Una jugada eterna, de ésas que sabes que va a ser así, que la conoces, que la has entrenado, que la llevas viendo durante toda la semana para desactivarla al instante. Una jugada de ésas, una jugada de Leo Messi, un pase cruzado del argentino por encima de la defensa hacia el lateral que entra en ruptura, casi siempre Jordi Alba. Un remate inapelable, un gol que conoces de memoria y que destroza el plan perfecto, tu plan perfecto.

Así, en un instante, en una chispa de genialidad de Leo Messi se acabó la idea, se le fue de las manos al Valencia una victoria que ya tocaba con los dedos para poner patas arriba la Liga. No se puede decir que el empate sea injusto, ni mucho menos, pero duele más cuando te clavan el puñal por donde te habían dicho.

Los grandes golpes que en la Historia han sido han necesitado siempre de un plan perfecto. Da igual que fuera el asalto al tren de Glasgow o la fuga de Alcatraz, detrás de una gran operación hay siempre un cálculo de probablidades, una prevención de riesgos y una ejecución impecable, al minuto, sin dudas ni concesiones, sin sentimentalismos ni emociones. Lo del Valencia frente al Barcelona, sin ir más lejos.

Porque así es como se explica lo sucedido en Mestalla hasta que el pie izquierdo de Messi entró en acción. Un plan que pasaba por aguantar sin sonrojo en una primera mitad para olvidar y acuchillar al Barcelona en la segunda. No hubo nada del Valencia en los primeros 45 minutos, apenas las emociones por el recuerdo de Jaume Ortí y una disciplina sobrecogedora a la hora de interpretar sobre el verde la pizarra de Marcelino, feliz en un palco viendo el compromiso de los suyos: líneas juntas, presión media, asfixia balompédica. Qué inventen ellos, que diría el otro.

Y el caso es que el Barcelona lo intentó todo. Su primer tiempo fue primoroso, con un fútbol que va recuperando el aroma de aquel equipo de Guardiola. Movieron bien los azulgrana, liderados por Messi e Iniesta y con prácticamente diez jugadores en campo contrario. Fue un ejercicio de fútbol, de variantes, de movilidad, de presión y búsqueda. Cuarenta y cinco minutos en los que el Barcelona buscó un hueco y el Valencia un fallo.

Sin noticias de los porteros, los que encontraron el error –clamoroso- fueron el árbitro, Iglesias Villanueva, y su asistente, que no dieron por válido un gol de Messi que entró medio metro en la portería de un aturullado Neto. El error de bulto capitalizó el encuentro y recuperó el debate ya de por sí absurdo de la incorporación de la tecnología al fútbol. Más bien al fútbol español, el único en el que aún no se aplica.

Imagen del gol claro no concedido a Messi.
Imagen del gol claro no concedido a Messi.

Gol o no, el Valencia de Marcelino mantuvo inalterable la ejecución del plan. Se vio nada más recuperar el juego, se reconoció más al equipo que está siendo una de las grandes alegrías de esta temporada. El Valencia dio un pase adelante en la presión y se puso a jugar al fútbol tras la recuperación. Le quitó balón al Barça y descubrió la forma de hacer daño.

Encontró una autopista por el lado de Semedo, al que Gayá, Guedes y Rodrigo castigaron hasta avergonzarlo. En una de esas superioridades halló el último el objetivo tras un pase milimétrico del primero. Aunque el sabor de la segunda parte fue mucho más profundo, fue el único tiro a puerta del Valencia en todo el partido. Y fue gol. Objetivo cumplido, plan perfecto… Si no hubiera estado por allí Messi, claro está.

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