Cuando Netflix anunció que The Punisher tendría su propia serie (al termino de la segunda temporada de Daredevil) la primera pregunta que se nos vino a la mente fue: ¿podrán soportar los trabajados hombros de Frank Castle el peso de semejante protagonismo? Las respuesta es sí. Y de qué manera. Frank Castle es un ex marine con un carácter difícil. No estoy muy convencida de si ganaría a Jessica Jones o a Luke Cage en un pulso. Tampoco puede presumir de tener los súper sentidos del diablo de Hell´s Kitchen. Eso sí, tiene un arsenal armamentístico del que podría estar orgullosa la NRA. Lo que nos gusta de Frank es que cuando se mira en el espejo, reconoce a un villano, no a un héroe. Y no nos importa lo más mínimo, es más, nos fascina ese sentimiento de culpabilidad que lo convierte en el perfecto antihéroe.
Frank tiene las cosas claras: quiere matar. Torturar. Erradicar. Empatizamos con los motivos, pero llegado un punto en la segunda temporada (estrenada el pasado 17 de noviembre), perdemos de vista la causa y nos centramos en el efecto. Posiblemente sea la serie más desquiciada y rebelde de la factoría Marvel hasta la fecha y, ¡sorpresa! La crítica coincide en que posiblemente, y con el permiso de Daredevil y Jessica Jones (esta última es una debilidad personal) también sea la mejor. El personaje de Frank Castle le encaja como un guante a un soberbio Jon Bernthal. Cada episodio es una evolución, un dilema, un intrincado y violento laberinto en la mente de un justiciero cuyo enemigo ya no solo viste de carne y hueso. En la foto también aparecen grandes secundarios como Jason R. Moore, Amber Rose Revah o Ben Barnes. Sin embargo, Jon no nos permite desviarle la mirada.
The Punisher se centra en la violencia, en la ira, en el dolor de la pérdida. Pero también nos pone sobre la mesa temas complejos tales como el trato a los veteranos en Estados Unidos, las secuelas, la venganza, la corrupción policial y gubernamental…Mucha tela que cortar para los que únicamente esperaban un par de tiroteos y tres o cuatro astillas bajo las uñas. Los capítulos alcanzan el éxtasis de su intensidad dramática en la recta final, donde la violencia está mas que justificada en una serie donde tantos golpes podrían llevarnos al bostezo.
Lo único que me inquieta y que creo que habría que tratar con más cautela, (a pesar de construir un relato fantástico a través de un guión impecable y de un Jon Bernthal que se ha ganado a pulso el hype) son los traumas de los ex militares una vez que regresan a casa. La sombra del horror es alargada y en muchas ocasiones se les presenta como personas desequilibradas a las que una simple chispa puede hacer saltar por los aires. Una especie de secta de fanáticos trastornados sobre los que no se sabe muy bien si se trata de pasar de puntillas o si verdaderamente tienen cierto peso dentro de la ficción. Para mí deberían ser algo más que un marco o una anécdota. Acompañado de un Robin con complejo de Bill Gates (Ebon Moss-Bachrach) y de unos cuantos acordes que firmaría el mismísimo Bruce Springsteen, The Punisher nos pone de muy buen humor con muchas pistolas y muy malas pulgas.