El año 2017 pasará a la historia no sólo por el gran éxito de La la Land o por el regreso de Blade Runner y no sólo será recordado por el impacto de Stranger Things, el maravilloso final de la no menos maravillosa Halt and Catch Fire o el sobrecogedor descubrimiento de El cuento de la criada. 2017 quedará marcado por la reivindicación de la cuestión afroamericana en los Oscar —sobre todo con el triunfo de Moonlight— y, especialmente, por el fin de la Omertá en el mundo del espectáculo.

Desde que el 5 de octubre The New York Times y The New Yorker abrieran la caja de los truenos con sendos reportajes acerca de los abusos sexuales de Harvey Weinstein silenciados durante décadas, la industria del showbussiness ha vivido un terremoto sin precedentes. Las primeras en hablar fueron Ashley Judd y Asia Argento, pero en pocos días subió la marea con más de una cincuentena de actrices expoliadas por el productor.

Rose McGowan, Mira Sorvino, Rosanna Arquette, Gwyneth Paltrow, Romola Garai, Katherine Kendal, Angelina Jolie, Kate Beckinsale, Liza Campbell, Lauren Silvan, Léa Seydoux, Eva Green y el resto de afectadas impulsaron el movimiento #MeToo por el que el fundador de Miramax tuvo que abandonar su compañía y retirarse de la vida pública, tras ser repudiado por la industria del cine, en espera de unos juicios que pueden acabar con sus huesos en la cárcel.

Las denuncias públicas de las afectadas abrieron también la espita de un asunto no menos abyecto: la ocultación de los casos hecha por los más cercanos al poderoso productor, gente que construyó su carrera bajo el ala Weinstein y que responde a nombres clave de la industria como Quentin Tarantino, Russel Crowe, Ben Affleck o Matt Damon. Varios incluso mantuvieron relaciones con algunas de las acosadas y por ahora sólo se conoce un caso de enfrentamiento directo, aunque privado. Brad Pitt, pareja de Gwyneth Paltrow por aquel entonces, se enfrentó a Harvey Weinstein para que cesara en el acoso a la actriz.

La trascendencia del affaire Weinstein abrió una puerta, la de la Omertá dentro del showbussines, por la que comenzaron a evacuar denuncias muchos de los afectados durante décadas. Por el cadalso de la vergüenza transitaron Matthew Weiner (creador de la aclamada Mad Men), Jeffrey Tambor (protagonista de Transparent en la que encarna a un transexual), Louis C. K. (stand up comedy y productor), el fotógrafo Terry Richardson, James Toback, Dustin Hoffman, Chris Savino, Andrew Kreisberg y un largo etcétera. Sus disculpas viajaron desde lo patético hasta lo repulsivo.

La palma del surrealismo se la llevó Kevin Spacey. El afamado actor alegó exceso de alcohol y falta de memoria ante la denuncia de Anthony Rapp y aprovechó la coyuntura para hacer pública su homosexualidad en un intento baldío de expandir una cortina de humo. La respuesta no se hizo esperar. Netflix lo despidió de inmediato de House of Cards y Ridley Scott lo borró de su última película, Todo el dinero del mundo. El director británico rodó de nuevo todas sus escenas con Christopher Plummer y la industria le hizo un guiño con una nominación al actor para los Globos de Oro.

Porque es ahora, en la temporada de premios, cuando la industria ratificará si 2017 ha sido finalmente el año del fin de la Omertá. Por delante esperan los Globos de Oro, los Spirit Awards y, sobre todo, los Oscar. De lo que allí se reivindique, al igual que de lo demandado en otras ocasiones, se podrá deducir si la limpieza ha comenzado realmente. Mientras tanto, #MeToo

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