Me sucede algo extraño, lo confieso. Ni en los peores partidos del Real Madrid de este año encuentro motivos suficientes para encender las alarmas. Descartado el forofismo, que no es mi caso, empiezo a pensar que puede ser la pachorra. Es posible que me dé pereza activar el protocolo de emergencias y todo lo que conlleva: la máscara antigás, el dramatismo impostado, la autopsia del equipo, la trepanación de Zidane…. No tengo más que observar la preocupación ajena para concluir que conduzco a contrasentido: la opinión general es que el Real Madrid sufre terribles problemas estructurales que únicamente se pueden resolver con la más estricta depuración de responsabilidades y dos o tres fichajes en el mercadillo invernal, poco más de cien millones. Que el equipo ganara Champions y Liga la pasada temporada ha dejado de ser importante. El baño al Barcelona en la Supercopa es un recuerdo archivado entre un montón de malas tardes. Quienes afirman la crisis tampoco aceptan como justificación las lesiones de Keylor, Carvajal y Bale, futbolistas de cierto rango.
Personalmente, sigo sin encontrar razones para la indignación. Y lo lamento, porque indignado se escribe muchísimo mejor, nunca tecleé tan rápido como cuando Mourinho dejaba crecer la hierba y plantaba a Pepe en el mediocampo como si fuera un olmo. Mi análisis, tal vez motivado por la pachorra (no niego la hipótesis), permanece inalterable: el Real Madrid está todavía desperezándose. Ya sea por el empacho, la resaca o por una combinación de factores ninguno de carácter dramático.
Lo anterior no niega el sufrimiento, al contrario, lo estimula. Casi cada encuentro del Real Madrid incluye media docena de sobresaltos. Lo que antes se conseguía con una diligencia administrativa, hablo de cerrar los partidos, ahora se ha transformado en una riña de gatos en un callejón. En este sentido, el partido contra el Málaga fue uno de tantos. Ni ponerse por delante en tres ocasiones allanó el camino. Nunca se despejó la impresión de vulnerabilidad, sensación completamente nueva. Antes los partidos del Madrid se veían como esas películas de James Bond en las que el héroe corre más peligro en brazos de una espía rusa que colgado de un 727. Actualmente, existe verdadera inquietud por la integridad del protagonista y el estado de su traje.
La influencia del Málaga en cuanto ocurrió en el Bernabéu no se debe menospreciar. Es como si el equipo de Míchel hubiera visto a la muerte de cerca (o al jeque) porque ya no le asusta nada. Su reacción a cada golpe fue asombrosa, ya que no perdió ni la orientación ni la fe. Tal vez uno de los medidores más precisos de la valentía de un visitante en el Bernabéu sea el número de jugadores que acumula por delante de la pelota en las jugadas de ataque. Pues bien, el Málaga reunía a tres o cuatro sin descomponer el gesto, lo que le sitúa en los baremos de los equipos grandes con entrenadores de la misma talla.
Sobreponerse a la salida del Madrid tuvo mucho mérito. Por momentos, el anfitrión se pareció a la mejor versión de sí mismo, arrebatado y vertical, dinámico en los desmarques. Hasta que perdió el hilo o lo cortó el Málaga, nunca queda suficientemente claro. Destruida la pizarra se pasó al intercambio de golpes, un planteamiento de gran disfrute en otro tiempo, pero que últimamente deja los nudillos sangrantes y el cuerpo lleno de morados.
La leve diferencia de un penalti desequilibró el marcador y, ni siquiera así, soy capaz de advertir un problema grave. Este Málaga despeinará otras cabezas igual de coronadas, no todo fue dejación de funciones. Si insisten en la crisis, dejen que les guíe por un escenario mucho más terrible. Imaginen que el Madrid encadenara victorias desde finales de agosto, pletórico en lo físico. Díganme si, en ese caso, el suelo no temblaría más que ahora.
Bravo una vez más
Aparte , yo tampoco entiendo el supuesto estado de emergencia:)