Prometo que será la última vez en algún tiempo que escriba sobre la clasificación de Perú al Mundial. Así como prometí hace varios meses que dejaría de comer hamburguesas y pizzas pensando en el verano (sudamericano) del 2018, o que utilizaría mi inscripción al gimnasio más de una vez al mes. Prometo, en todo caso, que lo intentaré. Pero no tendrían por qué creerme.
Esta vez, sin embargo, intentaré ser un poco más realista, o pesimista, que es básicamente lo mismo. Mentiría si digo que la euforia ha cesado, o que no veo todas las mañanas en Youtube el gol de Farfán a los neozelandeses temiendo que sólo haya sido un sueño. Pero también mentiría si dijera que no tenemos que ir más allá del éxito inmediato, de la desbordada ilusión que, justificadamente, nos ha invadido a los peruanos. Es obligatorio ver más allá de lo evidente, como diría el amigo Leono, de los Thundercats (que en España deben llamarse algo así como los Rayo Gatos).
Lo primero que debemos preguntarnos es si esta clasificación es la consecuencia de un trabajo serio, desde las bases, institucionalmente sólido, hecho concienzudamente por el Estado y la Federación Peruana de Fútbol. La respuesta, me temo, es que no. Por supuesto que no. La gran iniciativa, que empezó el año pasado, es el Plan Centenario 2022, que busca llevar a todas las selecciones nacionales a un nivel competitivo, mejorando las divisiones inferiores, la infraestructura, la competitividad de los clubes profesionales, entre otras cosas. Sin embargo, se trata de una reforma que recién ha empezado y que, por lo mismo, no ha tenido ningún efecto en esta selección mayor.
Siempre he pensado que para analizar el estado del fútbol de un país, el mejor espejo es el torneo local. Y si miramos el peruano… pues es una mierda de reflejo. Así, con todas sus letras. Empezando porque el campeonato cambia de formato cada dos años, de manera que el canal que lo televisa pueda retransmitir la mayor cantidad de partidos posible, por más que estos sean soporíferos, cuanto menos. Siguiendo porque los equipos son de mediocres para abajo, lo cual se puede constatar con sus paupérrimas presentaciones en los certámenes internacionales. Está luego el tema de la infraestructura: estadios viejos, campos en mal estado (algunos son de plástico, no es broma), tribunas vacías. Los árbitros son terriblemente flojos, aunque esto, como la corrupción, parece ser un problema más bien global.
Si miramos un poco más abajo, en las profundidades de la Segunda División o de la Copa Perú (un torneo que reúne a cientos de equipos de todo el país y cuyo campeón asciende a primera), el escenario es tétrico: árbitros comprados, jugadores de cien kilos, invasiones de campo, policías que agreden a futbolistas y hasta entrenadores limpiándose el culo con billetes de 100 soles para las cámaras (de nuevo, nada de esto es broma).
Por más catártico que resulte para este periodista escribir de estos males, esa no es la finalidad, por supuesto que no. La idea es mostrar que este milagro que hemos conseguido es justamente eso: un milagro, el fruto del trabajo de un muy buen equipo técnico, un director deportivo inteligente y pragmático, y, sobre todo, de un grupo de jugadores comprometidos y suficientemente talentosos. Quien quiera encontrarle a esta clasificación una razón más profunda, estará buscándole cien pies a un gato que ya cojea de una de sus patas.
Esperemos que el Plan Centenario se respete, porque venimos de dirigencias criminales que han hecho absolutamente todo mal. De hecho, Manuel Burga, quien fue presidente de la Federación entre el 2002 y el 2014, estuvo detenido en un penal limeño hasta que lo trasladaron a Nueva York a declarar por haber recibido mordidas en el tristemente famoso FifaGate. Esa ha sido la calaña de nuestros dirigentes. La idea es que el futuro sea drásticamente distinto.
Por el momento, una vez escritas estas líneas, volveré a cargar el video de Youtube, a ver todos los goles de Guerrero con la selección y a repasar las portadas del 16 de noviembre, día siguiente al de nuestra clasificación. Todavía pienso que un día me voy a despertar y Rusia seguirá estando tan lejos como siempre, Farfán se habrá fallado el gol del triunfo y Burga estará sentado en su escritorio recibiendo unos cuantos euros autografiados por el señor Blatter. Espero, de corazón, que no, y que este Mundial deje de ser un oasis y se convierta en la piedra angular para dejar de ser un remedo de nación, un torpe intento adolescente de impostar la voz y de parecer adultos. En eso estamos.