El 7 de diciembre es el cumpleaños de Larry Bird, el llamado Hick of French Lick (El Paleto de French Lick, Indiana), el número uno del Draft NBA de 1978 —un año antes de su incorporación real a la NBA, retrasada a 1979 por el fin de su promoción natural en Indiana…—, el Rookie of the Year en 1979-80… y el mito, Larry Legend, que construyó su leyenda y los cimientos de lo que es la actual NBA: junto a un tal Earvin Magic Johnson. Todo pasó solo un poquito antes de que el edificio lo rematara un tal Michael Jeffrey Jordan.
Pero, en efecto, hubo una época, los años 80, la mejor NBA que uno ha disfrutado —se quiera o no y por 10.000 razones— en la que, pese a (atención) Julius Doc J Erving, Kareem Abdul-Jabbar, Moses Malone, Isiah Thomas y el advenimiento del mismísimo Jordan… este juego del baloncesto en la NBA era suyo. Suyo: de Bird y Johnson. Larry Bird, Earvin Magic Johnson. Cuando el juego era nuestro. Ese es el título del libro de Jackie MacMullan, la periodista neoyorquina que cubría para la ESPN a los Celtics de Bird durante la saga celt de los años 80. Con Red Auerbach al timón del club de Boston, Bird y los suyos cerraron la saga y la década mágica de aquellos 80 con tres anillos ensartados en el Boston Garden, a través de cinco presencias en finales: las dos perdidas fueron contra los Lakers de Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar, James Worthy y su distinguido entrenador: Pat Riley. Él…
Desde 1979-80, Larry y Magic empataron en 13 temporadas jugadas en la NBA. Pero, desde 1980, Johnson firmó cinco títulos después de ir a nueve finales, con 2-1 para los Lakers en la cuenta de finales ante los Celtics: 1984, 85, 87. En el total de 19 duelos directos en esas finales, los Lakers se impusieron por 11-8. En esas tres finales Celtics-Lakers, Bird promedió… 27’4, 23,’8 y 24’2 puntos, respectivamente. En rebotes, 14, 8’8 y 10. En asistencias, 3’6, 5’0 y 5’5. Ahí mismo, Magic Johnson presentó tarjetas de 18, 18’3, y 26’2 puntos. En rebotes, 7’7, 6’8 y 8. En asistencias, 13’6, 14’0 y 13. Así, para 1987 ya se decantaba una ventaja clara de Johnson, al que Riley había pedido ser batuta, ancla y cañón del Laker Show, una vez que Abdul-Jabbar ya había cumplido 40 años. En las finales de 1984 y 85, Jabbar fue el máximo anotador laker (MVP en 1985, con 38 años); y en la de 1985, Kevin McHale anotó más que Bird para unos Celtics que en 1987 se resintieron gravemente de que Bird y McHale jugaban bajo la influencia de un dedo roto en una pelea de bar (Bird) y una fractura por estrés en el pie que aperrearía a McHale hasta el quirófano.
Es poco aventurado sostener, pues, que los 61 años de Legend Bird navegan bajo el halo del Mago Johnson (14-08-1959). Cada uno, Bird y Magic, se reconocía en el otro en una maldita adicción por el triunfo. Quien mejor lo definió fue Riley, cuando arengaba a sus Lakers sobre Larry Bird en el la pretemporada de 1984, recordando la final perdida en Boston, el célebre Showdown 1984, siete partidos, siete dramas: «La verdadera fortaleza del juego de Bird es su tenacidad mental… hay que vérselas con su fuerza psicológica antes de discutir siquiera la parte del baloncesto… nunca seréis capaces de batir a Bird hasta que entendáis hasta qué punto quiere él ganar y todo lo que está dispuesto a hacer para asegurar que al fin gana». Y el caso es que Bird calcaba materialmente esas palabras sobre la obsesión del triunfo… pero dirigidas a Magic, al que los celts de colmillo más retorcido, Cedric Maxwell o M. L. Carr, apodaban Cheesy, Quesito, por su perenne —¿hipócrita…?— sonrisa de Cheesy Bites, como bocaditos de queso. «Esa sonrisa es un truco perfecto, os hace olvidar a todos que ese tipo enferma cuando no gana: él quiere ganar… tanto como yo», soltaba Larry a sus descreídos colegas, en las casetas del Boston Garden o del Helenic College bostoniano.
Era el mismo Bird, ese Hick al que su abuela mandaba mensajes inquietantes tras las interminables sesiones de tiro en los patios de French Lick: «Recuerda que por mucho que tú entrenes, siempre habrá otro por ahí en este país que termine de tirar después que tú». Joe, el padre de Larry, se suicidó de un tiro en 1975 cuando, entre depresiones alcohólicas, se vio incapaz de abonar a su exmujer, Georgia, los pagos judiciales que habían acordado. Pero Larry, el hijo de Joe y Georgia, desarrolló un tiro imparable, desde alturas siderales. Ambidextro y con un sentido inconcebible de campimetría, Larry tiraba a cesta, veía y diseñaba la pista y las situaciones de juego bajo mecánica y sentido posicional absolutamente surrealistas para el resto. Como cuando robó aquel pase de Isiah Thomas en 1987, en la final del Este, en el Garden, y tumbó a los Detroit Pistons más imponentes por un puro milagro de coordinación y anticipación. Entre todo y entre todos le habían forjado ese dominio mental…
Cuando los equipos visitantes llegaban al Garden, al entrenamiento de tiro matinal (shootaround), solo horas antes de saltar a la pista contra los Celtics, solían disfrutar de una visión surrealista, psicológicamente demoledora: Larry Bird dando vueltas y vueltas al trote por los pasillos superiores de las tribunas de Boston Garden, como El Fantasma de Tom Joad. En un desplazamiento, en 1986, Bird acudió a un concierto de Bruce Springsteen en Dallas junto a algunos otros celtics. No le sedujo particularmente la interpretación del Boss, aunque argumentó: «Sé que el tipo se gana dinero porque ha sudado más de lo que he visto a ningún otro cantante, todo eso es lo que sé». Esas fueron las palabras de Larry a los perplejos Rick Carlisle y Bill Walton.
