Paul Galvin, un hombre de 46 años que vivía en Chicago, decidió iniciar un viaje por Europa durante el verano de 1936. Su intención era descansar y disfrutar de unas agradables vacaciones en familia, pero en lugar de eso tuvo un “Momento Eureka” que cambiaría el rumbo de la Historia.
Paul era un ambicioso emprendedor. Junto a su hermano Joseph había iniciado una actividad empresarial que buscaba resolver los problemas que planteaban las baterías y la red eléctrica. Con tan solo cinco empleados habían creado un producto que les estaba haciendo ricos, una radio que se podía instalar en cualquier automóvil. Uno de los empleados mencionó a su jefe la oportunidad de negocio: los jóvenes utilizaban los coches para contemplar las puestas de sol. A partir de aquí fueron los Galvin quienes consiguieron poner a esa escena una banda sonora, acordando bautizar este invento bajo el nombre de Motorola.
Precisamente, en ese viaje por Europa, Paul se dio cuenta de que entre los países del Viejo Continente había muy mal rollo. Le llamó especialmente la atención el poder militar que exhibían las potencias, con un claro protagonismo de la Alemania nazi. A la vuelta de su viaje invitó a sus ingenieros a dejar lo que tuvieran entre manos para volcarse en una idea, un sistema de comunicación móvil que fuera tan ligero y fiable que permitiera al ejército estadounidense transmitir las órdenes en el campo de batalla. Y así fue como nació el walkie-talkie.
Al terminar la guerra, el uso del walkie-talkie se convirtió en un fenómeno universal. Todos querían tener uno, también los niños, incluyendo entre éstos a los hijos de mis padres. Para hablar tenías que pulsar un botón de gran tamaño, normalmente de color rojo. Durante el tiempo que estirabas tu discurso debías mantenerlo apretado, algo parecido a lo que hacen los adolescentes cuando se dejan mensajes de voz por whatsapp, aunque algo más rudimentario.
Es justo reconocer que con el walkie-talkie la comunicación no era fácil; o hablaba uno o hablaba el otro, así que se popularizó el código del “cambio” y “corto” para que la conversación fluyera. Si naciste antes del año 2000 puedes saltarte este párrafo: “Cambio” significaba que ya habías terminado de hablar y querías escuchar al otro. “Cambio y corto” significaba que querías cortar el rollo y dedicarte a otra cosa.
Cuento todo esto porque la creatividad es lo que ha hecho posible que sucedan cosas extraordinarias. Motorola inventó la radio de los coches, luego los walkie-talkies, a continuación los busca y ya por fin el primer teléfono móvil de la historia. Contado así de rápido parece una sucesión previsible de episodios, un guión cualquiera, pero en realidad representa una hazaña gigantesca. Sin toneladas de creatividad todo esto no hubiera sucedido.
Pasando a lo que de verdad importa a mis lectores, el partido del Real Madrid contra el Málaga fue uno más, uno de tantos, sin una pizca de creatividad sobre el campo. El equipo jugó de memoria, cada jugador fue tan previsible, tan fiel a la idea que tienen de sí mismos, que antes de que el árbitro pitara los doscientos fueras de juego ya sabíamos que los iba a pitar. Las bicicletas de Ronaldo, los pases de Toni Kroos, la carreras por la banda de Carvajal, las buenas intenciones de Lucas Vázquez, los fallos de la defensa…. era todo tan predecible como el parte meteorológico de un mes de agosto en Almería. Es una monotonía que ha alcanzado su cumbre, su estado de gracia.
Pero, ¿de verdad todo es vulgar en el Madrid? No, no del todo. Hay un jugador, uno solo de los que llevan camisetas blancas, que es como los hermanos Galvin en los años 30, un portento de creatividad. Inventa jugadas imposibles, ejercita la observación, no tiene miedo al error, experimenta… transforma signos de interrogación en signos de exclamación. Ese jugador fue bautizado como Francisco Román Alarcón Suárez, pero hoy en día todos le conocen como Isco.
Pero, ¡ay!, Isco fue sustituido cuando aún quedaban 30 minutos de juego. El entrenador se concentró en el negocio, en la ejecución del resultado, en el pájaro en mano. Guardó los post-it de colores en el armario bajo siete llaves y renunció a la generación de ideas. El cambio de Isco significó que la apuesta del entrenador pasaba a manos de los que ejecutan planes, no de los que los inventan. Lo que no es tradición es plagio, y punto.
Ni sorpresas, ni jugadas originales, ni pases de fantasía, ni ciento volando. Así es como juega el Real Madrid cuando Isco se sienta en el banquillo. Poco más queda que decir, salvo la última frase.
Zinedine Zidane, cambio y corto.