Comienza a no ser noticia ver a Messi en el banquillo del Barcelona. Sentado cómodamente, sonriente, incluso bromeando con los compañeros. Y debe entenderse como un logro de Ernesto Valverde, un síntoma del sentido común que ha impuesto el entrenador azulgrana en este Barça más coherente. Y como ante el Sporting lisboeta los azulgrana no se jugaban más que un puñado de euros, Leo comenzó el encuentro repanchingado cerca de su entrenador.
Por contra, los lusos aún mantenían opciones de meterse como segundos de grupo, aunque dependían de la Juventus. Valverde volvió a colocar un equipo reconocible, con laterales largos como Semedo y Digne, fútbol asociativo por dentro con Rakitic de pivote y Andre Gomes y Denis de volantes y arriba Luis Suárez acostado a la izquierda, Aleix Vidal a la derecha y Alcácer en punta.
El Barça, sin la velocidad de ejecución de Messi ni la aceleración creativa de Iniesta, propuso un ritmo funcionarial. Apenas se aceleró en la primera parte con alguna arrancada de Denis y al final del primer tiempo contaba con un par de ocasiones más peligrosas que menos. Un disparo lejano de André Gomes y un remate de Luis Suárez tras jugada personal que tapó el portero. Los portugueses se estiraban con más intención que pegada.
Ocurre que el Barça sin Leo pierde su exuberancia. Las curvas se hacen rectas y el brillo, mate. Alcácer, Aleix y Andre Gomes mantuvieron su tónica indolente y Suárez sigue arrastrando toneladas de ansiedad ante la frustración que acumula esta temporada. Con este panorama el partido estaba condenado a resolverse en una jugada aséptica, un centro quirúrgico al primer palo de Rakitic en un córner que fue peinado por Alcácer a la red ante la desidia lisboeta. Más que premio merecido, castigo justificado para los visitantes.
A la hora de partido Vidal cedió su puesto a Messi, en lo que era algo más parecido a una jornada de activación para el argentino que a un partido. Lo más novedoso a partir de ese momento fue ver a Busquets haciendo las veces de Piqué, al que Txingurri, con buen criterio, decidió dar descanso. Busi se emparejaba con Vermaelen en la zaga azulgrana, una dupla insospechada que probablemente no se vea más en el Camp Nou.
El resto del partido pareció una sesión de terapia grupal con público organizada por Valverde para aumentar la debilitada autoestima de alguno de sus jugadores menos habituales. El lenguaje corporal del técnico era conciliador: aplaudía, animaba, alentaba… Una paciencia infinita del entrenador que sigue empeñado en recuperar a sus futbolistas de cara a lo que queda por delante. El choque finalizó con un gol en propia meta de Mathieu, coronando la gris noche de la defensa lusa. El Barcelona pasa como líder de su grupo con facilidad incluso. En realidad lo ha hecho con naturalidad, que es como hace todo este Barça de Valverde.