Cuando Bird y Johnson llegaron a la NBA, en 1979-80, este era el estado de la Liga, según aceptaba David J. Stern, el Comisionado de la NBA entre 1984 y 2014, tres décadas mágicas: «En 1979, todo lo que se hablaba de esta Liga era sobre razas, drogas y sueldos demasiados altos. La percepción de nuestros jugadores era: son negros que ganan demasiado dinero, y de ahí que como son negros y ganan demasiado dinero, se lo gastan en droga». Jackie MacMullan relata estos recuerdos de Stern. No mucho recuerdo queda de aquellos SuperSonics o los Wizards campeones en 1978 y 79. De los Blazers campeones de 1977 perdura el carisma de Bill Walton. Los Warriors de 1976 que Al Attles impulsó a un triunfo extraordinario han vuelto a la superficie gracias a los éxitos de los nuevos Warriors, esos Dubs de Steph Curry, Klay Thompson, Kevin Durant… y Steve Kerr.
Pero al final de 1979-80 empezaron a pasar cosas. Bird fue elegido Rookie del Año con una votación abismal: 63-3. En el vestuario de los Lakers, en el Forum, Magic demandaba los resultados de la votación con un ingenuo «¿he estado cerca?». Lo siguiente después de esa votación fue que Johnson, hambriento de emulación y revancha, alcanzó su primer anillo y se coronó como MVP de las Finales de 1980 gracias al antológico 107-124 de los Lakers sobre los Sixers de Erving y Dawkins en el sexto partido, en el Spectrum de Filadelfia… con Kareem Abdul-Jabbar en Los Ángeles, escayolado en el tobillo.
En 1981, Bird subió al trono del Campeonato, mientras los Lakers colapsaban entre convulsiones internas. Apareció Riley. Con títulos repartidos entre Lakers y Sixers en 1982 y 83, a partir de 1984 surgieron esas tres finales… mágicas, los tres showdowns que marcaron una época. En el cuarto partido de 1984, a 16 segundos del fin de la prórroga y en el Forum de Inglewood, Larry anotó una suspensión vital en fadeaway sobre Magic que valía el 123-125: de paso para el 125-129 que selló el 2-2… y puso a los Celtics en ruta para devolver el anillo a Boston. Michael Cooper, el defensor más feroz a que Bird se enfrentó jamás, había resbalado tras bloqueo de McHale y, en el ajuste, Magic se quedó a solas con Larry. «Sabía que tenía que anotar ese tiro, precisamente ante él», diría después Larry Joe Bird.
«La del 13 de junio de 1984, en Boston, fue la peor noche de mi vida… me dije en ese hotel de Boston: Nunca en tu vida olvides cómo te sientes ahora», contó Magic Johnson tras entregar ante la ola celt el séptimo partido de aquellas dramáticas series finales de 1984. Aquel mismo mediodía de las pesadillas de Johnson, Larry Bird ya salió a trotar por las cercanías de su casa de Boston, en Brookline. «¿Adónde vas, qué haces?», le soltó su esposa, Dinah. «He de estar preparado para el año próximo; va a ser duro», respondió Larry, más Legend que nunca. Y fue justo así…
Los Lakers ya no volvieron a perder otra final ante los Celtics, a los que batieron en 1985 y 1987: aquí, gracias al célebre baby hook de Magic en la agonía del cuarto partido, que impuso un 3-1 letal para Boston. En 1987, los Lakers ya alineaban a cuatro números uno de Draft NBA (Kareem, Mychal Thompson, Magic, James Worthy) y los Celtics de Bird ya habían pisado su última cima: en 1986, ante los Rockets, cuando, funcionando como un regimiento acorazado, conquistaron su tercer y postrero anillo. A finales de los 80, los brutales Pistons Bad Boys de Laimbeer e Isiah barrieron la decadencia de los Celtics de Bird. En 1991, Air Jordan abrió los 90 ante Magic, que en el otoño de ese mismo 1991 fue diagnosticado con los anticuerpos del SIDA. En 1992, Larry, que ya se retiraba, y Magic (que aún jugaría más de media temporada en 1995-96) se colgaron juntos el oro olímpico: en Barcelona.
Larry Bird aún fue entrenador y presidente en los Indiana Pacers. En las finales de 1998 ante los Bulls, como entrenador pacer, Bird desafió así a Michael Jordan: «Preguntad a Michael quién ganó aquel partido de su récord de 63 puntos en Boston, en 1986; eso es lo único que yo recuerdo de aquel día». Fue el domingo 20-4-1986. El día que Larry declaró: «He visto a Dios disfrazado de Michael Jordan»… pero ganó Boston. Y hasta 2008 —cuando Red Auerbach ya llevaba dos años muerto— no volvería a saludar Boston otro título. Ni otra final. Pero así pasó. Y así fue la leyenda de Larry Joe Bird: bajo el halo de Earvin Magic Johnson.
Grande Delmas como siempre. Como me alegra y disfruto de nuevo con tus artículos amigo.