorar ese molesto zumbido que hacía las veces de narración televisiva, podías incluso escuchar el grito apasionado de centenares de colchoneros que ahí, en la última gota de vida de una competición que ya habían perdido, seguían animando a sus jugadores para llenar el mítico estadio londinense de color rojiblanco. En ese momento se me encogió el corazón. Aparqué por un momento la tristeza (que estaba y que volvería después) y se me vino a la cabeza la imagen de Peggy Lee cantando en el Ambassador Hotel de Chicago. “Empaqueta todo mi cariño y hey, ahí voy, cantando bajito… bye, bye, Blackbird”.
El Atleti no cayó en el estadio del Chelsea. Fue allí donde se confirmó su salida de la Champions League 2017-2018 pero no fue allí donde perdió la clasificación. Lo hizo en esa primera jornada, en Roma, fallando docenas de ocasiones en uno de sus mejores partidos. Lo hizo en el Metropolitano, aupado en el histerismo de los nuevos tiempos y aturdido todavía por un estadio nuevo que no supo entonces cómo arropar al equipo durante ese maldito minuto final que le sirvió al Chelsea para llevarse la victoria. Lo hizo en Azerbayán, donde gracias una plantilla descosida y a la ansiedad extrema de un entorno cada vez más tóxico, jugaron aquel día con plomo en las piernas y miedo en el alma. Lo hizo contra esos mismos azeríes, en casa, poseídos de nuevo por el hechizo de la falta de gol y la presión invisible del que sigue sin entender que el fútbol es un deporte en el que se puede ganar y se puede perder. Hubiese bastado con que uno sola de todas esas anomalías hubiese sido de otra manera pero no tiene sentido lamentarse ahora. Al Atleti le ha salido mal todo lo que le podía salir mal en esta edición de la Champions pero sabemos que otras veces fue al revés. Es fútbol.
El partido fue apasionante, eso sí. Con un Chelsea con hechuras de gran equipo y un Atleti dispuesto a vaciarse. El control durante los primeros minutos fue aparentemente para los de Simeone pero era un control tramposo. El peligro lo llevaba el equipo inglés. Bien plantado, más rápido en el centro del campo y con más talento arriba. El Atleti se perdía entre los descosidos de su mermada plantilla. La banda derecha era un drama. El centro del campo era incapaz de pensar con la rapidez necesaria para este tipo de partidos. La enésima rotación del delantero centro volvió a ser un desastre. El Atleti salió vivo de la primera parte gracias a un Oblak nuevamente excelso pero en la segunda salió con algo más de brío. Sólo con eso, con el empuje de unos jugadores de los que nadie puede dudar y con mucho corazón, el Atleti consiguió adelantarse en el marcador gracias a otro de los ejes de este equipo. Saúl.
A partir de ese momento el partido se rompió. El Chelsea se puso el traje de grande de Europa, Hazard destapó el tarro de las esencias, Cesc hizo de escudero y empezaron a llegar las ocasiones. El Atleti se revolvía como lo que es, un equipo enorme, unido y orgulloso. Podía haber pasado cualquier cosa, porque así son los partidos de tú a tú, pero lo que pasó es que los Blues empataron en una jugada desafortunada de Savic y el marcador ya no volvió a moverse.
Fueron unos últimos minutos espectaculares en los que todos corrían, todos peleaban, todos saltaban, todos morían y todos tocaban sus límites. Fútbol de élite. Fútbol de Champions. Fue también entonces cuando me di cuenta de por qué no pueden jugar en este equipo tipos como ese tal Vrsaljko que en ese mismo momento remoloneaba en el banquillo. El Atleti necesita jugadores de fútbol y no especuladores.
La bofetada es importante y duele. Claro que duele. Es estúpido negarlo. Igual de estúpido que intentar buscar culpables, diseñar reproches ingeniosos a toro pasado o demandar histriónicamente que alguien se abra las venas en una plaza pública. ¿Para qué? Me parece un error perder el tiempo echando la vista atrás cuando todo el mundo es consciente del diagnóstico y de los errores. Estamos a mitad de temporada. Ya habrá tiempo de hacer juicios sumarísimos. La mirada y las energías hay que ponerlas ahora en dirección contraria. En el siguiente partido. Olvidándose del fantasma de la navidad pasada y consolidando la inercia de los últimos partidos.
No hay más. Se cierra una puerta pero se abre otra. Como la vida misma. Bye, bye, Blackbird.
[spotifyplaybutton play=»spotify:track:7CWXt5dUsezai8RD1PIx7e»/]
Muy bueno lo suyo maestro.Coincidencia plena .Nos faltó una pizca de suerte en la fase y nos sobró ansiedad
Querido Ennio
Pues la vida te lleva por estos caminos. Ahora a jugar la Europa League,a ganarla si es posible ya hacer una buena liga y Copa. Y ya está. Que esto no es más (ni menos) que fútbol