Cuentan y no paran los testigos de lo que sucedió en el sainete de la Copa de Navidad de la Federación Española de Fútbol. La aparición estelar y no prevista al no estar invitado de Ángel María Villar en la sala dejó congelado a más de uno y de dos, incluido el presidente en funciones, Juan Luis Larrea. Dicen que el primero en buscar la zona antípoda de la puerta de entrada fue Luis Rubiales, candidato a la presidencia incluso antes de que se convoquen elecciones, quien con sutileza fue evitando el saludo a quien hacia sólo un par de días había desacreditado en rueda de prensa. Susurran con media sonrisa algunos que allí estuvieron que Villar tenía perfectamente controlado de reojo a Rubiales y esperó con astucia el encontronazo con el ex presidente de AFE, que no llegó a producirse aunque había apuestas cruzadas al respecto.
Pero alguien lo pasó realmente mal y ese fue Larrea, a quien Villar consider que «no es presidente en funciones, sino un tesorero que ocupa mi puesto temporalmente» (declaración del lunes en rueda de prensa). Nos cuentan que Larrea no encontró palabras para definir el momento. Que la tensión fue máxima, incluso llegando a producirse una escena algo desgradable por el cinismo manifiesto en los saludos, siempre con un Villar crecido, arrollador, sobrado y más que irónico con algún directivo que ha hecho pública su postura contraria hacia el expresidente imputado. Insistimos, Larrea declaró a sus allegados que sinceramente la aparición de Villar en la Copa de Navidad le había parecido como mínimo inoportuna.
Pero lo más grave fue lo que pudo suceder y no sucedió con respecto a media docena de presidentes de Territoriales declarados manifiestamente opositores al retorno de Villar, y partidarios de una nuevas elecciones a la Asamblea y presidente. Miembros de este grupo definido se plantearon abandonar la sala en el momento que apareció Villar. Rápidamente se dispusieron varios corrillos sondeando entre ellos qué postura adoptar, pues consideraban el gesto del expresidente imputado de un desahogo manifiesto, incluso con cierto aire retador. Algunos se dirigieron a Larrea para recibir una explicación sobre tan incómodo momento. El presidente en funciones pidió mesura y templanza a todo aquel que entendía la presencia de Villar como un atropello, consiguiendo que la fiesta navideña no se convirtiera en una escena indeseada, con salida en desvandada de los opositores.
Y hubo quien fue muy vivo llamando por móvil al Consejo Superior de Deportes advirtiendo de que por allí andaba Villar y lo mismo estaba cometiendo una afrenta judicial. Sin embargo, la respuesta fue que ninguna resolución le impedía estar en aquella zona federativa, ya que el juez lo único que le prohibe es ejercer funciones, pero no le recorta el derecho a personarse en su lugar de trabajo. Por esta razón acudía de vez en cuando a su despacho, aunque la tercera vez le cambiaron la cerradura y decidió sentarse en la escalera en señal de protesta por la actitud de sus propios empleados.
Mientras todo esto sucedía en la copa de Navidad más agria que se recuerda en la Federación, Villar mantuvo la cabeza bien alta, la mano extendida para quien la quería, una frase para cada uno y una actitud de presidente, no de imputado ni de un hombre puesto en entredicho. La realidad, siempre según testigos directos, es que la sala estaba dividida entre quienes sólo les faltó que pidieran un discurso de su presidente y aquellos que con gusto habrían dejado la copa sobre la mesa para mostrar su más absoluto rechazo. Larrea hizo de juez de paz y, créanme, salió reforzado de este incidente.