El éxito del fútbol radica en la relación sentimental que vincula al seguidor con su equipo. Somos del equipo que dicta nuestro corazón, no nuestra cabeza. Los colores nos tiñen las visceras y la razón. Y con los futbolistas pasa algo similar. Uno empatiza con un jugador por su golpeo, su forma de correr, su carisma, detalles… Por más que nos vendan un fútbol que acaba y empieza en Cristiano Ronaldo y Messi o Messi y Cristiano Ronaldo, tanto da. Un fútbol que libra batallas futuristas en los anuncios con superhéroes como Neymar o Pogba y que deslumbra con ridículos premios individuales.
En medio de este parque temático aún sobreviven peloteros de otras épocas. Jugadores de otro fútbol, menos atlético y más creíble, que aún cuentan con el respeto del balón. Mi padre me dijo un día, mientras veíamos a Cardeñosa, que un tipo que le pega bien a la pelota jamás puede jugar mal al fútbol. Por eso creo que nadie ha jugado mejor que Andrea Pirlo. El savoir faire hecho futbolista. Pirlo se nace. Como la clase y la elegancia, que se tiene o no se tiene. En Italia siempre fue una flor en medio del barro. Gobernando los partidos por detrás de los trescuartistas con el timing de los tiempistas y la creatividad de los fantasistas. Espacio y tiempo. El Arquitecto, Maestro, Profesor, Mozart, El Metrónomo…
Pirlo vivía en Flera, un pueblecito de Brescia donde se hizo futbolista. Nunca podremos agradecer lo suficiente a los biancoazzurri que apostasen por futbolistas como Pirlo, Roberto Baggio o Guardiola. Allí debutó en Primera dos días después de cumplir los 16 años. Con 20 ganó un Europeo en Eslovaquia a otros dos referentes del mediocampismo como Xavi y Lampard. Lo fichó el Inter, su equipo del alma, pero no era el momento ni el lugar. Se fue al Milán, donde estuvo diez años, ganando el Mundial de 2006, hasta que Massimiliano Allegri le propuso jugar en otras posiciones. «Me quedan muchos años jugando por delante de la defensa», le dijo y se fue a la Juve. Sus mejores años.
Pirlo ya era hispter cuando estos no existían. Un gentleman que nunca necesitó ponerse el esmoquin, un crooner del fútbol. Lo deja, dice, porque le duele el cuerpo, pero podría estar jugando hasta los 50. Corriendo poco, organizando todo desde el metro cuadrado en el que gobierna los partidos en Nueva York. Nos deja su fútbol de terciopelo y un libro ‘Penso Quindi Gioco‘ (Pienso, por lo tanto, juego). Decía Coco Chanel que «ha habido muchas duquesas de Westminster, pero Chanel solo hay una sola». Habrá decenas de Balones de Oro, pero Pirlo solo hay uno. Con sus vaqueros, su jersey anudado a la cintura, sus Ray-Ban Wayfarer y su camiseta. ‘No Pirlo no party’. Se acabó la fiesta. Uno tiene la edad que se merece. Y Pirlo tiene la edad perfecta para disfrutar de los vinos de sus bodegas de Brescia y los paseos. ¡Te echaremos de menos Campanilla!