Vamos a ver a Zidane en el derbi. Será uno de sus días grandes o de recibir una seria cornada a su credibilidad. Aquí, en el Metropolitano, es donde se sale al ruedo como en las grandes plazas: o puerta grande o enfermería. El entrenador del Madrid tiene de bueno que conoce, probablemente mejor que sus gratuitos aduladores, cuál es su estado real de combustión. Y no es bajo, pero tampoco se encuentra en sus máximos. Zizou goza de credibilidad ¡cómo no! pero de estos partidos ‘match ball’ sacará mayor crédito o empezarán a extenderse las dudas. Está en juego pelear por la Liga, aquí no valen paños calientes, el técnico francés ha de estar a la altura de lo que exija el juego y del pulso que le proponga Simeone. Una de las grandes virtudes de ZZ es su estado de calma ante los tsunamis, pero hay noches como esta en la que nadie podrá esconderse en el burladero.
Todavía resuenan los aplausos del premio The Best que Zidane recogió con exquisita modestia en Londres. Ahí es donde el francés gana a cualquiera. Su puesta en escena es soberbia, transmite buen rollo, jerarquía de futbolista (no parece ex) mítico, perfil de entrenador de categoría. Es la guinda perfecta del mejor pastel. Pero… ha llegado un momento de la verdad (obviemos en su beneficio el tropezón (3-1) menos trascendente con el Tottenham) en la temporada del Madrid. Aquí no valen premios ni focos, en el Wanda se exigirá esta noche exprimir el talento de cada actor del partido, con papel estelar para los dos entrenadores que tienen a sus equipos jugando con fuego en la Liga, con peligro de irse a once puntos del Barça si gana en Leganés.
Zidane dispone de las mejores armas para estrenarse en el Metropolitano. Debe demostrar su inteligencia estratégica, su capacidad para cambiar un partido, el talento táctico para presentar a un Madrid capaz de maniatar y liquidar a un Atlético seguramente enrabietado por su gafe doméstico y el miedo a pinchar en Liga después del disgusto en Champions. No vale con solucionar el envite apoyado en la pegada, en el instinto de jugadores top o en la chispa de la fortuna. Zidane debe dejar la huella de su mano en la hierba rojiblanca para despejar dudas, para subir otro peldaño en la confinza absoluta del madridismo. Al Madrid se le debe exigir en este derbi que haga las cosas muy bien, jugando con categoría y con una dirección preclara desde el banquillo.
El pulso de Simeone y Zidane es un derbi en sí mismo. Dos entrendores que aparentan disfrutar de una confianza granítica de la afición y de sus presidentes, cuando en realidad el fútbol pega latigazos inesperados a partir de ciertos resultados que van más allá de un marcador final. Aquí, en el Metropolitano, Zizou tiene la ocasión manifiesta de que se deje de hablar de Mauricio Pochettino, que empieza a ser un fantasma que planea en el horizonte (más o menos lejano) por los despachos del Bernabéu.