Los derbis son incómodos, como las resacas. Tienes la boca seca y el estómago revuelto. Si encima recibes un gol a los tres minutos, el partido pasa de resaca a agonía. Y eso le ocurrió al Deportivo, un equipo cuya seña de identidad más reconocible en el último lustro es su fragilidad. Defensiva o mental. Tanto da.

Apenas habían pasado 90 segundos cuando Pione Sixto recibió la pelota en la izquierda del ataque vigués. Levantó la cabeza y alumbró un hueco a la espalda de Luisinho, que barrió hacia adentro para tapar a Maxi. Se tomó una vida para centrar y en la retaguardia del lateral deportivista apareció Weiss solo, vigilado testimonialmente por Adrián, atacante de horchata. Imaginen defiendo… En resumen, que Weiss cabeceó a gol la primera ocasión del partido. Manda carallo, pensaría la parroquia herculina.

Lo que ocurrió después se explica mejor con la entrepierna que con los pies. El Deportivo apretó, llevando el partido al área local. Pero las ocasiones tenían más que ver con lo mal que defiende el Celta en su área, lugar común de los equipos de Unzúe. Entonces llegó el minuto 40. Atacaba el Depor. Recogió la bola Rubén, el portero vigués, que avistó a Maxi Gómez y Iago Aspas en la distancia emparejados con los centrales. Rifó un pelotazo que retrató a Sidnei, quien despejó de cabeza hacia atrás, y a Schar, que tocó la pelota sin despejarla. Maxi Gómez peleó la bola con su fútbol voluntarioso pero efectivo para regalar luego una asistencia digna de una estrella Michelín a Aspas, que Iago empujó a la red convirtiendo en el segundo gol.

El de Moaña celebró su gol con retranca. Plantado impertérrito ante la hinchada del «Coruña», escudo en mano, y aguantando el chaparrón. Eso sí, en el lado amable de Riazor, en el fondo opuesto a los Riazor Blues. Al descanso el derbi llegaba teñido de celeste. De perdidos al río, debió pensar Cristóbal. El técnico deportivista sustituyó a Çolak por Andone. Lacón por percebe, pero es que el Depor está más necesitado de pataca que de marisco.

Y volvió a ocurrir. Minuto 53. Falta al borde del área. Aspas le pega con rosca y Rubén, el portero deportivista, empatizando con su defensa, se la zampa. Si ya es difícil competir con una defensa de papel, es imposible hacerlo con un portero de plastilina. Restaban 35 minutos y pintaba a baño celtiña en Riazor.

A la hora de partido Andone descerrajó a Rubén en una jugada que retrató su hambre. En lugar de protestar el derribo de Borges rebañó la bola y embocó un gol de esos que jamás habría marcado Adrián. Resucitaba el derbi. En el minuto 78 un centro desde la derecha dibujó una imagen de una plasticidad majestuosa. Maxi Gómez entró armado, marcando los tres tiempos y atacando la pelota con el central colgado de su espalda. Quiso el destino que se topase con el larguero en una postal que solo empañaba el 7 de la camiseta del celeste, un 9 de manual. El partido concluyó con un merecido 1-3 para los celestes, que retratan las miserias de sus paisanos.

El Celta es un equipo con sus limitaciones, pero conocerlas le hace mejor. Lleva la pelota rápido a los espacios, donde Pione y Aspas disparan sus prestaciones. Por dentro Turu ancla mientras Weiss y Lobotka se asocian. Y arriba Maxi juega de boya, bajando balones, frigoríficos o lo que le caiga. De este Depor la mejor definición la dio Aspas antes del derbi. El «Coruña»…

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