Se sabe, pero se dice poco: el año 2017 ha sido el mejor en la historia del Real Madrid. Nunca, en 115 años de llenar vitrinas, había ganado cinco títulos en una misma temporada; el quinto y último, el Mundial de Clubes, lo consiguió hace solo catorce días. Bien, pues en lugar de transmitir confianza, el Real Madrid —zona noble y entorno plebeyo— se comporta como si tuviera alguna asignatura pendiente. Entiendo que la derrota contra el Barcelona y el adiós a la Liga son golpes que dejan el mentón dolorido, pero resultan incomparables con la alegría que debería generar un año perfecto. Aunque mejor será no engañarse: la tendencia a la insatisfacción no depende de un mal resultado, sino que define la gestión del presidente por mucho que quiera disfrazarla de ambición histórica. No lo es. Que el Real Madrid se empeñe en fichar a un buen portero que no necesita delata una malsana obsesión por renovar el mobiliario. La llegada de Kepa Arrizabalaga, de producirse ahora, provocará una situación dolorosamente injusta, más aún en vísperas de un Mundial: la suplencia de Keylor o la del joven portero vasco. Por no hablar los veinte millones que se gastaría el club por no esperar seis meses, cuando expirará el contrato del guardameta.
Tengo para mí que, en relación a la portería, existe un extraño complejo de culpa desde que Casillas fue repudiado. Asumo que es una interpretación un tanto freudiana, pero tengo la sensación de que Florentino Pérez necesita hacerse perdonar el crimen con otro portero español que pueda borrar a Iker de sus pesadillas. De ahí aquella insistencia por fichar a De Gea y de ahí el empeño por contratar ahora a Kepa, poco importa cómo lo esté haciendo Keylor, el portero de las dos Champions consecutivas.
No sé si falta paciencia o gratitud, tal vez un poco de cada. Habrá quien me diga que, en un club como el Real Madrid, la búsqueda de la victoria —la ambición histórica— debe estar por encima de los sentimentalismos, pero los sentimentalismos también importan. De hecho, el nombramiento de Zidane no fue otra cosa que un acto de sentimentalismo que se ha descubierto como un acierto rotundo. El propio Benzema es un jugador sentimental por pura oposición al jugador estadístico (Cristiano). Y con esas piezas, en este último caso complementarias, se acaba de completar el mejor año de la historia del club, sin necesidad de ningún desembolso galáctico. El fútbol, aunque muchos lo nieguen, es un deporte sentimental, pregunten a Ennio Sotanaz.
La lección es —o debería ser— que la sensatez funciona, la mirada larga, que diría Imbroda. El Real Madrid ya tiene a las estrellas que le aseguran el futuro y es un mérito que hay que reconocerle al presidente/director deportivo. Pienso en Isco (25) y Asensio (21), aunque no desprecio a Marcos Llorente (22), Ceballos (21) o Theo (20). Tampoco me olvido de Vinicius (17) por el que se pagaron 45 millones de euros. Además, cuenta con un portero de 31 años al que no se le puede hacer el menor reproche y con el único delantero en el mundo dispuesto a sacrificar su ego en beneficio de Ronaldo. No es un mal panorama, si lo piensan. Pero sólo funciona si no se interrumpe el tránsito natural y los viejos dan paso progresivo a los jóvenes. Si el club se empeña en contratar nuevas estrellas para que sustituyan a las viejas nunca se producirá el relevo. Esa percepción es la razón fundamental por la que Morata se marchó al Chelsea y también rondó por la cabeza de Isco cuando tuvo similares impulsos.
Se puede fichar a Harry Kane e incluso a Neymar porque el dinero nunca ha sido un problema. Hazard, madridista confeso, también se ha dejado querer últimamente. Son jugadores de muchísimo talento y sus presentaciones acapararían los medios de comunicación del mundo entero, por no mencionar las millonarias ventas de camisetas. Ya puestos, también se podría sustituir a Zidane por un entrenador con flequillo que dominara la gestión de los cambios, pecado imperdonable. No tengo duda de que el estadio se llenaría en la presentación de los recién llegados. Eso sí, se llenaría de paseantes en busca de sombra, de turistas, de ociosos y de algún culé deseoso de ver el campo. Se llenaría de gente que no debería condicionar la política deportiva del Real Madrid.
Termino, que se aproximan las uvas. La incapacidad para ser feliz se denomina anhedonia (lo contrario al hedonismo) y es un tipo de embotamiento afectivo que impide disfrutar de los estímulos reforzantes. Tiene tratamiento farmacéutico, pero antes se recomienda un sencillo remetido natural: dejar pasar el invierno.
Concordo com você,Florentino Péres tinha o poder nas mãos para parar com toda a história sobre Iker. mas não fez nada. Iker poderia estar no Madrid até hoje. Keylor Navas nem precisava ter sido contratado.
Feliz 2018
Abraços desde Brasil.