Se quejaba Simeone el viernes de que ahora mismo no tenía un jugador que le resolviera un partido en lo que resultaba un grito para que despertara de su letargo Griezmann o para que cualquier otro asumiera galones de estrella en la travesía del desierto en la que se ha convertido este otoño para el otrora orgulloso Atlético. Lo encontró el argentino en Thomas, a balón parado en el minuto 91, para llevarse los tres puntos después de un partido infumable. Que el ghanés sea el segundo máximo goleador del Atlético a estas alturas de la temporada da fe de en qué situación se encuentra ahora mismo el equipo rojiblanco.
Se quejaba Simeone el viernes, quizá como un ruego, para que Riazor fuese el punto de partida, el giro copernicano que devolviera a su equipo al menos al punto alfa del cholismo, a la tranquilidad de los fundamentos en espera de eneros mejores y más nutritivos para la plantilla.
Se quejaba Simeone el viernes y aplicó una vuelta de tuerca a su equipo para la vespertina y plomiza tarde de sábado. Buscó seguridad en el centro del campo con un regreso a aquellos tiempos felices y dispuso con Augusto en el eje de la medular, como si un remedo de Tiago fuera, para que Gabi se dedicase más a ordenar la presión, a manejar al equipo, aunque con ella desactivara a Thomas, desplazado y perdido en la banda derecha sin saber si debía ir o perseguir.
Se quejaba Simeone el viernes, con el verbo señalando a Griezmann, y dejó solo al indolente francés en la punta de ataque, quizá para que se reivindicara de una maldita vez y empezara a recordar a aquél que reclamó sentarse en la misma mesa que Cristiano y Messi. No hubo caso. Apenas un disparo blandito al comienzo de la segunda parte mientras el runrún de sus reservas ante una marcha a final de temporada no termina en la ya cabreada afición rojiblanca.
Se quejaba Simeone el viernes y no encontró respuesta en ninguno de sus jugadores. El Atlético volvió a ser en Riazor un equipo muy previsible, sin capacidad para dominar el juego ni para alterar el guion planteado por su rival. El Deportivo, este Deportivo que acaba de cambiar de entrenador, le tendría que haber durado un suspiro al Atlético y sin embargo, guiado por Fede Cartabia, fue el dueño del partido sin encontrar apenas respuesta hasta que el zapatazo de Thomas se clavó en su orgullo en el 91’.
Se quejaba Simeone el viernes y no tuvo mejor ocurrencia que, a falta de diez minutos y con empate a cero, quitar a Griezmann por Giménez en un claro gesto acusador al francés y a todos los delanteros que le quedan en la plantilla, sobre todo a Vietto y a Fernando Torres, que se quedaron sin pisar el verde de Riazor. Un cambio que puede parecer un síntoma, pero que en realidad es un diagnóstico claro de que este Atlético no está para ganar partidos y busca no perder a no ser que se encienda la lampara de la estrategia parada.
Se quejaba Simeone el viernes de que no tiene quien le escriba y su equipo despachó en Riazor un partido infumable, de esos que se olvidan antes de terminar. La cuestión es que, amortizados los reproches a los jugadores, quizá vaya siendo hora de mirar al banquillo en busca de aquel entrenador que si durante la semana no lograba encontrar el punto de cocción de sus hombres era capaz de hallarlo en los partidos. Y es posible que Simeone no tenga quien le escriba, pero es posible también que ya no le guste lo que lee.
Atizando al mejor entrenador de la historia del Atleti…
Y así se hace uno periodista. Debemos besar el suelo que pisa, sin más