El 6 de diciembre de 2017 pasará a la historia como el día que el Barcelona no ganó un partido de la Liga Asobal. Sucedió en Guadalajara, donde el equipo local, el Quabit, consiguió un empate a 26 y rompió la estupenda –también grotesca para el balonmano español- racha azulgrana que duraba ya más de cuatro años y medio (55 meses) para un total de 133 victorias consecutivas.
Eso, sí, el Barcelona sigue invicto en la Liga Asobal con este empate. La última derrota de los azulgrana en la competición doméstica data del 18 de mayo de 2013, cuando sucumbieron en Logroño frente al Naturhouse La Rioja por 33-31, antes de que el equipo riojano perdiera su patrocinador y fuente principal de ingresos.
El hecho de que el empate sea considerado como histórico revela, al igual que la racha multianual de victorias azulgrana, el pobre estado en el que se encuentra la liga española de balonmano. Con presupuestos ínfimos y escondida para el gran público en los medios de comunicación dados sus surrealistas horarios y calendarios, la Liga Asobal sobrevive como un nicho deportivo prácticamente amateurista donde el Barcelona compite y se impone a medio gas.
Desde la caída en picado de los patrocinadores y la marcha de equipos como el renacido Atlético de Madrid, heredero del Ciudad Real, la competición doméstica apenas supone para los azulgrana como preparación para su verdadero objetivo, la Champions. Desde aquel 18 de mayo de 2013 el Barcelona se ha metido en cuatro Final Four de cinco siendo campeón en 2015 y subcampeón en 2013. El pasado ejercicio cayó en semifinales.
La composición de la Selección Española abunda en la precariedad en la que vive la Liga Asobal, que no el balonmano. De los 16 convocados que acudieron al Mundial de Francia el pasado mes de enero, en el que España cayó en cuartos de final frente a Croacia, sólo dos, Adrià Figueras (Granollers) y Ángel Fernández (La Rioja), no jugaban en el Barcelona (cinco) o en el extranjero (nueve).